El Liberal, 12 de agosto de 1892
 

Maupassant

 Recaída

Guy de Maupassant es, según el dictamen de los médicos que le asisten, un caso absolutamente perdido. Se ha iniciado en el enfermo la parálisis general...

 

Aleteo de buitres.

En el próximo mes de septiembre se pondrá a la venta el mobiliario de la casa que ocupaba Guy de Maupassant, en la calle Boccador.

 

Otra venta.

Se venderá también el célebre yate Bel-Ami del insigne novelista. ¡El yate que sirvió a Maupassant para expatriarse de la vida!... Vivía viajando – ya lo he dicho.– En el mar, arrinconado bajo la toldilla de su yate, recibiendo, para no asfixiarse con emanaciones de imbéciles y esclavos, bocanadas de aire libre sano que le enviaba el mar, misericordioso y grande. Guy de Maupassant está loco...; lo estuvo siempre, porque cuando se piensa y se siente tanto como ha pensado y sentido él, se vive en plena fiebre de locura, y la camisa de fuerza es el único traje para salir a la calle. ¡Pensar mucho y hondo, amar como amó Cristo, sentirse herido todos los días y a todas las horas, en las creencias y en las esperanzas, en las ideas y en los sentimiento, y pasear como un sonámbulo por las afueras del mundo, oyendo desde lejos rebuznos y relinchos de ganado humano!... Devuelto a la tierra, al fango de la existencia, ocupa el lugar que le corresponde: en el manicomio, con camisa de fuerza, abofeteado y herido, manando sangre como un Cristo en el Calvario de las letras que piensan y siente.

París llora el prematura fin de uno de sus escritores más predilectos; Maupassant era un gran talento, no por ser naturalista, puesto que no le hacía falta documentarse para brillar en la novela contemporánea. Téngole por el más eximio de los discípulos de Zola... y no me atrevo a decir que puede a veces más que el maestro. Tiene tanta ternura como él, y sabe a su igual desparramarla con arte, ternura exquisita del alma, que no han visto ni sentido, porque no pueden, a través de las abominaciones de La Terre, los lectores fríos de nacimiento; y si su corazón no es más grande que el de Zola, ni más brillante su paleta de paisajista, suele aventajarle en la manera de hacer, que se parece a la de Flaubert. Es menos cansado en las descripciones, y por lo tanto, más sobrio y pulcro. Bien que Zola no es solamente el jefe de una cátedra de análisis, anatomía y disección a pluma, con monstruosas exageraciones, merced a las cuales acaba de decir Lombroso que Ninon de Lenclos es la única mujer que no ha mentido; Zola es, además, o lleva a cuestas un mundo de injusticias y persecuciones sufridas con paciencia evangélica. Es un Cristo... que se venga. No escribe en el cielo, a la diestra del Dios Padre Todopoderoso; escribe en el Sinaí.– ¡Como Rocheford escribe en el infierno, ardiendo en vida!...

 

¡Buenos han llegado!... Maupassant que ya no tiene pluma que esgrimir, es un gallo Morón.

La cara de Zola es un surco por donde ha corrido largo tiempo la tristeza de vivir. ¡Todavía no le deja en paz la traílla de envidiosos que le han roído tanto los zancajos!.... ¡Todavía le mandan anónimos y le ofrecen estacazos!.... Gracias a que él puede esperar tranquilo a la puerta de su cabaña de Medan, como un viejo mastín que se limita a fruncir las cejas cuando pasa ladrando alrededor suya una jauría de perrillos falderos.

 

–¡Qué bien hubiera descrito Maupassant la peregrinación de la niñita rubia con ojos azules, encontrada ayer en la calle Montparnasse vagando al azar, con el trágico equipo de las chicas abandonadas, y dando por toda contestación: «Mamá está allá... abajo... muy abajo!...»

¡Con qué delicadeza no hubiera comentado la carta de la suicida  Margarita C: «Abandonada por mis padres y por mi amante, traicionada con él por la amiga que me inspiraba más confianza, no quiero vivir más; ¡bastante he vivido ya!... Que no se busque más lejos la causa de mi muerte».

Mejor que Zola lo hubiera comentado Maupassant; porque Zola no podría eximirse de «buscar más lejos la causa del suicidio», llevándose de una dentellada la piel de muchos perrillos falderos...

 

LUIS DE MADRID

9 de agosto.

 

Publicado en El Liberal, el 12 de agosto de 1892.

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional.

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