El Heraldo de Madrid, 25 de agosto de 1934

 

LOS COCODRILOS DEL CINEMA

  

Sois autor dramático o cómico; habéis dado término a vuestra obra cuidando de los puntos sobre las íes, redondeando sus diálogos, perfeccionando sus escenas y... creyendo haber hecho todo lo hacedero para que vuestra comedia o drama sea un hechizo o un portento de guiones cinematográficos.

Vuestro trabajo ha corrido el temporal de verse navegando entre los once mil ciento once presentados a la Ufa, a los cuatro mil cuarenta y cuatro de la Metro Goldwyn, o a los siete mil siete de la Paramount; pero vuestra obra se ha salvado del naufragio de tanto papel en danza, y vuestro libreto o escenario ha sido  aceptado para su filmación.

Recibís el sorprendente aviso de que os paséis por la caja de la Empresa que lo ha adquirido; firmáis el recibo de unos miles de francos, menos de marcos y menos de dólares, que todo es relativo, y a casita, que llueve; despediros de vuestro amor engendrado al calor de la inspiración, modelo de literatura teatral. Su autor no existe. Su propiedad estricta pasa a serlo del director y del técnico de escena de los estudios. Una discreta cláusula del contrato precisa que no tenéis nada que ver con su realización cinegráfica.

Habéis situado la acción del drama, que es exageradamente cruel y movido, en la Manchuria durante la guerra chinojaponesa, y en los ensayos se le ocurre exclamar ante el director artístico al de escena:

–¡Qué lástima!...

–¿Qué pasa? ...– replica el otro realizador.

–Que tengo sin estrenar una colección de uniformes militares griegos, que si se pudieran añadir a la cinta sería un número estupendo de contraste con tanta miseria como estamos aspirando en esta desdichada obra.

El director se queda pensativo, y al día siguiente traslada en un avión de guerra japonés a los protagonistas de la película, y allí los hace asistir a una revista militar y a una orgía de cabaret para aliviar el peso dramático sangriento y episódico de nuestra obra.

Si los novelistas que se emanciparon del planeta levantaran la cabeza y vieran lo que se había hecho de sus más notables obras al trasladarlas a la pantalla, los veríamos con las manos darse de morradas en el cráneo.

Nada más elocuente de que los autores y compositores son muy poco respetados en sus creaciones por el personal directivo de las casas productoras que el dibujo que acompaña estas líneas. En él aparece Guy de Maupassant amenazando a Untel por haberse aprovechado de una de sus obras para realizar, «El sinvergüenza de Morin», y que por cierto le valió al citado realizador la friolera de 50.000 francos.

Se va haciendo necesario poner coto a estas un tantito licenciosas costumbres de los cocodrilos de films, dando entrada a los autores en los estudios del cinema, y que ellos sean los que hagan mangas y capirotes de sus producciones.

 

El R. 545

 

Publicado en El Heraldo de Madrid, el 25 de agosto de 1934

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por José Manuel Ramos para

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