Nuestro Tiempo, octubre de 1913

 

MAUPASSANT PATOLÓGICO

La Revue (15 de  agosto de 1913)

 

Una obra de arte es la naturaleza vista a través de un temperamento. En lo que concierne a Guy de Maupassant, ¿qué relación hubo entre su obra y su vida?”, pregúntase al articulista, Dr. Maurice Pillet.

Maupassant era guapo y robusto. Dan de ellos testimonio Zola, Roujan, Red.

Sin embargo, Maupassant sufría. Su casera de Lafrette, Mme. Levanneur lo dice: “En casa del señor de Maupassant, olía siempre a éter.”

Él mismo escribe:

“Hay momentos en que me llegan las percepciones tan claras de la inutilidad de todo, de la maldad inconsciente de la creación, de lo vacuo del porvenir (cualquiera que sea) que siento apoderarse de mí una indiferencia triste por todas las cosas, y quisiera solamente permanecer tranquilo, tranquilo en un rincón, sin esperanzas y sin preocupaciones... Yo digo, como San Antonio, todas las noches: “Un día más, un día más que ha pasado”. Parécenme largos, largos y tristes...”

La causa fundamental de los sufrimientos de Maupassant es conocida.

Guy de Maupassant debe ser puesto en esa categoría de degenerados que el profesor Pierret ha llamado “epileptizantes”, designando así a una clase de enfermos en los que la autointoxicación natural, intoxicaciones o infecciones desarrollan síntomas motores, sensoriales, sensitivos o psíquicos de formas explosivas, de formas de raptos y en los que lo más común es la crisis convulsiva vulgar.

Hállanse, en efecto, en Guy de Maupassant, una de las manifestaciones más característicos del temperamento epileptizante: la “jaqueca”.

Sus amigos, su casera, su criado reconocen la frecuencia y lo agudo de sus crisis neurálgicas, síntoma muy preciso, y que permite clasificar a Maupassant entre los epileptizantes.

Dejemos hablar al mismo Guy:

“...Iba a pasar una noche sin dormir. La jaqueca, el horrible mal, la jaqueca que tortura como ningún suplicio ha podido hacerlo, que tritura la cabeza, vuelve loco, extravía las ideas y dispersa la memoria como polvareda al viento, la jaqueca se había apoderado de mí y tuve que echarme con un frasco de éter bajo la nariz.

Durante diez horas tuve que padecer ese suplicio contra el que no hay remedio, y, al día siguiente, ligero como después de una convalecencia, marché a San Rafael.” (En el mar.)

La herencia de Maupassant era significativa. Su `padre llevaba una existencia disipada. Su madre, inteligente y culta, sufrió toda su existencia trastornos nerviosos. Su hermano, a los treinta y cuatro años, sucumbió del mismo mal que Guy, de una parálisis general.

Ya, a los quince años, padece Maupassant una debilidad nerviosa. Al salir del Liceo, se alista en el ejército, en la época de la guerra franco-alemana. Va después a Paris en 1871 como empleado en el Ministerio de Marina. Llega el triunfo de su cuento “Boule-de-seinf·” (sic), deja el Ministerio y se lanza al trabajo  a placeres violentos. A los treinta años, aparece como un hombre vigoroso acosado por la enfermad. Escribe a su madre:

“Me encuentro tan perdido, tan aislado, tan desmoralizado, que me veo en la necesidad de pedirte una líneas cariñosas. Experimento momentos de tanto abandono que no sé adónde dirigirme.”

Bebía éter, cocaína, haschis. A los treinta años, puede fijarse la personalidad de Guy de Maupassant: un aspecto físico excelente que oculta neuralgias violentas y perturbaciones nerviosas, un carácter muy alegre y expansivo, pero por explosiones, sobre un fondo dominante de melancolía y de máculas psíquicas. Todos estos signos afirman la presencia de una neurosis y las jaquecas indican que esta neurosis es una epilepsia.

Guy de Maupassant escribe todas sus obras de 1880 a 1890. La enfermedad  no ha cedido. Padece insomnios e incesantes dolores de cabeza, es de una sensibilidad excesiva al menor frío, no puede transpirar, en fin, consulta con varios médicos sobre una neuralgia oftálmica cuyas crisis menudean. Escribe en 1891:

“Mi muy querida madre:

“Me veo muy contrariado, porque tengo muchas cosas que decir, en respuesta a tu carta, y me es imposible escribir una línea. Todo trabajo de la vista me pone malo por todo el día. Necesito que mis ojos tengan un reposo absoluto Creo que mi paso por Niza les ha perjudicado en grande.

“Los tenía mejor cuando llegué aquí; luego, con el mal tiempo que atravesamos, han tenido una sensible recaída, con esa divergencia de la mirada que ya he tenido, por primera vez en Cannes, al escribir “Bel Ami”; después, el año último, en Cannes también, y luego en Niza, este mismo año.”

Estas perturbaciones llegan hasta la parálisis del ojo. Maupassant sensible y bueno, disimulaba sus sentimientos de una manera sistemática. Tenía accesos de misantropía, y cometía excentricidades cínicas. Una vez comió carne humana.

Una noche al salir el escritor de un círculo, vio caer a sus pies un carretero desde lo alto de su vehículo. Le hizo llevar al hospital, pero el desgraciado murió al llegar.

Lo extraordinario empieza cuando Maupassant rogó al médico, que era amigo suyo, que le diese un trozo de carne de aquel cadáver, una vez echa la autopsia. Al día siguiente hizo el médico lo que deseaba y Maupassant mandó a su cocinero que le preparase aquel pedazo de carne para satisfacer una curiosidad de antropofagia. Pudo decir entones, por experiencia, que la carne humana es insípida al paladar y que sabe a ternera sosa.

Los temas generales de sus obras: El miedo, la soledad, el amor, la muerte, no eran ficciones, sino obsesiones vividas. ¡Inanidad de la teoría literaria! Maupassant, con los naturalistas, quería ocultarse tras de su obra, y fue su alma grande, dolorosa, amante, humana y enfermiza lo que nos reveló.

 

 Dr. Maurice Pillet

 

Publicado en Nuestro Tiempo, octubre de 1913 (Madrid)

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para

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