10 de septiembre de 1929

 

NATURALISMO, POPULISMO...

 

Se anuncia en París la fundación de una nueva escuela literaria: el “populismo”. Y en seguida pensarán los lectores aficionados a la literatura y los profesionales de ésta: “¿El populismo”? ¿El “populismo”? Eso no puede ser sino una variante del naturalismo. He aquí a Zola y Maupassant de nuevo”. No. Los fundadores de la flamante escuela, André Thérive y Léon Lemonnier, definen, precisan en un manifiesto lo que serán les romanciers populistes. Proclaman:

“Nos sentimos hastiados de los personajes chics y de la literatura snob. Queremos pintar el pueblo. Más, ante todo, lo que deseamos hacer es estudiar concienzudamente la realidad.

En cierto sentido nos oponemos a los naturalistas. Su vocabulario resultaría hoy anacrónico... Y también rechazamos como un peso muerto sus doctrinas sociales, que no hacen sino deformar las obras literarias.

Del naturalismo tomaremos lo que subsiste. A saber: la valentía en la elección de los temas, no rehuyendo un relativo cinismo ni una cierta trivialidad – arrostremos la paradoja – de buen gusto...

Vamos hacia la gente humilde, hacia los modestos y los mediocres, que constituyen la masa de la sociedad y en cuyas vidas también surge la tragedia. Y henos aquí a unos cuantos decididos a agruparnos bajo la bandera de André Thérive con el título de novelistas populistas.”

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El asunto está claro. Más que de la fundación de una escuela trátase de la reforma o rejuvenecimiento de la gran escuela naturalista, de un retorno a la realidad, al du vrai, toujours du vrai de Sainte Beuve. Camille Mauclair, que sigue su campaña contra lo que él llama “el demonio de lo nuevo”, vera en esto un buen síntoma.

Porque – es sabido – los movimiento novadores en pintura, en escultura y en música y las revoluciones en poesía, novela y teatro obedecen a la misma ley. O al mismo demonio... Al cansancio de lo antiguo, de lo “ya hecho”, de lo “ya gustado”. Tiene razón Mauclair cuando dice que “lo nuevo no ha sido nunca una base estética premeditada, sino el producto de un largo trabajo inconsciente!. Como la tenía Nietzsche al sostener que “todo lo óptimo es herencia”. Sí; pero herencia renovadora, vivificada, oreada. La copia, el pastiche, es siempre un cadáver. Ningún movimiento iconoclasta, en estética, puede destruir lo indestructible: el sentimiento profundo del orden, el espíritu clásico – si queréis – con que se han formado las obras que resisten al tiempo. Las modas, en arte no pasan nunca de galernas ligeras que desafían, victoriosas, las naves de lato borde.

 

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El naturalismo tenía el casco fuerte, las jarcias sólidas, y ha resistido a todos los ciclones. Como el bajel de Lutecia, cabecea, gime, pero no zozobra. Nadie pretende que la fórmula de los Goncourt, o la de Zola, o la de Maupassant, sean hoy admisibles en absoluto. Pero lo que tienen de viejo, de demodé, es lo accesorio: el lenguaje, la propensión al discurso. (Blasco Ibáñez, por ejemplo, epígono de Zola, no escribía, sino que pronunciaba sus novelas.) Y aquel afán de hacer política, de hacer moral y de hacer historia que convertía en unos grandes mentirosos a aquellos fotógrafos...

Maupassant es el único, entre todos los naturalistas franceses, a quien leen con fruto los novelistas actuales. Porque fue el mas natural de los naturalistas. Muchas narraciones de ahora – en todos los idiomas – no son sino Maupassant “puesto al día”. Yo lo he sostenido al hablar de El Blocao. Lo he pensado ante ciertas páginas del libro de Remarque. Y los jóvenes novelistas rusos siguen en numerosas ocasiones – Morand lo sostiene en L’Europe Galante – la pauta de Maupassant.

 

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¿Qué obras le deberemos a esta renovación o reviviscencia del naturalismo? En el fondo, la fórmula importa poco. La mejor literatura es la menos sistemática. el “populismo” – si triunfa – de André Thérive no eclipsará el “fantasismo”, el “irrealismo” de Giraudoux. Nunca se repetirá bastante que la obra maestra es independiente, individual, genial...

A nosotros nos parecen bien todas las escuelas, todas las tendencias, y hasta todas las locuras que sobrecogen al sensato Mauclair. Porque el escritor, el pintor, el músico y el poeta con personalidad no permanecen en la situación de discípulos sino el tiempo necesario para hacer “su obra”

 

Alberto INSUA

 

Publicado en La Voz, 10 de septiembre de 1929

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

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