Nuestro Tiempo, Tomo II. Julio-Septiembre 1905

 

LA ENFERMEDAD Y LA MUERTE DE MAUPASSANT

 

Mercure de France[1].

 

El barón Alberto Lumbroso acaba de publicar un volumen intitulado Recuerdos sobre Maupassant (Souvenirs sur Maupassant), con los subtítulos de: su última enfermedad, su muerte; con cartas comunicadas por Mme. Laura de Maupassant y notas recogidas por los amigos y los médicos del escritor. Lumbroso ha querido reunir todo lo que se sabe de Maupassant y ha tenido entrevistas a este fin con todas las personas que habían conocido al escritor. Este procedimiento es precioso para el trabajador, porque le proporciona documentos en su estado primitivo, sin la deformación que sufren al pasar por manos de personas extrañas. Ahora, reuniendo los materiales dispersos en el libro de Lumbroso y auxiliándome con algunos datos recogidos entre algunas personas que conocieron a Maupassant, durante la enfermedad, quisiera decir (escribe el articulista Luis Thomas) lo que sabemos actualmente sobre la locura de Maupassant. «No pretendo, confiesa, explicar por estos hechos la obra de Maupassant, ni siquiera una parte de su obra. Creo que en el caso actual hay que proceder con más tacto que nunca y precaverse de toda manía científica. Me limito a decir lo que se sabe de la muerte de un hombre que acabó como muchos otros; y contaré este fin como un alienista referiría un caso cualquiera.» Pero no oculta que ante este acontecimiento más trágico, porque se trata de la inteligencia, del poder creador de aquel buen cerebro límpido y sólido; y como decía Zola, bien inspirado aquel día: «...Un cambio de vida tan brusco, un abismo tan inesperado, que los corazones que lo han amado, sus millares de lectores, conservaron una especie de fraternidad dolorosa, una ternura decuplada y sangrante. No quiero decir que su gloria tuviese necesidad de ese fin trágico, de una resonancia profunda en las inteligencias, pero su recuerdo, desde que ha sufrido esa pasión horrible del dolor de la muerte, ha adquirido en nosotros no sé qué majestad soberanamente triste que lo exalta a la leyenda de los mártires del pensamiento. Aparte de su gloria de escritor, permanecerá como uno de los hombres que han sido más felices y a la vez más desgraciados del mundo, aquel en que sentimos mejor nuestra humanidad esperar y desgajarse, el hermano adorado, mimado, luego desparecido, en medio de lágrimas[2].

Mme. Laura de Maupassant, madre de Guy, afirmó siempre que la enfermedad de su hijo no era hereditaria. Esta afirmación provenía de las preocupaciones siguientes: que si fuese hereditaria, ella sería quien se la hubiera transmitido y que esta leyenda se hubiera prolongado hasta mi querida Simona, la sobrina de Guy, encantadora niña, el único consuelo que me queda en este mundo.[3]» Estos motivos, por muy respetables que sean, son débiles y pueden producir grandes errores, ya que no digamos mentiras, porque los sofismas de amor propio son algo inconscientes. Los hechos contradicen las afirmaciones de Mme. de Maupassant. Esta fue atacada, hacia 1877, de una afección que la molestaba mucho desde hacía tiempo y que tenía síntomas tan contradictorios, que ponían en berlina a los médicos. El doctor Lachronique y el esposo de la enferma creyeron que era el tenia. Pero su diagnóstico no es seguro, y tenemos razones casi tan poderosas como las suyas para decir que era una afección nerviosa. En efecto, no hay nada que tome «apariencias tan incomprensibles» como una dolencia nerviosa. La carta del padre de Maupassant, que me sirve, está consagrada a combatir esta hipótesis que asustaba a Mme. de Maupassant[4]. Dice así Gustavo de Maupassant, padre de Guy, escribiendo al Sr. Jacob: «Mi mujer ha llegado a tal paroxismo de furor, que con el menor motivo tiene ataques terribles que es imposible ocultar a la niña (la hija del hermano de Guy, Hervé, y a quien alude la madre de aquél en la frase citada) y que le causan un mal enorme. Desde hace ocho días mi esposa estaba sin noticias de Guy; su cerebro se turbó y estaba inabordable; trataba a mi nuera (la viuda de Hervé) como la última de las mujeres; arrastraba por el fango a la familia de ésta, y el sábado, en un ataque, echaba de su habitación a María Teresa y la ordenaba que volviese con su familia...» Agrega que mientras estuvo sola con su nieta en la habitación, aprovechó la oportunidad para tirarla de los pelos y estrangularla con su trenza.[5]

Ahora falta la enfermedad de Hervé. En una carta del padre de Maupassant a su esposa, háblale de su enfermedad diciéndole: «que Hervé la ha contraído por herencia tuya y debía existir en él mucho ha». Hervé, pues, fue atacado de una afección que acusaba los mismos síntomas que los de su madre. Era un predispuesto. Y el fin de Hervé no está en desacuerdo con tal hipótesis. Mme. de Maupassant ha dicho a Adolfo Brisson: «Hervé había sufrido una insolación que determinó en él desórdenes cerebrales»[6]. Estos desórdenes fueron una parálisis general. Por lo menos, es una coincidencia que los dos hermanos tuviesen el mismo fin. Además, como la parálisis general no es consecuencia necesaria de todas las insolaciones, noto esta frecuencia de las afecciones nerviosas en la familia de Maupassant. En resumen, podemos decir casi con seguridad: Maupassant estaba predispuesto, por herencia, a las afecciones nerviosas, y especialmente a la parálisis general. Bien sé que todas estas frases no tienen un gran valor científico, porque no todos los hijos de paralíticos generales están propensos a esa enfermedad. Pero como se dice en términos de laboratorio, Maupassant tenía una «herencia cargada».

Está admitido que los propensos a afecciones nerviosas pueden evitarlas a veces por una buena higiene. Maupassant llevó, desde su llegada a París, una vida extraordinariamente fatigante. Era un hombre de una fuerza física excepcional y abusó de ella. Sus hazañas de remero son conocidísimas, así como su afición al bello sexo y lo bien que éste le correspondió. Su fecundidad literaria es un fenómeno que asombra a los más trabajadores. Prefiero tomarlo en dos épocas de su vida, bastante distintas, y demostrar que en todo tiempo Maupassant abusó de su constitución. Sé, en efecto, de muchas personas que piensan que Maupassant, burócrata, no trabajaba intelectualmente, y que Maupassant, escritor, había suprimido toda actividad física. Estas son dos hipótesis muy lógicas; pero la vida de Maupassant se sale de los cauces ordinarios de la realidad.

Cuando estaba empleado en el Ministerio, Maupassant habitaba un arrabal, se levantaba al amanecer para remar, iba a París a las diez, volvía por la tarde, remaba de nuevo y se acostaba muy tarde. El más excelente remero de Oxford creería que esta higiene era excesiva; pero Maupassant no se asustaba porque trabajaba intelectualmente, escribiendo una comedia libre, versos, novelas cortas y novelas que no hemos conservado; en una palabra, aprendiendo su oficio, de suerte que, al hacer su debut, era un maestro en la época de su madurez[7]. Por lo que atañe a la vida sexual, la correspondencia de Flaubert nos dirá algo: «Siempre con las mujeres, grandísimo cerdo», le dice el 25 de octubre de 1876[8], y dos años más tarde: «Se queja usted de las mujeres, que son monótonas. Hay un remedio muy sencillo; abstenerse. ¡Demasiadas p...! ¡Demasiado ejercicio! ¡Demasiado remar! ¡Sí, señor!» El buen Flaubert, romántico en materia de higiene, viene a ser, en cierto modo, la causa de esos excesos. Porque en la misma carta le dice: «Hay que trabajar más, entiéndame usted bien, joven. Usted ha nacido para hacer versos; pues hágalos. Todo lo demás es vano, empezando por sus placeres y su salud; échese usted el saco a la espalda. A su salud le irá bien con que usted siga su vocación»[9]. Esta observación es de una filosofía o más bien de una higiene, profunda sin duda, pero que da risa, por los resultados que originaría. Flaubert generalizaba y daba como  máxima universal lo que únicamente era aceptable con su temperamento y sus costumbres.

Cuando Maupassant fue hombre célebre cesó la vida de oficina, pero fue para entregarse a la producción más extraordinaria. Es cierto que escribía aprisa y sin corregir casi, pero era porque rumiaba mucho sus cuentos antes de ponerse a ellos, y váyase lo uno por lo otro como resultado patológico; la fatiga es idéntica. Sin embargo, trabajaba cinco horas por día. «Guy trabajaba metódicamente todas las mañanas desde las siete hasta las doce, refiere Mme. de Maupassant; escribía por término medio seis páginas.[10] Y lo que es más grave: Maupassant usó, durante las últimas épocas de su vida, excitantes artificiales del pensamiento (éter, haschish, cocaína, sinfonías de olores, etc.)[11]. No abandonó por eso los ejercicios físicos, amando su yacht Bel Ami más que una mujer (por lo cual no hay que reprenderle). Además, se dedicó a esa vida mundana, tan fatigosa para un hombre, que no la conoció hasta los treinta años. Y conoció mujeres más peligrosas que la petite Mouche y todas las muchachas con que hasta entonces se contentara. Maupassant siguió siendo siempre el que era en su juventud, entrando en casas de niñas mientras Bourget quedaba a la puerta[12]. Después de todo esto, no tenemos más remedio que suscribir las afirmaciones del doctor Glatz, que cuidó a Maupassant en Champel en 1891, y que dijo: «Maupassant quemaba su bujía por dos extremos... Por su método de vida era un candidato a la parálisis general.»

Después de estudiar las causas de la enfermedad de Maupassant, el autor corrige una nota de Lumbroso, que indica que la parálisis general de Maupassant fue consecuencia de una antigua sífilis, sigue la evolución de la enfermedad, que se inicia en 1880 por la afección de la vista, que consistía en la dilatación de la pupila, y se agrava en 1890 con aquellos dolores que él tomaba por influenza y se declara como demencia furiosa, precipitada por un desengaño de amor a principio de 1892 y termina con la muerte el 6 de julio de 1893.

 

 

Publicado en la Revista Nuestro Tiempo.

Tomo II. Julio a Septiembre 1905.

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant


[1] 1 de junio.

[2] Discurso sobre la tumba de Maupassant.

[3] Cita de Lumbroso, páginas 148, 149

[4] Compárese con esta carta que Lumbroso ha publicado, en las páginas 111-116, y especialmente con este pasaje: «El tenia, del cual no se ve huella alguna, cinco veces por día, afecta la formas de todas.»

[5] Esto es falso. En la carta referida explica que quién quiso estrangularse con sus cabellos fue la propia Laure, hasta el extremo que hubo necesidad de cortárselos para que no lo volviese a intentar (Nota. de J.M. Ramos)

[6] Citado por Lumbroso, página 149.

[7] Boule de Suif se publicó en 1886. Maupassant nació el 5 de agosto de 1850.

[8] Correspondencia, IV, 246

[9] Ibid, carta del 18 de julio de 1878, IV, 302

[10] Citado por Lumbros, 889.

[11] Lumbrosdo, 56 y 94

[12] Vease esta anécdota soberbia en Lumbroso 666, 563.