Heraldo de Madrid, 24 de diciembre de 1915
APOLO: «La estrella de Olympia».
Una obra maestra de Guy de Maupassant, un cuento, al que en arte y emoción no
recuerdo otro que le supere, ha inspirado a Carlos Arniches la obra anoche
estrenada, con éxito feliz, en el teatro de Apolo.
Para su obra, el hombre de
teatro no ha seguido fielmente al cuentista, y es lástima, aunque no se ocultan
las razones para que ello tuvo Arniches.
En vez de situar la acción en
el año 1870 según hizo Maupassant, entre personajes franceses y un oficial
alemán, Arniches presenta las escenas en el año 1815, cuando la invasión contra
Bonaparte.
Aquí nuestro libretista ha
querido salvar un peligro de indiscutible realidad, en estos momentos en que
hasta se prohíbe la exhibición de algunas películas que se juzgan peligrosas
para el sostenimiento de la neutralidad y del orden público. No resulta, pues,
desacertada la modificación en este punto.
Ya es más discutible el acierto
al cortar el cuento con un desenlace que oculta el aspecto trágico, la amarga
filosofía, la tristísima moraleja que asoma en la escena última del maravilloso
escrito de Guy de Maupassant.
¿Qué era muy difícil y
arriesgada empresa teatral la de sentir más allá del cuento en que termina «La
estrella de Olympia»?... Pues precisamente ahí estaba la empresa digna de
Arniches, de su saber y prestigio de autor.
¿Qué probablemente muchos habrían
protestado tumultuosamente?.... Probablemente también muchos más habrían
aplaudido con furioso entusiasmo.
Arniches se acobardó, y en lugar de
una obra soberbia, de pelea, ha llevado a la escena de Apolo una muy bonita,
graciosa, que le valió numerosas llamadas a las candilejas y le valdrá muchos
dineros. Ese triunfo sólo con parte del cuento, y mayor sería de haberse
resuelto a presentarlo con su integridad, permitida por las costumbres de
teatro.
Cierto que en este caso, y lo
repito, había verdadero riesgo para su aceptación, y pudo sepultarse anoche «La
estrella de Olympia»; mas yo creo que Arniches está en condiciones y con
autoridad para jugarse tales partidas.
No niego que D. Carlos puede
replicarme que sin meterse en honduras venció, y en consecuencia estoy
equivocado. Es posible.
El opulento Calleja, que ya
tiene en Madrid varias calles suyas y habremos de llamarle cuando menos D.
Callejón, ha escrito para «La estrella de Olympia» una partitura de admirable
buen gusto, que en no muchos números y todos de limitadas proporciones pone de
relieve la inspiración del melodista con el saber del instrumentista y del
compositor.
Son preciosos todos,
absolutamente todos los números; representan un trabajo serio en la composición,
según se prueba con el preludio, los lindos cuplés del abate y el delicioso de
los tambores, que fue repetido entre muy justos, estruendosos aplausos.
Muy bien, D. Rafael; veremos si
ese trabajo da para adquirir otra bicoca en la Gran Vía.
De los intérpretes podemos
hacer vivo elogio en primer término de la señora Iglesias; Ortas, superiorísimo;
Gorgé, luego de las Sras Sobejano, Morey y Leonis y los Sres. Rufart, Pino,
Valero y Román.
«Boule de suif» engordará a la
Empresa y los autores.
S.A.
Publicado en El Heraldo de Madrid, el 24 de diciembre de 1915.
Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)
Digitalizado en el presente formato por José M. Ramos para
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