Revista Nueva, agosto-diciembre 1889

 

LITERATURA REALISTA

 

Aún asisto con la imaginación al desfile de páginas del último libro de Zola.

¡Setecientas y pico! ¡A quién que no fuera él se le toleraría en un solo tomo! Es admirable la producción de este hombre, continua, igual, inagotable. En España, sólo Galdós – que nos dará en Diciembre otro volumen de la serie – puede comparársele. Galdós, de quien quisiera hablar, con motivo de su Estafeta romántica, eslabón de una cadena que no sabemos cuando terminará, aunque hay que desear sea muy larga. Pero no; me aguanto.

De Galdós, como de mi ilustre querido  maestro Clarín y de algún otro, no se puede hablar en un artículo; hay que abrir un libro para cada uno de ellos.

A propósito de Zola hase escrito bastante; y juzgando su labor con esa encantadora superficialidad que, personas, al parecer serias, emplean para dictaminar sobre personalidades y libros– a veces no leídos siquiera, – se han dicho no pocas tonterías.

En nuestro país, fue de mal gusto citar al gran escritor francés, y aún ahora, al hablar yo de él, véome precisado a hacer constar, que me dirijo a la élite intelectual, a los verdaderos artistas, cultos y profundos, de espíritu amplio.

Mis ideas particulares no me permiten encomiar a bulto la producción entera de Zola; pero protesto y  me rebelo contra los que han llamado y siguen llamando cerdo a uno de los escritores más poetas de Francia en medio de la crudeza de su realismo; al delicado autor del prólogo que llevan los Cuentos a Ninon, y de tantas otras páginas hermosas inspiradas por esa poesía triste, deprimente, ese dulce pesimismo sombrío que informa los pasajes en que Zola puso su alma entera.

Y esto me hace recordar al infortunado Guy de Maupassant, ese otro maestro del realismo francés, tan artista, dotado de un sentimiento tan fino de lo que es y debía ser la obra literaria. Sus últimos cuentos, publicados por los editores con el título Le père Milon, en medio de los defectos que algunos tienen, sin duda evitados por Maupassant a haber estado sano, llevan todavía el sello inconfundible de aquel espíritu superior que veía tesoros de belleza soberana allá donde los vulgares no acertaban a descubrir más que llaneza o insignificancia.

No merecía el pobre acabar como acabó. Saludable advertencia para aquellos que fían su vida a la pluma traidora, sacrificándole juventud, inteligencia y el alma entera; la cosecha la constituyen, disgusto de por vida; y el hospital, la parálisis de Nietzsche, la camisa de fuerza de Maupassant en perspectiva.

[...]

 

 

Fragmento del artículo La Literatura Realista, agosto-diciembre de 1889, publicado en Revista Nueva por J. María Llanas Aguilaniedo.

Fuente y propiedad: Hemeroteca Nacional (BNE)

Digitalizado en el presente formato por J.M. Ramos para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant