El Imparcial, 13 de septiembre de 1895


CRONICAS VERANIEGAS

SPORT NAUTICO

San Sebastian, 8.

 

Ningún sport de verano tan delicioso como el náutico, aquel refinadísimo sport a que dedicó el infortunado Guy de Maupassant, entusiastas artículos. ¡Quién que los haya leído pasea su mirada por el Océano sin acordarse del poeta marino!

Maupassant pintó las delicias del yatch, de su amado barco Bel Ami, desde el cual contempló lejanamente el mundo cuando quiso gozar de soledad deleitosa y con el que hizo triunfales entradas en los puertos franceses e italianos ostentando el más glorioso pabellón de la literatura francesa cuando el mundo le brindó el goce de sus placeres y escándalos.

El Bel Ami fue su gabinete de trabajo, su celda de meditaciones. Allí le refirieron las tragedias del mar a la luz del mortecino crepúsculo o en la soledad de las calladas noches del estío; allí se aplacaron sus nervios y pudo crear maravillosas obras de profunda observación a que le invitaba la contemplación del infinito en las insondables extensiones del Océano.

Maupassant fue el cantor de yatch, de ese barco ligero como caballo marino que surca las aguas con aletas de pájaro, salta, brinca y vence las olas y desaparece entre la espuma para levantarse gallardo y alegre.

Es el ligero barco salón flotante en donde se charla, se murmura y se juega, comedor de bacanales perdido en las llanuras del mar, boudoir perfumado, balcón flotante a que se asoma el placer. cuando el yatch navega perdido en las inmensidades del Océano suenan los taponazos del Champagne, la suave música del piano, los alegres ecos de la tertulia o las escandalosas risas que corean el atrevido cuento o el chiste rebozado de pimienta.

A bordo se juega, se charla, se bebe en abundancia, se traman aventuras, se leen novelas románticas y se cantan romanzas de Tosti o vagas canciones marinas.

Los salones de invierno transfórmanse en un inmenso salón, azul arriba, azul abajo: gomosos y elegantes de profesión truecan fracs, smokings y levitas por trajes de franela, gorras de comodoro y botas de lobo de mar.

El barco recorre las costas, entra en los puertos, recoge al pasar los ecos del verano, las músicas de casinos y paseos, los cohetes y bombas, el rumor de las muchedumbres que van de fiesta: aparece y desaparece de las ciudades costeras en un abrir y cerrar de ojos, dejando a sus aristocráticos tripulantes el necesario tiempo para jugar a una carta, hilar una aventura o celebrar banquetes en obsequio de personas encopetadas.

Ya en alta mar, la vida marina es sana y gratísima y no exenta de alquiladas emociones y de inventados peligros cuando sopla el viento o las gaviotas anuncian temporal remontando el cárdeno cielo....

En Francia y en Inglaterra se cuentan muchos yatchs y en España dominará muy pronto la afición. El muelle de San Sebastián ofrece hoy seguro asilo a varios de ellos, de elegante corte y lujoso interior.

Los millonarios, los poderosos de la tierra, distraen su spleen en la azul llanura en donde los anarquistas no pueden disponer del viento ni le las olas, ni siquiera de sobres rellenos de dinamita.

 

 

Publicado en El Imparcial el 13 de septiembre de 1895.

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant