El Imparcial, 22 de febrero de 1931

 

LA VERDADERA «BOLA DE SEBO»

La vida y la muerte de una heroína de Guy de Maupassant

 

Un distinguido escritor francés, M. Gabriel Reuillard, hijo de un tapicero de Rouen, ha publicado un interesante artículo en el que se hacen sensacionales revelaciones sobre la verdadera existencia de «Bola de Sebo», la heroína acaso más popular y más célebre de los cuentos de Guy de Maupassant. El tapicero ruenes había recibido el encargo de instalar a todo lujo un piso que por cuenta de un conocido doctor de la localidad, estaba destinado a albergar las opulentas gracias de aquella muchacha que había de ser inmortalizada algún día en una de las más bellas novelas con que cuenta la literatura realista francesa. En aquella época «Bola de Sebo» era tal como la había descrito magistralmente Guy de Maupassant: «Pequeñita, redondita por todas partes, rodeada de tocino, con unos dedos hinchados estrangulados en las falanges semejantes a ristras de pequeñas salchichas...» Era en el tiempo en que incluso en países tan alejados de la influencia mahometana podían tener éxito las mujeres así...

La verdadera «Bola de Sebo» se llamó en la vida Adriana Legay; había nacido el 20 de octubre de 1842 en Eletot, pueblecillo de 700 habitantes, perteneciente al cantón de Valmont. Así, en 1971, época en que ocurrió la anécdota referida por Maupassant, era una apetitosa muchacha de veintiocho años.

Esta anécdota tuvo el origen siguiente: A los veinte años, «Bola de Sebo» fue la amante de un oficial de caballería en guarnición en la capital normanda. Siempre práctica, «Bola de Sebo» había, más tarde preferido suplantarle por un generoso traficante que terminó arruinado por malos negocios. Durante la guerra del 40, este comerciante se hallaba movilizado en el Havre y «Bola de Sebo» iba a visitarle con cierta frecuencia. Durante uno de estos viajes, un oficial alemán se prendó de ella y se opuso a dejar pasar la diligencia en que viajaba en compañía de un grupo de pacíficos burgueses, mientras la bella no accediera a corresponder a sus deseos. En este punto, la referencia del escritor y la de «Bola de Sebo» difieren esencialmente. Guy de Maupassant supone que su heroína cede al fin, sacrificándose a la conveniencia de sus compañeros de viaje. Ella, por el contrario, o mejor dicho, la verdadera protagonista del episodio, Adriana Legay, lo negó siempre, atribuyendo aquella versión a una malquerencia del autor de «Le Horla».

Algunos viejos rueneses afirman haberle oído decir:

–Eso no es verdad. Fue una venganza del señor Guy, porque me negué a escucharle en cierta ocasión. La verdad es que no me gustaba absolutamente nada... ¿Podía yo saber entonces que con el tiempo sería un hombre célebre?

Sin embargo, parece ser que la primera y probablemente última vez que se vieron la bella Adriana y Guy de Maupassant, fue en un teatro (el Lafayette), hacia 1885, cuando ya la belleza de ella se encontraba en franca decadencia. Es más lógico que Maupassant conociera la historia del viaje al Havre por labios de su tío, el señor Cordhomme, descrito bajo los rasgos de M. Cornudet, en la narración. En cuanto a los demás personajes de la ficción literaria, también parece ser que estaban directamente inspirados en la realidad y que retrataban otras conocidas personalidades ruenesas de aquel tiempo.

El patriotismo de Adriana Legay, por otra parte, bien demostrado en aquel desgraciado viaje, ya que si otorgó sus favores al oficial alemán no fue ciertamente por liviandad, sino por espíritu heroico de sacrificio, tuvo otras ocasiones de manifestarse. Cuando el príncipe heredero de Alemania, Federico Guillermo, hizo su entrada solemne en la ciudad, cierto número de sus habitantes enarbolaron bandera negra en sus ventanas cerradas. «Bola de Sebo» fue uno de ellos. Pero la protesta no valió de nada a sus promotores. El alto mando alemán ordenó que, en las casas que se había enarbolado la bandera, pudieran ir alojados sin necesidad de exhibir la boleta. «Bola de Sebo», que no carecía de buenas amistades, escapó de Rouen, dejando su casa cerrada, mientras duró la ocupación enemiga. Sin duda entró mucho en su rencor el recuerdo de la lamentable aventura de Dieppe o del Havre, según se siga la verdadera historia o se prefiera la fantasía del novelista.

«Bola de Sebo» no fue afortunada. Mala cabeza y buen corazón, como muchas mujeres de su clase hizo el bien sin recompensa, y muchas veces fue pagada con la más negra ingratitud, así en el caso de su hijo adoptivo, recogido en la cama de un hospital entre los brazos rígidos de una compañera de «profesión». Este muchacho, criado por «Bola de Sebo» con el más tierno cariño, la abandonó apenas la reputación de su madre adoptiva pudo ser un perjuicio en su carrera. Jamás volvió a tener Adriana Legay noticias directas del ingrato. Al propio tiempo, su oronda belleza había sufrido un golpe rudo; ya no se cotizaba golosamente entre los ricos burgueses de Rouen. De decepción en decepción, de tumbo en tumbo, pensó en asegurar su vejez con la adquisición de un cafetín a cuyo frente se puso. Pero la mala suerte la persiguió constantemente. Al cabo de algunos meses, hubo de vender los enseres, los muebles, hasta las alhajas y los trajes de su uso, para pagar a los encarnizados acreedores.

Desde aquel instante de su derrota, la vida se hizo más difícil para «Bola de Sebo». Pasó sucesivamente por los oficios de costurera, que hubo de abandonar en seguida porque sus dedos, engordados en la buena vida anterior, habían perdido toda soltura en el manejo de la aguja; después se metió como simple obrera en un taller de confecciones. Por aquella época, ya había comenzado a adquirir el hábito de la morfina, único modo de olvidar sus pesares cada vez más abrumadores. En los momentos más duros y míseros, «Bola de Sebo» se consolaba dándose inyecciones de agua pura, porque le faltaban los francos necesarios para su droga habitual. Algunos amigos le proporcionaron el dinero necesario para que marchara hasta Honfleur, donde tenía un hermano. Pero «Bola de Sebo», morfinómana y borracha de ajenjo, no era una huéspeda deseable. El caso es que volvió en seguida a Rouen, donde alquiló una mísera alcoba por siete francos y medio a la semana.

Dos meses después, Adriana Legay, que ya debía dos semanas de su alojamiento y había llegado al último extremo de la tristeza y de la miseria, se encierra una noche en su tabuco, con dos braseros de carbón. Cuando al día siguiente, la criada llama a su puerta, extrañada de no verla salir, nadie le responde. Es necesario saltar la cerradura, y sobre el lecho, al entrar, encuentran a «Bola de Sebo» moribunda. Había dejado escritas dos cartas. Una en la que explicaba al juez los motivos de su suicidio, otra en la que pide perdón a su patrón por el perjuicio y las molestias que le proporciona con su muerte y en la que le dice que puede resarcirse de su deuda quedándose con una lámpara de petróleo y otros objetos de su pertenencia. Igualmente la jeringuilla de inyecciones pasó a poder de la familia deudora.

No se ha encontrado ninguna fotografía de «Bola de Sebo». Los patrones de la pobre mujer no recordaban haber visto ninguna, y sólo hicieron referencia a «unas caricaturas dibujadas por el señor Guy de Maupassant». Pero nadie ha podido encontrar dichas caricaturas que revestirían un interés insuperable. La mañana del 20 de agosto de 1892, «Bola de Sebo» sucumbió en el hospital, donde llevaba dos días luchando con la muerte. Contaba cincuenta años. Fue enterrada dos días después en un viejo cementerio, y sus restos, olvidados bajo la hierba, sin una lápida que indicase el lugar en que reposaban, fueron llevados con muchos otros, a la fosa común cuando venció el plazo de su enterramiento provisional.

Tal es, en su sencilla emoción, la verdadera historia de «Bola de Sebo», la muchacha conducida a las cumbres de la inmortalidad por Guy de Maupassant, en una novela que lleva su nombre de guerra, y que es una joya de la literatura naturalista francesa.

 

MATILDE MUÑOZ

 

 

Publicado en El Imparcial, el domingo 22 de febrero de 1931

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J. M. Ramos para

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