La Lectura, Enero de 1907

 

LA REVUE (Ancienne Revue des Revues)

 

Guy de Maupassant, por G. Pélissier.– He leído con gran interés – dice Mr. Pélissier – el libro de Mr. Maynial acerca de Guy de Maupassant, su vida y su obra, biografía exacta y sobria que hubiera agradado al mismo Maupassant, tan enemigo de las indiscreciones. Mr. Maynial ha tenido el buen acuerdo de escoger entre los documentos ofrecidos a la curiosidad del público, aquellos únicamente de que puede aprovecharse la crítica para explicar la obra del literato. Muchos de esos documentos eran sospechosos, y Mr. Maynial no deja de desmentir numerosas anécdotas desfavorables para Maupassant, entre ellas la que nos representa al autor de Notre Coeur como un snob enfatuado por el trato con Altezas Reales. «En casa de Maupassant –decía Edmundo de Goncourt – no hay más que un libro en la sala: el Gotha, primer síntoma de la manía de las grandezas.» Mr. Maynial protesta contra esta «nota pérfida», y cita las cartas en las que Maupassant maltrata a las Altezas, con cuyo trato le creen enfatuado, o en las que declara que los hombres, deseosos de conservar la integridad del pensamiento, deben repudiar en absoluto las relaciones de sociedad, para no dejarse corromper por los prejuicios de los imbéciles que dan carácter a ese medio ambiente. Si Maupassant frecuentó el gran mundo fue en calidad de observador, molesto a veces, como uno de sus héroes, Andrés Mariolle, «por la vida de esa gente, por sus ideas, por sus fútiles inclinaciones, por sus diversiones de muñecos»; pero satisfecho al poder mirar en torno suyo sin abandonar nunca una reserva orgullosa que ponía su independencia a cubierto.

Créese generalmente que Guy de Maupassant experimentó los primeros síntomas de la enfermedad dos o tres años antes de su muerte. Sin duda estuvo latente hasta entonces; pero Mr. Maynial indica ciertos síntomas en los primeros años del escritor, lo cual explica ciertas páginas de Maupassant, páginas amargas y sombrías, en las que agudos críticos sólo creyeron ver abusos declamatorios. Con motivo del libro titulado Sur l’eau, se le acusó, ignorando la idea fija que le atormentaba, de una desesperación y de una misantropía incompatibles con sus éxitos. Mientras los críticos tributaban elogios a su temperamento, el pesimismo intermitente de sus obras denotaba los progresos de la enfermedad.

Como es sabido, Maupassant, ocultó su vida todo lo más que pudo. «A los literatos –decía –sólo se les debe conocer por sus libros», y le molestaba en sumo grado que divulgasen detalles de la vida íntima de ellos después de su muerte. Cuando se publicaron las cartas de Flaubert dijo que aquello le parecía una profanación, y temerosos de que un día se dieran a la estampa las suyas, se abstenía de toda confidencia, de toda espontaneidad. Llegó a prohibir que se vendieran sus retratos. Sabedor de que se había publicado sin su permiso un retrato suyo en la nueva edición de las Soirées de Medan, amenazó al editor con llevarle a los tribunales. «Para mí – le decía – es una ley la de prohibir la publicación de mis retratos cuantas veces puedo conseguirlo. Nuestras obras pertenecen al público; pero no nuestras fisonomías.» Aquel retrato se arrancó de los ejemplares que aún quedaban por vender.

En las obras por las cuales quería ser conocido, Maupassant no dejaba entrever más que la exactitud puramente objetiva con que describía la Naturaleza. Ningún escritor fue tan impersonal ni a costa de tan poco esfuerzo. La impersonalidad era propia de Maupassant, y por eso nadie merece como él el epíteto de realista. Ni en su espíritu ni en su corazón había nada que pudiera deformar la realidad claramente percibida por los ojos.

En primer término, Guy de Maupassant era poco sentimental; si se enterneció fue muy tarde, y por efecto de su enfermedad. Mont Oriol es el primero de sus libros en que pintó un amor verdadero, y por eso esta obra le molestaba. «Los capítulos dedicados al sentimiento – decía – tienen más correcciones que los otros. Con frecuencia me dan risa las ideas sentimentales y tiernas que encuentro buscándolas bien.» Después de Mont Oriol escribió dos novelas amorosas: Notre Coeur y Fort comme la Mort; pero él mismo no amó jamás ni dejó nunca de considerar el amor como la satisfacción de un instinto. «No dejaré nunca una trucha asalmonada por la bella Elena en persona», decía, y aun no tomando esta frase al pie de la letra, es lo cierto que ninguna mujer turbó nunca la tranquilidad de su espíritu.

Maupassant no tuvo ni que defenderse contra inclinaciones de cualquier género capaces de alterar en su mente la imagen de las cosas. La educación clerical del seminario, en donde sólo permaneció algunos meses, no ejerció influencia de ningún género en su carácter. «Desde pequeño – dice – los ritos de la religión, la forma de las ceremonias, me apenaban. No las veía más que por el lado ridículo.» Dícese que poco antes de morir buscó refugio en la fe, pero su razón estaba ya alterada, pues mientras se mantuvo sano no le atormentó la idea de la vida futura. Su filosofía, exclusivamente naturalista, se reducía a hacer constar lo que es, sin inquietudes, sin esfuerzo intelectual, sin remordimiento de conciencia. Salvo en las crisis de desanimación y de terror producidas por su enfermedad, se acomodó muy bien en la vida terrestre, y sólo pensó en gozar lo más posible de ella. Sus libros que, casi siempre, despliegan ante nosotros la bestialidad del hombre, podrán producirnos tristeza, pero esta tristeza no proviene del autor. De suerte que la moral le preocupa tan poco como la religión. Por un lado se desinteresa de todo lo relativo a la vida pública, al progreso social; por otro, no solamente no juzga a sus personajes, sino que no establece diferencia alguna entre lo malo y lo bueno. La única moral que le preocupa es una higiene prudente y previsora capaz de conservar nuestro organismo en buen estado, al efecto de gozar sin cansancio de los placeres de la vida.

Dar al sentimiento lo menos posible y no tener principio alguno moral, político ni filosófico, ni doctrina, ni escrúpulo, son condiciones excelentes para ser realista. Gustavo Flaubert lo fue antes que Maupassant, pero lo fue, valga la frase, contra su voluntad, violentándose para refrenar su sensibilidad. Entre Maupassant y Flaubert, el Flaubert de Madame Bovary, notaremos la diferencia esencial de que este último se domina y contiene, sometiendo el hombre al artista y consiguiendo por este medio lo que el autor de Notre Coeur logra lisa y llanamente porque su naturaleza es así.

«Mis personajes – dice – me impresionan, me persiguen; mejor dicho: yo estoy en ellos.» Cuando Emma se envenena, experimenta el sabor del arsénico y hasta padece sus efectos: dos indigestiones seguidas. Flaubert, como artista, siente repugnancia por «escribir cosas de su corazón»; pero no logra disimular su sensibilidad sino vigilándola, rechazándola. De igual modo repudia las tesis, las tendencias filosóficas o morales; pero así y todo tiene convicciones, y reprimirlas constituye para él un sacrificio constante. La estética de Flaubert prevalece sobre su humanidad. Maupassant, realista por instinto, indiferente a las teorías, a las discusiones, se diferencia en esto precisamente de Flaubert. Como no experimenta incertidumbres ni dificultades, describe objetivamente la Naturaleza, recoge imágenes. La Naturaleza, alterada por los mismos naturalistas, la refleja Maupassant sin prejuicio alguno. Y tampoco tiene una retórica, ni una estética suya, porque lo admirable en el estilo de Maupassant son sus cualidades impersonales, anónimas, la exactitud, la precisión, la rectitud. Nos muestra las cosas con tal transparencia, que no vemos al autor.

Maupassant no fue, como Flaubert, un estilista; pero se puede muy ser un gran escritor sin merecer ese adjetivo, o, mejor dicho, el estilista no suele ser un gran escritor. El estilista es Goncourt, de quien se burló Maupassant en el prólogo de Pierre et Jean; el gran escritor es Maupassant, que no tiene giros rebuscados y enfermizos, que no tiene afectación, que sólo trata de describir las cosas con la mayor claridad posible.

Si Maupassant no pone nada de sí mismo en sus escenas y sus cuadros, en cambio copia admirablemente la realidad. Mr. Maynial nos habla de sus excursiones con pescadores y campesinos, de su paso por los Ministerios de Marina y de Instrucción pública con objeto de observar las costumbres y los tipos burocráticos; de su aprendizaje en publicaciones periódicas, estudiando la vida de la Prensa; de sus relaciones mundanas, merced a las cuales pudo describir el gran mundo: Añadamos a esto sus cacerías en Normandía, sus viajes a Bretaña, Argelia e Italia. Ahí está toda su obra, porque no inventó nada, ni hizo más que describir lo que había visto.

Maupassant se abstuvo, aún en sus últimas novelas, de toda psicología. Un novelista psicólogo nos da rara vez la impresión de la realidad, porque debe intervenir a cada paso para explicarnos sus personajes, lo cual es contrario al realismo, que consiste en representaciones objetivas. En segundo lugar, cuando nos describen hechos reales, los damos por exactos siempre y cuando que sean verosímiles; pero desde el momento que se pretenden analizar los movimientos más secretos del corazón y de la conciencia, entonces, aún admirando la ingeniosidad del escritor, desconfiamos de ella, porque este análisis lleva aparejado mucho de subjetivo, de adivinación, por no decir de arbitrario. Maupassant, que pinta el alma por medio de la acción y del gesto, que se limita a mostrar los síntomas de la vida íntima, es, desde este punto de vista, mucho más realista que los novelistas de la escuela psicológica.

Consistiendo el arte en una modificación de la naturaleza, no hay realismo absoluto y en Maupassant mismo pudiera indicarse fácilmente la acción del artista sobre los materiales suministrados por la naturaleza; pero las razones ya dichas, es de todos los escritores franceses el que mejor ha visto la realidad y el que mejor y más exactamente la ha descrito.

 

 

Publicado en La Lectura. Revista de Ciencias y Artes. Enero de 1907

Fuente y propiedad de: Hemeroteca Nacional (BNE)

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