LAS MIL Y UNA NOCHES DE MAUPASSANT
El País 1 de marzo 2009
Cuentos
esenciales
Guy de Maupassant. Traducción de José Ramón Montreal. Ilustraciones de Ana Juan.
Mondadori. Barcelona. 2008. 1264 páginas. 38 euros.
De los 350 cuentos que llegó a escribir Guy de Maupassant el lector va a
encontrar en este libro 119, lo que indica que nos hallamos ante una sólida
antología del genial cuentista francés que pasó su vida atormentado por las
caricias sombrías de la locura y las pulsiones suicidas, y que a pesar de eso (y
de las supuestas distorsiones del discurso que solemos atribuir a los dementes)
dejó tras él una obra transparente, bien adjetivada y de una elegancia y una
musicalidad del todo envidiables. Maupassant es uno de esos escritores que hay
que leer para aprender a escribir pues tiene todas las virtudes con las que
solemos identificar a los maestros. Discípulo predilecto de Flaubert, que creía
en la "palabra justa", hizo suyo el legado de su mentor asegurando que "para
cualquier cosa que se quiera decir hay una palabra para expresarla, un verbo
para animarla y un adjetivo para calificarla".
La identidad entre la palabra
y la cosa puede ser un espejismo cómo piensan los que niegan sustancialidad al
lenguaje, pero creer en ella ayuda a esmerarse en la adjetivación (y no
olvidemos que los adjetivos son la moral del escritor así como su sistema de
valoración del mundo). Y el sistema de valoración del mundo que se desliza en
los cuentos de esta antología nunca llega a ser cruel, aunque si muy penetrante
y a veces duele en el pensamiento y en el corazón.
Una de las máximas
virtudes de esta antología, concebida con inteligencia y amplitud es que a
través de ella vamos detectando las vicisitudes físicas y mentales por las que
fue pasando Guy de Maupassant, así como su trayectoria propiamente literaria. Es
observable por ejemplo cómo Maupassant se va deslizando desde un naturalismo
reposado y flaubertiano, detectable en Bola de sebo, a un naturalismo
cada vez más extrañado e inquietante (en su fondo nunca en su forma) pues
Maupassant nunca fue un autor descuidado. Naturalismo extrañado de cuentos como
en Saint-Antoine, El regreso, Un hijo, que le irán
conduciendo a narraciones de carácter alucinatorio en las que llevará a cabo una
exploración de su propia locura y de los estados más negros del alma. Se trata
de una tendencia bien clara en relatos como La muerta, Un loco, Las
sepulcrales, La noche, Lo horrible, La madre de los monstuos, La cabellera,
y muy especialmente en El Horla, del que aquí aparecen dos versiones, lo
que indica hasta que punto le obsesionó a Maupassant este cuento, estrechamente
emparentado con William Wilson de Poe, y donde percibimos una de las
claves más trágicas de la locura de Maupassant, acosado por su enemigo interior
y por lo que él llamaba "el desorden desconocido", en oposición al desorden
conocido y soportable, que se abatía sobre él sobre todo por la noche (y no hay
que olvidar que la noche es un leitmotiv en los cuentos de Maupassant),
cuando esperaba el sueño "como quien espera al verdugo", y sentía que alguien
poseía y gobernaba su alma y lo convertía en esclavo de las más pavorosas
pulsiones. Situación que le condujo al intento de degollarse a sí mismo y a la
muerte, no mucho después, en un asilo mental. Hechos bien penosos que no deben
crear en el lector la impresión de que la vida de Maupassant fue sólo un
infierno y que sus cuento sólo tratan de los estados crepusculares del espíritu,
pues de todo hay en la vida y la obra de Maupassant, y si algo lo caracteriza
como cuentista es su deslumbrante diversidad y su capacidad para expresar todas
las emociones del cuerpo y el alma.
Jesús Ferrero
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