El luchador: diario republicano. Año 17. Nº 5190. 4 de febrero de 1929.

 

UN ESCRITOR OLVIDADO

 

por Ramón Pérez de Ayala

 

¿Es Maupassant un escritor olvidado? Maupassant en sus días, fue un escritor de gran público, a la par que muy estimado por la crítica. Después de su muerte, el nombre de Maupassant va sumiéndose poco a poco en el olvido literario. Las jóvenes generaciones literarias, desde los comienzos del presente siglo, jamás se acuerdan de él. ¿Es merecida esta preterición? En cuanto a si Maupassant continúa siendo escritor de público numeroso, carezco de datos precisos para dar una respuesta. Mi impresión es que las obras de Maupassant conservan todavía aficionados, lectores y adeptos numerosísimos, (por ejemplo en los Estados Unidos). Lo natural es que así sea. El renombre de Maupassant no se debió al incentivo y deslumbramiento de una chocante novedad literaria, sino a la simplicidad y perfección narrativas de este autor. La novedad pasa, la perfección perdura. Además, la literatura narrativa es la que, en todos los tiempos, desde los origines literarios, ha contado con el mayor público.

Hace tres o cuatro años se celebró en Paris la segunda reunión internacional del P.E.N. Club. En el banquete con que se cerró aquel congreso, hicieron uso de la palabra algunos grandes escritores de diferentes naciones. Entre ellos el gran novelista escandinavo Bojer, dirigiéndose a los franceses se expresó algo así a este tenor: “tenéis un escritor verdaderamente extraordinario, al cual se me figura que no le dais la importancia debida; y es Maupassant. Maupassant es uno de los primeros escritores del siglo XIX, y acaso el primero, como narrador”. Yo no pude asistir a aquel banquete. Un amigo mío que asistió me lo refería, así como la sorpresa, colindante con el estupor, de los colegas franceses. Mi amigo estaba también un poco sorprendido. A mi no me causó sorpresa alguna la opinión de Bojer. Lo que me sorprendería es que un escritor que cultiva la literatura narrativa y conoce por experiencia sus problemas y dificultades, no admire a Maupassant cada vez más en la medida que se le lee más y con más atención. Es tal su claridad y su maestría tan espontánea, que no es raro si pasan inadvertidas para el lector lego o distraído; tanto mejor.

Recuerdo haber leído, hace muchos años, en una notas íntimas de Tolstoy, su juicio acerca de Maupassant. Había mediado entre los dos correspondencia epistolar. Maupassant era el novelista francés que más interesaba a Tolstoy. Le tenía en predicamento del más talentudo escritor narrativo, y predecía que más adelante, en el declivio de la edad madura, llegaría a producir obras de auténtica genialidad, pues, a diferencia del lector vulgar y distraído, que juzga a Maupassant como un escritor ligero y sin ideas, Tolstoy comprendía que estaba en todo momento aquejado por la preocupación metafísico trascendental. Desgraciadamente, la plenitud prevista por Tolstoy se malogró, a cusa de la muerte prematura de Maupassant (murió a los 43 años de edad).

El singular, el peregrino talento del novelista, que Tolstoy atribuía a Maupassant, lo explicaba así, poco más o menos: “estamos varias personas en un tranvía. Nos examinamos los unos a los otros. Comenzamos por lo más externo; la manera de vestirse. Luego, la traza, la disposición del cuerpo; la fisonomía, los rasgos, la expresión, los ademanes, los gestos, el carácter. Por último, de los datos sensibles procuramos inferir la profesión del individuo, sus aficiones y pasiones, su psicología, su estado, su biografía, toda su vida pasada, cómo será el medio en el que habitualmente se mueve, la casa donde se recoge, etcétera. Pues bien, si a cada una de las personas se le pregunta cual ha sido el resultado de este examen y adonde le ha conducido esta indagación hipotética, hallaremos que estas personas son ciegas y estúpidas, que no saben repetir ni siquiera como iban vestidos los más, ni el color de sus ojos, ni mucho menos presumir de su vida misteriosa. Pues bien: se posee tanto mayor talento de novelista en la medida que con solo observar a los demás se percibe más cantidad de pormenores individuales externos, y estos pormenores se relacionan necesariamente con una manera de ser y de obrar, con la vida, en suma. No basta observar por fuera; hay que animar las observaciones e incorporarlas a la vida misma. Este talento lo poseyó Maupassant en grado supremo. Con solo mirar a un transeúnte, Maupassant se apoderaba del secreto de su vida”. (No aseguro que estas fuesen textualmente las palabras de Tolstoy; el sentido, sí. Repito que este juicio lo leía hace muchos años. Me impresionó y no lo olvidé.)

En efecto, las narraciones de Maupassant, aun las más triviales, y baladíes, nos producen la sensación de vida genuina. Establécenos contacto directo con el flujo usadero de la vida, sin interposición ni medianería del autor. Esa misma trivialidad de algunas narraciones de Maupassant nos deja tristes, con un dolor sordo y difuso, como el curso de las horas estériles en nuestra propia vida, cuando, con el corazón alicaído, no podemos menos de preguntarnos ¿Para qué vivo yo? ¿Para qué viven los demás? Todo esto ¿qué sentido tiene?

Quizás a causa de esta sugestión de nihilismo profundo y estoico que se desprende de la obra de Maupassant, Nietzsche le admiraba tanto, como narrador y psicólogo, porque veía en él el autor más fiel al sentido de la vida. De idéntico modo se derivó la veneración de Antón Chejow hacia Maupassant, a quien siguió e imitó en sus narraciones breves, si bien en el autor ruso el “tedium vitae” y la intuición nihilista trasparecen y se muestran de continuo; no así en el autor francés.

Apenas hay estudios literarios recientes dedicados a Maupassant. En la “Histoire de la Litterature Francaise contemporaine (1870 a nos tours)* por René Lalou, se le conceden hasta siete páginas, algo estrechas de criterio, y tendenciosas. Este libro acaso es la única guía completa de las novísimas tendencias literarias, retraídas así mismo hasta sus precursores y bautistas. Es un libro útil, por su información; pero sus juicios siempre son laterales y exclusivistas. Para el lector que de antemano no conoce los autores aquí juzgados, es un libro peligroso que le inducirá a tomar como unánimes y comúnmente recibidas opiniones arbitrarias y sin otro fundamento que el gusto personal del autor,.Libros así no debieran llamarse historia, sino más bien «Alegato o apología de ciertas tendencias literarias contra otras.»

Copio el principio de la referencia que de Maupassant se hace en este libro. Dice así:

«Maupassant es un notable cuentista y un delicioso narrador de novelas cortas; pero un estilista, un gran escritor… no, no. Así decía uno de los Goncourt. Sean cuales fueren los rencores que han inspirado esta frase a Edmundo de Goncourt, y aunque hacia esa fecha (9 de enero de 1892) se le acuse de cruel envidia, no por eso dejaremos de confesar que la posteridad en resolución, ha ratificado este juicio. Si en la vida de Maupassant, el éxito del autor de novelas eclipsó en ocasiones al autor de novelas cortas, el cuentista ha tomado ampliamente su desquite después, y nadie le disputa su puesto entre los grandes escritores franceses.»

Realmente ocupar un lugar de paridad entre los grandes narradores franceses no se comprende como pueda ser obstáculo para disfrutar, al propio tiempo, del calificativo de gran escritor.

Y en cuanto al fallo de la posteridad… cosa de treinta años es muy poca posteridad.

 

Ramón PEREZ DE AYALA

El luchador: diario republicano. Año 17. Nº 5190. 4 de febrero de 1929.

Digitalizado en el presente formato por José M. Ramos González, para:

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