La Voz, 25 de septiembre de 1925

 

UNA “RESURRECCION”

 

No recuerdo dónde, he leído que la lectura predilecta de Lenin eran los cuentos de Maupassant. Pero acabo de marear la página de L’Europe Galante, de Paul Morand – la 192 –, en que se dice que Goldvasser, bardo soviético, admira, “como la mayoría de los jóvenes alemanes y rusos”, a Maupassant. Goldvasser (¿cuál es su verdadero nombre?) explica su admiración:

“Maupassant –dice – es un gran escritor; pero no de ahora, naturalmente. Hay que rehacerlo. Yo tomo sus cuentos, uno a uno y los rehago...”

¡Qué más querría Goldvasser, por no decir Morand! D’Annunzio, más modesto – su único caso de modestia–, se contentaba con italianizar los cuentos del autor de Monsieur Parent, padre de Epíscopo y Compañía. Paul Morand le hace decir al poeta ruso lo que él piensa de Maupassant. Y no cabe duda: cualquier asunto de Maupassant puede ser tratado por el sistema o procedé de Morand. Y no importa qué asunto ni qué autor pueden ser puestos al gusto contemporáneo. ¿A qué gusto? ¿Al expresionista? ¿Al superrealista? ¿Al manimista? ¿Al etiopista?

Lo interesante en un libro de escritor francés de extrema vanguardia son estas palabras, refiriéndose a Maupassant: “C’est un très grand écrivain”. Y si se pretende que encubren una intención irónica, a mi culto por Maupassant le basta con que Morand repita lo que ya sabíamos: que en la Europa central y eslava la gente nueva admira a Maupassant. ¿No es esa “gente nueva” la destinada a fundar Eurasia, el paraíso rojo?

 

¡Y en Francia, durante más de treinta años, se había estado negando a Maupassant! ¿Por qué? Porque había tenido demasiado éxito – un gran éxito de público sin que hubiera forma humana de ponerle, como a un Ohnet cualquiera, hors de la litterature. ¿Por quién?  Por algunos de sus contemporáneos. ¿Envidiosos? No. Ansiosos de vivir a su vez, de triunfar, de gustar a todos los frutos de tierra y de morir locos, pero célebres, como Maupassant, o de extinguirse con beatitud en un sillón académico.

Maupassant estorbaba, irritaba. ¡Parecía tan fácil, tan injusta, su victoria! Un cuentecito, y, ¡paf!, el dinero, la fama, las mujeres...

Como Flaubert, su maestro (no de estilo: Maupassant no castigó nunca su prosa y escribió en un francés transportable; Flaubert rompió los primeros cuentos de Maupassant, y al fin, un día, en su santuario de Croisset, le ordenó cuentista), Huysmanns y Anatole France, Heredia y Mallarmé – y no digamos Zola – fueron entusiastas de Maupassant.

 

Ya antes de morir había sido tildado el autor de Notre coeur de “psicólogo rudimentario”, de “oportunista del naturalismo”, de hombre – decía el poeta Le Cardonnerl –“que no habla nunca al espíritu, la única cosa duradera y que hace los libros inmortales”. Maupassant fue enterrado en vida por sepultureros del cenáculo, y después – cuando la muerte se lo llevó de veras – fue cercada su tumba de tupidas masas de silencio.

Los libros de Maupassant continuaban siendo solicitados por “los viajantes”. La psicología “rudimentaria” de sus héroes seguían interesando a muchedumbres de lectores; el “éxito de librería” de Maupassant – como el de Balzac – tomaba caracteres de permanencia. Pero no se hablaba de Maupassant y no se le leía oficialmente en la república de los escritores... Digo oficialmente, porque ¡cuántos, cuántos novelistas y cuentistas nuevos consultabna, cunado no expoliaban, a Maupassant! ¿Era, acaso, el destino del très grand écrivain servir de resnullius, pero substanciosa, de la que todo el mundo podía apoderarse? Una vez y mil veces solían encontrarse – en volúmenes y revistas de todos los idiomas – cuentos sacados de Maupassant... Hubo quien consideraba sus obras como libros de cocina: todo se reducía a tomar la receta de un cuento y cambiarle la salsa, o la guarnición...

 

Maupassant –dicen los cronistas franceses – “redevient a la mode”. Pero los grandes escritores estarán siempre de moda para el lector sin prejuicios, para el lector “que lee por cuenta propia”, sin admitir las imposiciones de los snobs. Se puede admirar, adorar a Proust, pero a condición de que lo comprendamos y de que nos guste. Es admisible, es respetable el antimaupassanista, como lo es el antigaldosiano y todos los antis que se presenten... Lo odioso – y lo ridículo – es someter el arte, cualquier arte, a las pragmáticas de una escuela o a las predilecciones de un grupo. Lo triste es no tener valor para proclamar nuestro gusto.

Allí donde ciertos escritores muy “fin de siglo” acusaban a Maupassant de “psicólogo rudimentario”, yo admiro a un “psicólogo sintético”. Maupassant generaliza; si cataloga a los espíritus por series, prueba – en resumen – el gran parecido de los hombres entre sí; son muy escasos los espíritus selectos, los corazones inconfundibles. ¿Y qué es la psicología sino... interpretación, suposición? Yo doy por una síntesis de Maupassant todos los análisis de Bourget. ¿Es esto declararse enemigo de la psicología, del estudio detallado de los sentimientos, de la contemplación minuciosa de las pasiones? No. Es - sencillamente - admitir la visión de la vida de Maupassant, escritor-objetivo, como pudiera decirse que Stendhal es un escritor-sonda y Proust un escritor-microscopio.

Sea de todo esto lo que quiera, la memoria de Maupassant ha sido honrado estos días en Francia, y los escritores y los críticos ponen su nombre sobre el tapete.

El público – ese desdeñado gran público, que todos los escritores intentan seducir – no lo había retirado nunca.

 

Alberto INSUA

 

 

Publicado en La Voz, el 25 de septiembre de 1925. Año VI.– Núm 1.539. pág 1.

 

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para

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