La Revista Blanca, 15 de mayo de 1933

 

LA UNIDAD DE LA OBRA DE MAUPASSANT

 

La primera recopilación de cuentos publicados por Maupassant, con el título «La Casa Tellier», parece un resumen de todo lo que había de escribir en adelante; podríase considerar como un programa. «La Casa Tellier» representa un género del cual estaban destinadas a depender «Señorita Fifí», «El amigo paciente», «La Cama 29», «El medio de Roger», «Ça ira», «Salvaje», «La Baronesa», «Los veinticinco francos de la Superiora». «El Puerto». Si Maupassant hubiera querido clasificar, a la manera de Balzac, sus obras por categorías, hubieran podido agruparse bajo el título general de «Estudios de muchachas». En «El papá de Simón» y en «Historia de una moza de labranza», Maupassant trata uno de los temas que le asaltaron durante toda su corta vida literaria: el niño, el fruto de los breves abrazos, y que, remordimiento o consolación, existe y resta cuántas veces lo recomenzó con «Un hijo», «El niño», «En los campos», «Astucia», «Noche de Navidad», «El pequeño», «Humilde drama», «La Martina», «El bautizo», «Reencuentro», «Adiós», «El abandonado», «Un  parricidio», «El armario», «M. Parent», «Verdadera historia», «Concluido», «Señorita Perla», «La confesión», «La ermita»., «Rosalía Prudent», «El padre amable», «El padre», «Duchoux», «Divorcio», «Hautot padre e hijo». «La inútil belleza», «Mosca» y para terminar citaré esas dos obras maestras: «Pedro y Juan» y «El campo de los olivos» (que Taine comparaba a las mejores producciones de Schiller). Examinó el problema en todas sus formas, lo trató bajo todos los aspectos y maneras, cómica y dramáticamente, pero, no obstante, estuvo, sin cesar, atormentado por él[1].

En «La mujer de Pablo», aborda otro gran tema: las perversiones. Asunto difícil, pero susceptible de tentar al analista y al psicólogo. También, en esta materia, se reveló como un maestro. La lista de obras que sería necesario agrupar a continuación de este primer ensayo, es larga y sin límite preciso. El deseo que conduce al suicidio de Olivier Bertin en «Fuerte como la muerte», es muy turbio y es su polo opuesto ese impulso del «Cerdo de Morin», que no es otra casa que un corto instante de locura erótica. Atestiguan la ciencia o la intuición de Maupassant en esta materia, las obras «Señora Bautista», «M. Jocaste», «La tumba», «La pequeña Roque», «La cabellera», «Un caso de divorcio», «El vagabundo» y «La máscara».

Había leído a Sade, y, en particular, «La filosofía en el retrete». Los discursos de Dolmancé, el héroe del marqués, que en el círculo de amigos de Flaubert se le llamaba «el Viejo», los encontramos, con evidencia, en algunas de las novelitas de Maupassant y, particularmente, en «Las caricias», y, aun también, en «Una noche». Hubieran convenido asimismo a Mme. de Saint Age, los placeres de «Julia Romain». Moiron, el maestro, que, habiendo perdido a sus hijos, mata a sus alumnos «para que Dios no sea solo en conocer el goce de suprimir vidas» habla delante del jurado como Dolmancé y el caballero de Mirvel. No hay solamente analogía flagrante en las ideas, sino también una gran semblanza en la forma del discurso. «Amor» produce igual sensación en el espíritu del lector. En «Un loco», «M. Parent», la obsesión es analizada con una sorprendente exactitud, al mismo tiempo que la apología del crimen, hecha por el criminal, recuerda las frases de la Delbène, en «Julieta». Y así se podrían multiplicar los ejemplos...

«Sobre el agua» nos revela también una de las preocupaciones más vivas de Maupassant: esa inclinación  hacia lo sobrenatural y lo misterioso, que le atormentó hasta el fin. El terror del viejo batelero, que hizo a Maupassant el relato de una noche pasada en la barca, retenida inmóvil por el cuerpo de un ahogado, lo encontraremos bajo muchas formas y en varios cuentos. Apareció, antes de esa última recopilación, en la primera obra en prosa de Maupassant: «La mano despellejada», publicada en el Almanaque de Pont-à-Mousson en el año 1875. Las alucinaciones, la locura, han sido uno de los temas con más frecuencia tratados por el «novelliere» normando. Demuestran el gusto del autor por el misterio, o la necesidad de liberar su espíritu de obsesiones que le asaltan, las novelas «Magnetismo», «¿Loco?», «El miedo», «La loca», «Cuentos de Navidad», «Señorita Cocotte», «La aparición», «Suicidios», «¿Él?», «Misti»,«Un cobarde», «Soledad», «Un loco»,«Berta»., «A vender», «El hostal», «Le Horla», «Señora Hermet», «La muerta», «La noche», «La adormecedora», «¿Quién sabe?», «Sueños».

En fin, otro grupo, y no menos repleto, comprendía el estudio de costumbres, las aventuras, en donde el amor es el resorte y que, cómicas en apariencia, muestran a menudo la trágica esclavitud del hombre a la gran ley de la naturaleza. Son innumerables los cuentos que, en la obra de Maupassant, proceden de «Una salida de campo», y que, bajo su aparente alegría, ocultan el más profundo pesimismo. Morin es, para toda su vida, la víctima de un minuto de locura. Ni la historia de José, ni la del capitán de Fontenne, ni la de «Las espinas», ni «El signo», son muy alegres, y el grupo de las farsas, levantadas del numen y vibrando como una carcajada, se encuentran escasamente. Podrían alienarse a continuación las novelas rústicas como «La bestia de maese Belhomme». «Un normando», «La confesión de Teodulo Sabot»., «Una venta», «El conejo», «Farsa normanda», pero, sin embargo, se dudaría de colocar en el cuadro «El paraguas», «El mal de Andrés», «Los zuecos», «El pastel», «Una tertulia».

 

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Un años después, aproximadamente, de la aparición de «La Casa Tellier», en las ediciones Havard, Maupassant dio a Kistemaeckers la «Señorita Fifí», así como también «El tizón», «La cama», «Un despertador», «Palabras de amor», «Una aventura parisiense», «Marocas». Esta fecundidad, no adquirida en detrimento de la cualidad, sorprendía a sus amigos. «De improviso, remarca Enrique Céard, en la Revista Ilustrada del primero de abril de 1888, en donde se publicaba «Fuerte como la muerte», la actividad, antes puramente muscular de M. de Maupassant, se transformó en actividad literaria y, concentradas en su tintero todas sus fuerzas disipadas en ejercicios corporales, hicieron del escritor penoso y tímido del principio, un escritor ligero, fácil y de una fecundidad que, comparada con la de su pasado, se nos muestra extraordinaria.

La «Señorita Fifí» se parece a «Bola de Sebo». La intriga de este cuento célebre, como el de «La Casa Tellier», podríase llamar el folklore de las «calles cálidas» rouannesas. Maupassant es un precursor, sobre las huellas del cual su compatriota Juan Lorrain se empeñó en continuara la marcha veinte años más tarde, al escribir «La Casa Filiberto» y al facilitar el camino a los especialistas del «medio». Pero en la obra misma de Maupassant, otras novelas tienen el mismo origen: «Los veinticinco francos de la Superiora» y «El amigo Paciente», el extraordinario Paciencia que, mimado por la fortuna, gordo y satisfecho, se frota las manos, echando sobre el lujo que le rodea una mirada a lo Napoleón, y grita con voz triunfante y llena de orgullo: «¡Decir que he empezado sin nada...! ¡Mi mujer y mi cuñada...!» Pero a ese grupo ya definido de «Estudios de muchachas», es necesario añadir otro ciclo, al cual pertenecen asimismo «Bola de Sebo» y «Señorita Fifí»: el de las historias de guerra.

Ellas son muy numerosas y variadas, y su lista una evolución de su autor, al principio más inclinado a describir los aspectos menos nobles, y, `por así decirlo, los bastidores del gran drama («Walter Schnaffs», «Saint-Antoine»). Después fue adquiriendo por momentos, sobre todo hacia el fin de su vida, una exaltación patriótica, cuya causa puede verse clara en el «Diario de François Tassart», «Un duelo», etc. Pero, entre estos sentimientos externos, a veces la guerra no es más que el relato de una especie de fondo secreto, el recuerdo de memorias lejanas que dan una nota conmovedora, como al final de la novela titulada «La Bigotes». Sea como fuere, este grupo de narraciones de la guerra sería suficiente para componer un volumen en el que se podrían ordenar, con los títulos ya citados: «Dos amigas (sic)», «El padre Milon», «Tomboctou», «La madre Sauvage», «Horrible», «Los reyes», «La cama 29», «La loca» (En la «Bécasse»), «Un golpe de Estado», «Las ideas del coronel» y, anteriormente «El matrimonio del teniente Laré», «Los prisioneros». Más allá de sus recuerdos personales, Maupassant utilizó para sus historias de guerra los relatos de aldeanos de cuyos pueblos se apoderaron los alemanes. Ha sabido describir páginas que por su conmovedora sobriedad se colocan en la primera línea: «El padre Milon» y «La madre Sauvage»-

Pero en este intervalo, llevó a su editor parisiense la gran novela «Una vida», que apareció en 1883 y en la que trabajaba desde hacía mucho tiempo, a la par que escribía sus cuentos.

Lo prodigioso es que lograra escribir un obra de tal envergadura al tiempo que suministraba a los periódicos y revistas los originales de las colaboraciones que se veía obligado a dar. En este mismo año 1883, aparecen, además de «Una vida», los «Cuentos de la Bécasse», ediciones Rouveyre; un prefacio para una reedición de «Thémidore o La historia de mi amante» de Godart d’Aucour, editorial Kistemaeckers; un prólogo para «Aquellas que osan» de René Maizeroy, ediciones Havard; otro prefacio para «Los tiradores de pistola» del barón de Vaux, en la editorial antes citada; un largo artículo necrológico sobre Torugueneff (Gaulois, septiembre), y, además, un importante estudio sobre Emilio Zola, publicado en la Revue Bleue. Verdad es que para «Una vida», Maupassant ha utilizado varios cuentos que no fueron, en realidad, más que esbozos, trazados ligeramente. El ejemplo más claro es «El salto del pastor», publicado en el Gil Blas del 9 de noviembre de 1882, y que comprende dos episodios principales de «Una vida», en donde se reencuentra el abate Tolbiac. «Por una noche de primavera» (Gaulois 7 de mayo de 1881) y «Viejas cosas» han dado también algunas páginas a esta gran novela. «La cama» (Gil Blas, 16 de marzo de 1882) y «La Velada» (ídem 7 de junio de 1882), se encuentran asimismo al final del capítulo IX de «Una vida»: «Cuando Juana, abriendo un secreter, halla cartas de su madre, velando su cadáver, y , entre los papeles de familia tropieza con una correspondencia amorosa que le revela que su venerada madre ha sido, en otro tiempo, la amante de Pablo de Ennemare». Es un gran error separar el novelista del cuentista: la utilización, así puede decirse, de éste por aquél es constante y se hallará cuando se estudio la composición de «El buen mozo» y de «Pedro y Juan». El Sr. Maynial ha puesto de relieve que «Una vida», como las grandes novelas de este periodo, son verdaderas producciones del terruño normando: la novela entera, aparte el episodio del viaje de novios, se desenvuelve en el país de Caux. «Se puede decir, remarca Maynial, que en una novela en donde los incidentes se amontonan tan numerosos y alguna vez de forma tan incoherente como lo son en una existencia real, es la unidad del lugar la que crea la unidad de la acción; el autor logra familiarizarnos con el país de Caux, presentándonoslo como medio natural y necesario a sus personajes, de tal forma que nosotros no separamos ya el desenlace del paisaje que les envuelve y al que éste presta su realidad. Se sabe muy bien, hoy, lo que es real dentro de la simplicidad trágica del relato y el epígrafe del volumen «La humilde verdad», podría ser estrictamente verificado».

Todos los artistas han sufrido –consciente o inconscientemente – la preocupación de la unidad. Maupassant no se ha librado de esta ley. Por diferente, por dispares que parezcan al primer momento los temas que escogió y la manera como los trató, no se necesita, sin embargo, hacer un gran esfuerzo para percibir el lazo secreto que los une y que da a una obra un sentido profundo y su pleno valor.

 

RENÉ DUMESNIL

(Traducción de María Anguera)

 

 

Publicado en La Revista Blanca, 15 de mayo de 1933

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para

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[1] Los psicoanalistas no dejarían de ver en esto una prueba de las revelaciones hechas el 11 de diciembre de 1903 por un redactor de L’Eclarir, y que, después de un artículo de Paul Mathieux, en la Liberté del 3 de septiembre de 1926, fueron objeto de una investigación de A. Nardy, en L’Oeuvre. Nardy encuentra tres hijos que Maupassant tuvo en 1883, 1884 y 1887 de una unión con una joven natural de Estrasburgo. Según lo que contó Nardy, Maupassant iba a menudo a ver a los hijos de esta mujer.