La Esfera, 1 de marzo de 1930

 

DEL NATURALISMO AL POPULISMO

  

Ocho de marzo. León Hennique, viejo, casi olvidado, retirado de la andante profesión de las letras, llega hasta el sillón presidencial de este banquete en que va a conmemorarse el cincuentenario de la publicación de Las veladas de Médan. Le acoge con apasionados aplausos una muchedumbre de escritores jóvenes; son los mismos que ocho días antes han conmemorado el triunfo ruidoso de Víctor Hugo y del romanticismo, en el estreno de Hernani; los mismos que constituyen las Sociedades llamadas «Amigos de Zola» o «Amigos de Huysmanss»; caballeros guardadores de santos sepulcros, nobles voceros de las glorias de Francia.

León Hennique es el último superviviente de los seis contertulios de Médan, de los seis colaboradores que compusieron el tomo Soirées de Médan. Dos de ellos, el apóstol y su mejor discípulo, Zola y Maupassant, murieron trágicamente. Parecían olvidados de los lectores, desdeñados por los literatos de las actuales generaciones, y he aquí que ante el recuerdo de la aparición de una de sus obras, que fue como la declaración de fe y la afirmación dogmática de la nueva escuela literaria, toda la juventud se congrega ante el anciano superviviente y proclama que fue Zola quien nos enseñó a amar la Naturaleza y acatar la realidad.

Hace poco, el pasado 6 de Octubre, aniversario de aquella mañana en que Zola apreció asfixiado en su lecho, repetía un orador novel, Pierre Mortier, en el mismo jardín de Médan, este concepto: «Todos nosotros estamos marcados por la huella de Zola. Ningún hombre ha ejercido sobre las juventudes de nuestra generación una influencia más fuerte, más decisiva, más bienhechora. Muchas veces podemos discutir de este maestro, pero nunca podemos olvidar que aprendimos en su bravura, nobleza y rectitud, la línea de nuestra conducta. Si caminamos con la frente alta y nos esforzamos por ser siempre sinceros y justos, por ser siempre buenos, lo debemos al ejemplo de este hombre, porque al salir de la infancia nuestro carácter se troqueló bajo la influencia decisiva de su genio.» Importa repetir estas palabras, porque, en realidad, pasados ya veintiocho años de la muerte del gran novelista, no es necesario aquilatar su valor literario, sino la influencia social, humana, que ha ejercido su pensamiento.

Se recuerda ahora, ante todo, como en las Veladas de Médan se rindió acatamiento a la verdad. En la misma evolución de Huysmans hacia un misticismo, de que aquí se sintieron contagiados Clarín y el mismo Palacio Valdés, hay un profundo, un sincero acatamiento a la verdad. Estos días mismos, Gabriel Reuillard ha recontado la narración que su padre, tapicero en Rouen, le hiciera, recordando los días en que se instalara, por cuenta de un médico, el mobiliario de un pisito donde había hecho su nido Bola de sebo. Al saber que existió aquella mujer, que tuvo un nombre civil, Adriana Legay, antes que un apodo famoso, imperecedero en las letras, que vivió aquella misma aventura que narrara luego Maupassant y hasta que desdeñó al mismo Maupassant, porque no imaginaba que pudiera llegar a ser célebre, evocamos la emoción honda, espiritual  carnal, a la vez, que sentimos cuando casi chiquillos todavía leíamos el portentoso relato.

Asistimos ahora a la reconstitución y glorificación de estas vidas. Evocamos la labor tenaz, tozuda, valerosa, de aquel humilde empleado de la casa editorial Hachette, que llegó a ser el hombre más popular de su época; que oscureció los apellidos que conocía el mundo entero: Dumas, Balzac, Hugo, Lesseps. Ninguna gloria excedió a la que lograra Zola. Le seguían las muchedumbres de todos los continentes, no sólo en sus libros, sino en sus exploraciones a través de los medios sociales en que había de colocar sus personajes. De sus visitas a los mercados, para escribir El vientre de París; de sus viajes en la locomotora de un tren, para componer La bestia humana; de sus estudios de Biología y Medicina, para trazar la decadencia y degradación de la familia de los Rougon-Macquart, se hablaba, conocía y discutía tanto como de su propia obra literaria. Cuestión palpitante llamó doña Emilia Pardo Bazán a la irrupción del naturalismo en España. Lo fue más que ningún otro problema nacional de aquella época. Su influencia, sin embargo, en nuestras letras, fue superficial y efímera. Libros hay de la misma doña Emilia, del propio Galdós, de Palacio Valdés y de Jacinto Octavio Picón, sin descender como es lógico, a aquellas ridículas parodias de López de Bago, de Felipe Trigo y otros pornógrafos, en que Zola se refleja, como se refleja el sol en el mar, embelleciéndolo y engrandeciéndolo; pero bien pronto el nulla dies sine linea, que es lema y norma de Zola, parece rígida disciplina a nuestros escritores.

Y, además, no prendió aquí aquella noción del deber, que no limita el austero culto de la verdad a la composición de una novela, a la concepción de un credo literario, a la producción de obras artísticas que ennoblecen el paso del hombre sobre la tierra, sino que lo extienden a todas las manifestaciones de la actividad, a todos los anhelos de la belleza y del bien, entre los que el afán de justicia sublima la conciencia humana. Cuando Zola, servidor de la verdad, lanza su Yo acuso..., poniendo en riesgo su popularidad, su hogar tranquilo, su bienestar material, su libertad y su vida misma, traza un sendero que los escritores españoles no siguen, y  marca una misión a las juventudes literarias que la juventud española no recoge ni entiende...

He aquí, en Francia, pasado medio siglo de la aparición de Las veladas de Médan, cómo se retorna a la fuente pura de la verdad de la vida, reaccionando contra artificialismos estéticos y retóricos. Ciertamente, el intento de renovación literaria que ha tomado el nombre de populismo, no es sino una recordación del naturalismo. La juventud que acude a conmemorar este cincuentenario de la aparición de un libro, no ha encontrado aún el definidor genial que pueda continuar con modo propio y con fórmula renovada, la obra de Zola; pero al volver a leer aquel evangelio en acción, aquel dogma aplicado que compusieron los seis contertulios de Médan, se sienten conmovidos por la nueva fe y repiten que es preciso acatar la verdad, ennoblecerla con las bellas letras y rendirle homenaje con los actos abnegados, en que se ofrende la vida misma, para hacer llegar hasta el pueblo los dones de la justicia.

 

DIONISIO PÉREZ

 

Publicado en La Esfera el 1 de marzo de 1930.

Fuente y propiedad de texto e imagen: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J. M. Ramos para

http://www.iesxunqueira1.com/maupassant