La Iberia, 10 de julio de 1893
 

RECUERDOS DE MAUPASSANT

 

El nombre de Maupassant evoca el recuerdo de «Boule-de-Suif». Este cuento admirable que hizo la reputación de un autor, apareció por primera vez en el libro titulado las Soirées de Medan, en el que hay cuentos de Emilio Zola, Guy de Maupassant, J.K. Huysmans, Enrique Céard, Léon Hennique y Paul Alexis.

Muchos creen que teniendo Emilo Zola la costumbre de recibir a sus amigos y discípulos en su casa de campo de Medan, allí nació el libro Soirées de Medan. La explicación parece lógica, pero no es exacta.

Además Guy de Maupassant va muy de tarde en tarde a ver a Zola. Cuando daba sus primeros pasos en la vida literaria, bajaba algunas veces desde Sartrouville, donde él vivía entonces, en un barco hasta la costa donde vivía el autor de Germinal. Era el tiempo en que Maupassant se entregaba a todo género de sport, con un gran entusiasmo. Llegaba a Medan, estrechaba la mano a Zola, tiraba al blanco y regresaba a su barco.

En cuanto a las Soirées de Medan, he aquí su génesis: Emilio Zola había conocido a Guy de Maupassant en casa de Flaubert; Paul Alexis era ya un fiel de Zola; Enrique Céard se había presentado solo en casa del maestro con el atrevimiento y la confianza de un joven que se presenta; Paul Alexis y Céard llevaron a Hennique y Huysmans. Estos cinco literatos tomaron la costumbre de comer todos los jueves en alguna taberna de Montmartre, dirigiéndose luego a pasar la velada en casa de Zola, en la calle Ballu, que recibía a algunos literatos y artistas.

En estas veladas de la calle Ballu fue donde nació la idea de las Soirées de Medan. Entonces se escribía mucho sobre la guerra de 1870. No fue Emilio Zola quien pensó reunir en un volumen algunas historias militares. Hizo, al contrario, observaciones a sus jóvenes amigos, no queriendo absorber con su personalidad las demás que debían contribuir a formar el libro, toda vez que Zola sólo era conocido del gran público.

El libro fue hecho, y Zola mismo ha dicho que el cuento de Guy de Maupassant, Boule-de-Suif, es el mejor del libro.

 

El 7 de enero de 1892 se supo que Guy de Maupassant, que residía en Cannes, había intentado suicidarse en un acceso de delirio. A los pocos días el doctor Cazalis y el editor Ollendorff, sus fieles amigos, le condujeron al manicomio del doctor Blanche, donde ha muerto.

Desde hace dos años el pobre Maupassant no podía escribir. Padecía desarreglos gástricos y una neurosis, en gran parte causada, según decía su médico, por el abuso de ejercicios físicos. Este estado de su salud le había obligado a tomar muchas drogas, y esta medicación excesiva y a veces incoherente determinaron los primeros desarreglos cerebrales.

Se manifestaron éstos al comienzo bajo la forma de ideas fijas, que en nada impedían la ordinaria lucidez del escrito. Él se había persuadido, por ejemplo, de que el tratamiento antifiloxérico de las viñas envenenaban el racimo, y que sus dolores intestinales provenían de esto.

– No comáis nunca uvas – decía a sus amigos; –es un fruto envenenado.

Su médico le había ordenado durante algún tiempo duchas nasales de agua salada, y bien pronto le dominó la idea de que estaba saturado de sal, y que esto le causaba grave daño.

Un día en Cannes suplicó al doctor Darembert que analizara su saliva.

–Veréis como no me engaño – le decía.– Mi saliva es salada.

Estos fueron los primeros síntomas del mal que debía acabar con su vida.

Durante los seis primeros meses de su estancia en la casa de salud del doctor Blanche, tuvo instantes de relativa lucidez. Sabía donde estaba encerrado, y se lamentaba de ello. Reconocía a todos sus amigos y hablaba con ellos cuerdamente.

Vino después la parálisis general y los delirios fueron más frecuentes. Por último, se tuvo que recurrir a la sonda para alimentar al pobre enfermo.

Finalmente sobrevinieron los signos precursores de la muerte. En estas últimas semanas llegó a un estado constante de horrible desesperación. Cinco días antes de la muerte estalló la cuarta crisis, en la que sucumbió.

 

El ilustre escritor no deja ninguna obra inédita. Olendorff, su amigo más íntimo, tiene todos sus papeles.

En ellos no se ha encontrado más que un capítulo del Angelus, la gran novela que había comenzado en Cannes, un capítulo de otra novela, Ame etrangere, y el comienzo de un cuento.

Los demás manuscritos no tienen gran interés. Son obras de la primera juventud, algunas comedias en verso que Maupassant había compuesto como ejercicios literarios, y que Flaubert había implacablemente condenado, Maupassant no guardaba estos manuscritos para publicarlos, sino como recuerdo.

La fortuna que Maupassant deja no es considerable. Circuló hace poco tiempo el rumor de que el gran novelista vegetaba en una situación muy precaria, pero esto es absolutamente inexacto. Sus obras le aseguraban una buena renta.

Maupassant ha sido, como la mayoría de los escritores y artistas, un hombre generoso, imprevisor y manirroto. El arte de economizar no existía para él.

Sus aficiones de sport, y los viajes que hizo, le habían obligado a gastar mucho dinero. Todos los franceses conocen su casa en Cannes, su villa de Etretat, La Guillette y su querido yacht Bel Ami, que ha sido vendido hace poco en bajo precio,. Claro es que de este modo gastaba sin gran esfuerzo los 60.000 francos que su pluma le producía.

Maupassant escribió un día que tres cosas deshonran a un hombre: La Academia, la condecoración y la Revista de Ambos Mundos.

Cuando fue llevado al manicomio estaba a punto de ser académico y condecorado.

Con la Revista de Ambos Mundos se había también reconciliado, dándole a publicar esta hermosa novela titulada Nuestro corazón.

¡Pobre Maupassant, ido a la tumba sin deshonrarse en la Academia, como él decía!

 

 

Publicado en La Iberia, el 10 de julio de 1893.

Fuente  y propiedad de la Hemeroteca Nacional.

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant