El Liberal, 7 de julio de 1893

 

GUY DE MAUPASSANT

Necrológica

 

No nos ha sorprendido en verdad la triste nueva del fallecimiento del gran novelista francés, ocurrida hace tres días.

La muerte de Guy de Maupassant estaba descontada desde que hace algunos meses perdió el insigne escritor sus clarísimas facultades intelectuales y fue encerrado por su familia en un manicomio.

La ciencia desesperó de salvarle y le dio por fenecido desde luego para las letras, y en no lejana fecha para sus deudos amigos.

Y el vaticinio se ha cumplido en todas sus partes, sumiendo en el mayor desconsuelo a cuantos admiraban el maravilloso talento del narrador incomparable y consideraban al artista como una de las más preclaras glorias de la literatura francesa contemporánea.

Enrique Renato Alberto Guido de Maupassant, nació en el castillo de Miromesnil (Sena inferior) el 5 de agosto de 1850.

Fue sobrino y el mejor discípulo de Gustavo Flaubert[1], sobre el cual publicó en la Revue Bleu un notable y muy luminoso estudio, que llamó con justicia la atención general.

Pero la verdadera entrada de Guy de Maupassant en el campo literario se remonta al año de 1880, en cuya época figuró como colaborador en las famosas Soirées de Medan, para las que escribió el curioso episodio de la ocupación prusiana en Normandía, que lleva por título Boule de suif.

Resplandecen ya en estas primeras páginas todas las grandes condiciones de escritor que le adornaban, pudiendo asegurarse que la citada obra, a pesar de lo escabroso de su asunto, quedará como una de las mejores que han brotado de su pluma.

Aquel mismo año publicó una colección de poesías que contiene excelentes e inspiradas composiciones, y desde entonces permaneció siempre en la brecha, dando cada día nuevas pruebas del vigoroso poder de su fantasía creadora y del amor al trabajo que de continuo dominaba su espíritu.

Hasta el funesto instante en que perdió la razón, no cesó de escribir en periódicos y revista, y de dar a la estampa las novelas y cuentos que tan altísima reputación le granjearon dentro y fuera de su patria.

Testimonio de ello son la Maison Tellier, colección de novelas cortas que pueden ser consideradas como tantas otras obras maestras, pero cuyos resbaladizos argumentos se resisten al análisis; Mademoiselle Fifi; Contes de la Bécasse; Clair de lune; Une vie; Au soleil; Les soeurs Rondoli; Bel Ami; Yvette; Contes du jour et de la nuit; Mis Harriet; Contes et nouvelles; La petite Roque; Monsieur Parent; Tonie; Contes chosis; Mont-Oriol; Le Horla; Pierre et Jean; Sur l’eau, relato de un viaje hecho por el autor a bordo de su yate Bel ami, por la costa del Mediterráneo; Le Rosier de Madame Husson; Le main gauche y Fort comme la mort.

Guy de Maupassant ha colaborado en el Gaulois, en el Gil Blas, en el Echo de Paris, donde han visto la luz la mayor parte de sus novelas y cuentos, antes de ser coleccionados en la Nouvelle Revue y en la Revue Bleu.

En esta última publicó, entre otras obras, un pintoresco relato de sus impresiones de un viaje a Argelia, en las fronteras del Sahara.

Ocioso es consignar que casi todo estos libros han sido traducidos a infinidad de idiomas, contribuyendo su difusión a propagar por Europa y América la gloriosa fama de quien los concibiera, dándoles admirable y maravillosa forma literaria.

«Si el género y el fondo de las obras de Maupassant se prestan a la discusión y a la crítica – ha dicho Mr. Chantovoine – la forma en él es casi de todo punto irreprochable. Mr. de Maupassant es un narrador de pura raza. El contar bien es cosa que no se aprende, necesitándose para ello el don, el buen gusto  la costumbre, que son patrimonio del joven maestro.

El relato corre de un extremo a otro, sin ampliaciones inútiles, sin lentitud, a la francesa.

La frase tiene menos brillos y menos ritmo, pero también revela menos esfuerzo que la de Flaubert; menos tensión, pero en cambio, menos relieve que la de Merimée. Si el primero es un corolista y el segundo un grabador al agua fuerte, Maupassant es más bien un narrador y un prosista de primer orden. No abusa jamás de las descripciones ni de los adjetivos, que son casi siempre tan cómodos como superfluos.

Conoce el poder de una palabra colocada en el sitio que le corresponde y con una escala de tonos bien entendida, con un vocabulario claro y correcto, produce en breves líneas todos los efectos que la labor y la charlatanería de algunos estilistas no logra comunicar a sus escritos.»

Repetidas veces han tenido ocasión los lectores de EL LIBERAL de convencerse de la verdad que encierra el atinado juicio emitido por Mr. de Chantovoine, al leer los preciosos acentos de Guy de Maupassant, que han visto la luz en las columnas de nuestro periódico.

Admiradores fervientes del insigne novelista, deploramos su pronta desaparición del mundo de los vivos y nos asociamos al dolor profundo que la muerte de Maupassant ha debido causar a cuantos se han solazado en estos últimos tiempos con las originalísimas y brillantes creaciones del gran escritor que acaba de bajar al sepulcro.

¡Séale la tierra leve y goce eternamente de la gloria que sin reserva de ninguna especie ha de otorgarle la posteridad!

 

 

Publicado en El Liberal el 7 de julio de 1893

Propiedad y fuente: Hemeroteca Nacional

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para

http://www.iesxunqueira1.com/maupassant/


[1] Maupassant no era de ningún modo sobrino de Flaubert y no tenían ningún parentesco de tipo familiar, aunque circulasen rumores de que era su hijo. (Nota de J.M. Ramos)