El Heraldo de Madrid, 27 de febrero de 1912.

 

TEATRO DEL VAUDEVILLE

BEL AMI

Ocho cuadros entresacados de la novela de Guy de Maupassant, por M. Fernand Nozière.

 

Pocos, muy contados, son los trabajos de este género que han logrado agradar al público. Lo conocido del asunto, que paso por alto, ¿quién no ha leído Bel ami?; los necesarios cortes, alguno que otro desgraciado, que M. Nozière ha tenido que dar al chef d’oeuvre de Maupassant para no hacer su obra interminable, han sido causa del poco éxito que anoche obtuvo.

¿Quién duda que la novela de Maupassant es una hermosa novela? ¿Pero quién puede dudar también que Jorge Duroy (a) Bel ami es uno de los tipos más repugnantes que han pasado por las manos de un novelista de la talla de Maupassant? Las hazañas de este chulo ilustrado resultan en la novela interesantes, dramáticas y hasta patéticas algunas de ellas, por la calidad de sus víctimas. Pero despójese este asunto de la magistral forma literaria con que está tratado en la novela; conviértase en una comedia cómico-dramática; vistásele con la pluma de M. Nozière, y resulta árida, monótona y poco amena. En la novela, la acción se desarrolla por sus pasos contados, en la comedia se precipita de manera tal, que el público no tiene el tiempo necesario para darse cuenta de que Bel ami haya podido existir ni aun en la mente de su autor, siendo así que, por desgracia, en la época actual tipos como ese suelen verse con frecuencia en todas las clases sociales, desde la gorra de paño o seda hasta la chistera de ocho reflejos.

La interpretación, por su homogeneidad, de primer orden. Sin embargo, en mi entender, el protagonista no interpretó el verdadero personaje de Maupassant.

Jorge Duroy era un chulo, sí, de mala ralea, pero inteligente; no en balde dio sus primeros pasos en el periodismo; cortés, cuando le convenía, con los hombres, y afable, claro está, AL PRINCIPIO, con las mujeres. Monsieur Jean Dax da la impresión contraria. Un guapo, sin instrucción, con pretensiones y sin el más remoto barniz de educación ni de savoir faire. Las Sras. Seagine, Dolley y Dorziat, impecables. Los demás papeles, casi todos ellos secundarios, en manos de artistas de primer orden, tales como Lérand, incomparable en el del desgraciado Forestier; Duquesne, discretísimo en el político ambicioso, y Joffre, en el suyo, muy corto, desgraciadamente, dadas las condiciones artísticas de tan distinguido actor, en la silueta del periódico La Vie Française.

Radamés. Paris 23 de febrero de 1912

 

 

 

Publicado en El Heraldo de Madrid, 27 de febrero de 1912

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

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