El Imparcial, 5 de noviembre de 1906

 

UNA BIOGRAFÍA DE MAUPASSANT

 

Como su maestro Flaubert, Maupassant practicó hasta el fin de su vida la sentencia que ordena el ocultarla a la vista de los extraños. Es un precepto que la sabiduría antigua recomendaba para el logro de la dicha humana, y que en el cuentista sin par guardó siempre cabal armonía con la estética que practicaba.

Esa aspiración la llevó Maupassant hasta el límite, no consintiendo ni siquiera que su retrato apareciese en los periódicos; tampoco eran de su agrado las publicaciones póstumas, y había recomendado a sus amigos que destruyeran sus cartas en cuanto él muriese.

A pesar de esta ausencia de elementos para contar la vida del novelista, M. Maynial se ha determinado a escribirla.

El libro tiene cerca de 400 páginas y todo cuanto en él se refiere es verdadero y auténtico.

En la obra de Maupassant está guardada su vida entera y su psicología, y aquel escritor ha sabido encontrarlas en toda su integridad. Hasta el año 1994, después de catorce años de existencia parisina, en ninguna de sus obras se descubre síntoma alguno de perturbación espiritual. Solo ciertos amagos de melancolía le asedian de cuando en cuando. Maupassant informaba a sus amigos de mayor intimidad y Flaubert, que siempre veló por él con solicitud paternal, le aconsejaba en sus cartas que tratara con todas sus fuerzas de libertarse, alegando que aquel sentimiento de amargura y de cansancio era un vicio, como todos los de un hombre a quien el cuidado del estilo ocasionaba verdaderas torturas físicas: «Un hombre que se ha consagrado al arte no tiene derecho a vivir como los demás.»

El deseo de emprender viajes dilatados por regiones exóticas y el ansia de soledad que en el gran novelista alternaban con el brusco anhelo de sumergirse en el existir cotidiano de París, una inclinación instintiva a dejarse ganar por el miedo, el temor creciente de la muerte y las alucinaciones, todos estos extravíos mentales van apareciendo sucesivamente en su obra, descritos con indiscutible evidencia, desde el año 84 al 90. Un estado de locura y de terror fueron los inspiradores de las estremecedoras narraciones «El Horla» y «Quién sabe». En la primera el protagonista, a fin de escapar a su propio fantasma, vive una existencia errante, y concluye por suicidarse. En la segunda el héroe ingresa por voluntad propia en un manicomio.

El biógrafo encuentra estas conclusiones en la vida misma de Maupassant. El gran novelista también emprendió viajes anhelantes de sosiego, pero hasta en los desiertos halló la misma inquietud angustiosa que le impulsara a partir; también intentó acabar con su vida en un instante de lucidez para no sobrevivir al extravío de la razón; sus fuerzas traicionaron este designio fatal; el hombre de genio veía que sus facultades iban menguando, y asistió a su propia muerte sin perder la vida.

M. Maynial no apunta en su libro ningún comentario con ocasión de los juicios que Zola y Edmundo Goncourt emitieron acerca de la obra del gran artista. Es evidente que su gloria había atenuado bastante la de ambos novelistas, como también que contaba con más lectores que ellos. Zola, que oficiaba entonces de pontífice máximo, aunque ya muy próximo al dintel de sus postrimerías, y Goncourt, que practicó como maestro en su «Journal» el arte de asediar a alfilerazos a los que no muy bien estimaba, hicieron lo posible, sin que fueran capaces de logarlo, por aminorar la gloria de Maupassant.

Tan cierto es que ese honor, supremo entre los mayores, es de los que tarde o nunca se perdonan.

 

R.S.

 

Publicado en El Imparcial, el 5 de noviembre de 1906

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

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