Lectura, enero de 1920

La Ilustración Española y Americana, 4 de abril de 1920
 

MAUPASSANT Y SU OBSESIÓN POR LA MUERTE

 

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Relacionados con estos dos conceptos primordiales [la Inteligencia y la Materia] de la realidad se hallan, a nuestro parecer, las dos formas que reviste en la Literatura la obsesión de la idea de la Muerte.

La primera es la más ingenua, familiar y ordinaria. Es el puro miedo a la Nada, a la abolición total e irrevocable del dulce Yo, generador y centro del Universo, abolición que nos parece monstruosa y absurda, hasta el punto de que, mientras aceptamos la muerte de los demás, nos resistimos a creer en la posibilidad de la nuestra.

Abundan los ejemplos literarios de esta cobardía ingénita, irremediable, no exenta, cuando se la traduce con energía y sencillez, de cierta sombría grandeza.

Toda la obra de Maupassant está impregnada del sagrado terror que infunde la Muerte, soberana implacable de los hombres y de las cosas, semejante al sol, según el gran misántropo, en que ni el uno ni la otra pueden ser mirados fijamente.

En muchos de los admirables cuentos de Maupassant es Ella el protagonista, ya de un modo directo y brutal, ya representada por su heraldo siniestro la Vejez, que lenta e insidiosamente se posesiona del organismo, rubricando grotescamente la faz, despoblando el cráneo de cabellos y de ideos.

El amor en los viejos, el asunto risible  y melancólico del viejo enamorado, tema favorito de Molière y el mejor triunfo de Casimiro Delavigne, ningún otro poeta lo ha llevado al extremo de dolor y amargura, de tristeza y de misericordia que culmina en Fort comme la Mort, incomparable joya de la Literatura contemporánea.

Al propio abolengo sentimental corresponde la predilección casi  enfermiza del grand conteur por los ciegos, los inválidos, idiotas, los que Nietztsche llamó superfluos, por los insignificantes seres que pasan  por el mundo sin despertar afectos, sin dejar apenas huella de sí, y por los humildes, los desheredados, víctimas del egoísmo y de la injusticia de los fuertes.

Recuérdese la adorable silueta de la solterona en Par un soir de primtemps, el llanto de la viejecita al sorprender palabras de ternura que nunca la dijeron, que nadie jamás ha de decirla y en Rosalie Prudent, en Histoire d’une fille de ferme, la novela de la infeliz criada, más sola en el hogar de nuestras casas burguesas que el viajero extraviado en el páramo, medio espiritual propicio al contagio y florescencia de los vicios del amo, revelado con crueldad y fiereza por Octavio Mirbeau en Memoires d’une femme de chambre.

Pero ningún otro pasaje de la obra de Maupassant nos da la sensación terrible de la presencia de la muerte como la clásica escena de Bel Ami. Es un poeta viejo el que dialoga, paseando a altas horas de la noche por las calles de París, con el inefable protagonista de la novela.

“¡Oh! –le dice–, usted comprende lo que la palabra “Muerte” significa. Carece de sentido para las gentes de su edad. Para los viejos es una cosa terrible.”

(...)

La veo tan cerca de mí, que muchas veces me vienen ganas de extender los brazos para rechazarla. Cubre la tierra y llena el espacio. Los insectos aplastados en los caminos, las hojas secas que caen del árbol, las canas entrevistas en la barba de un amigo, me desgarran el corazón, me dicen a voces: “Aquí estoy.”

Este diálogo de Maupassant recuerda otro titulado “Un caso” del gran escritor canario Francisco María Pinto, muerto en plena juventud. Historia de los últimos meses de un tísico, sabedor de la sentencia irrevocable, nos sobrecoge de terror con su amarga e irónica desesperanza, su conmovedora nostalgia de la salud y de la fuerza, su implacable visión de la hora tremenda. Aquel caso era el caso de nuestro amigo inolvidable; por eso hiere tan adentro y con tanta crueldad.

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Fragmento del artículo Baudelaire y la obsesión de la muerte, por Luís y Agustín Millares.

 

Publicado en La Lectura. Revista de Ciencias y de Artes, enero de 1920
Publicado en La Ilustración Española y Americana, el 4 de abril de 1920.

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para

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