Nuevo Mundo, 10 de diciembre de 1908

 

EL CASO DE SWINBURNE (1)

 

La noticia es ya pública: el premio Nobel de la sección de Literatura ha sido otorgado este año a Sir Algernon Charles Swinburne. Este gran poeta inglés, víctima frecuente de las odiosas depredaciones del piratesco Gabriel D’Anunzio, yacía sumergido en un lamentable olvido. Verdad es que nunca gozó de la celebridad: su aristocratismo intelectivo, su superba estética repugnaban al común sentir, amigo de las «maneras» clásicas, hostil a cualquier novedad, por insignificante que sea; además, su obra, de una belleza extraña, era, es, y será siempre ingrata para el buen «filisteo». Sin embargo, hace algunos años, estuvo a punto de alcanzar la celebridad. Fue en 1886. Se hallaba en Calais (Francia). Una tarde, hastiado de vivir –¡oh, maldad del esplin!– se arrojó, desde un malecón al mar. Ya había ingurgitado crecida cantidad de salitrosa agua, cuando un fuerte brazo lo cogió por el cogote, remolcándolo hasta la orilla. Su salvador era Guy de Maupassant. Entonces se inició entre ellos una noble amistad, que sólo pudo interrumpir la temprana muerte del discípulo predilecto de Flaubert. El autor de El Horla consiguió, tras muchas inútiles tentativas, de Mr. Calman –librero de escasa importancia en aquella época – el que se publicara en francés Los goces malditos, primera obra de su nuevo amigo. Al frente de esta edición, Maupassant puso un vehemente prefacio, ditirámbico en demasía. Esto dañó mucho al libro en cuestión: empezaba entre los hombre de letras de París, a dudarse de la razón de Guy; había, también, otra circunstancia, y era lo dudoso de su gusto; tenía una inexplicable predilección por las mujeres feas. Zola y Alexis así lo aseguran. Este último en una carta a Brulat aseguraba haber visto a Guy del brazo de «una esquelética criatura de catorce años, bizca, chata y coja». Aunque tales defectos son muchos para una sola persona, nadie puede dudar de Alexis, hombre sincero y serio si los hay.

Por esto fue indiferente para Swinburne la traducción de su libro. Ella no le aumentó nada el nombre. Los que aseguren lo contrario no saben lo que se dicen.

La labor poética de este altísimo vate, superior por muchos conceptos a Oscar Wilde, se divide en dos fases. En la primera se acusa fuertemente la influencia de Baudelaire, tanto que entre Las flores del mal y Los goces malditos casi no existe diferencia de importancia. Hay en ambos libros igual arte e idéntica maldad.

La segunda fase corresponde a su conversión; la obra de este momento es inefablemente cristiana. Tiene la noble sencillez, la inmensa dulzura de los Evangelios. Exhala un grato perfume teologal.

No se sabe a cual de los dos «modos» han premiado los jueces suecos. Examinándolos desde el punto de vista estético, es difícil, muy difícil, dictaminar acerca de la supremacía de uno sobre el otro, pues, aunque contrarios en sentimientos, son hermanos en cuanto al merito formal y técnico.

 

DORIO DE GÁDEX

 

Publicado en Nuevo Mundo el 10 de diciembre de 1908.

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para

http://www.iesxunqueira1.com/maupassant

 

(1) El presente artículo está repleto de falacias. La más obvia es que en 1908 el Premio Nobel de Literatura se concedió al filósofo alemán Rudolf Christoph Eucken (Nota de J.M. Ramos). Swinburne jamás recibió el Nobel de Literatura. (Nota de J.M. Ramos)