El Imparcial, 11 de septiembre de 1911

 

LA CUESTIÓN DEL LATIN

 

Nuestros vecinos los franceses se encuentran ahora divididos en dos facciones, que mantienen ruda polémica sobre las ventajas o inconvenientes de la enseñanza del latín en el Bachillerato. «Le feu no vaut pas la chandelle», dicen los adversarios del Lacio, cuyos argumentos suelen ser más vigorosos, persuasivos y tumultuosos que los de los partidarios de las humanidades a todo trance. Claro está que los latinistas militan del lado nacionalista y conservador. Los antilatinos proceden de la parte opuesta.

Los años hermosos que se destinan al estudio de la gramática latina son completamente estériles para la juventud, que, al abandonar las cátedras, se ve en la imposibilidad de alcanzar ningún provecho de sus fatigas leyendo a los clásicos en su lengua. Hay quien alega, a pesar de todo, para que se mantenga en vigor la enseñanza del latín en el Bachillerato, que el esfuerzo empleado constituye una excelente gimnasia intelectual para los jóvenes, a lo cual objetan los que no piensan así que el esfuerzo, recomendable siempre de suyo, debe emplearse en la realización de cosas prácticas y tangibles.

En esta polémica, que no es más que la resurrección de otra idéntica promovida hacia el año 1880 por algunos profesores distinguidos y que engendró el notable libro de Raoul Frary «La question du latin», y hasta un cuento graciosísimo de Maupassant, ha resonado ya más de una vez disonante y detonante, de las que enturbian las discusiones en vez de aclararlas y resolverlas.

Pertenece uno de aquellos gritos a monsieur Grammont, catedrático de la Universidad de Montpellier, quien afirma con serenidad envidiable que la lengua latina, desde el punto de vista indo-europeo, apenas si alcanza la categoría de «jerga». Las cualidades y bellezas que se la atribuyen – añade M. Grammont – son ficticias; la literatura clásica es de tercero o cuarto orden, y Cicerón un abogado diestro en el arte de elaborar frases huecas; la «Eneida» es la «Enriada» y Horacio un Boileau desprovisto de gusto artístico.

No hay para qué decir que las atrevidas aseveraciones de este gran humanista por antífrasis, han caído en el vacío. Una cosa es la buena administración del tiempo en que la adolescencia y la juventud permanecen sujetas a la disciplina escolar, y otra la salida de M. Grammont, primer «épatuer» universitario de su tierra.

 

 

E.S.

 

Publicado en El Imparcial, el 11 de septiembre de 1911

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

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