La Lectura, septiembre de 1912

 

GUY DE MAUPASSANT ÍNTIMO

por la Sra. X
La Grande Revue

 

Maupassant pertenecía a ese número de personas que no se entregan con facilidad espiritualmente, haciéndolo sólo en la intimidad. Expansivo con las mujeres, guardaba en sus relaciones con los hombres una actitud cortés y mesurada, evitando siempre las confidencias. Experimentaba extraño pudor, cierto embarazo para expresar sus sentimientos.

Su horror respecto de la vejez y la muerte era uno de los rasgos característicos de su espíritu. A pesar de ser físicamente fuerte, de poseer vida y vigor, el terror del infinito le obsesionaba a veces. No poseía lo que el llamaba el “genio del vacío”, veía claramente la disgregación del ser.

Si hablaba con terror de la muerte era porque amaba apasionadamente la vida. El menor detalle concerniente a su persona era para él interesante. Su destreza en los ejercicios físicos le enorgullecía tanto como su talento. La adquisición de su ropa le preocupaba seriamente; daba una enorme importancia a la decoración de su casa.

Le encantaban los niños, contemplando sus juegos y mezclándose a veces en ellos; pero nunca deseo tenerlos.

En pleno vigor tenía ya alucinaciones que le aterraban. “¿Os ha sucedido alguna vez, amiga mía, el encontrar extraño vuestro nombre en vuestra propia boca? A mi me sucede con frecuencia. Pronuncio mi nombre en alta voz varias veces seguidas; después no comprendo ya y al final deletreo las sílabas sin comprender nada. Entonces no sé nada, pierdo la memoria de todo y me quedo como alucinado, emitiendo sonidos cuyo valor no comprendo! “¿Sabéis que al fijar durante mucho tiempo mis ojos sobre mi propia imagen, reflejado sobre un espejo, creo perder la noción de mi mismo? En estos momentos todo se confunde en mi espíritu y encuentro extraño el ver reflejada aquella cabeza que no conozco. Entonces me parece raro el ser quien soy, es decir, el ser alguien. Y siento que si este estado durase un minuto más me volvería loco. Mi cerebro se vaciaría poco a poco de ideas.”

Le gustaban mucho los versos. Admiraba a Víctor Hugo, amaba las obras de Musset y Sully-Prudhomme; pero el libro que tenía a su cabecera era Las flores del mal. No admiraba extraordinariamente a nadie; pero elogiaba mucho y recitaba a menudo los versos de Baudelaire.

 

 

 

Publicado en La Lectura. Revista de Ciencias y de Artes, septiembre de 1912.

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para

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