La Vanguardia, domingo 4 de julio de 1993

Maupassant, de Flaubert a la eternidad
Francia rememroa los orígenes y la proyección del autor de “Bola de sebo”, en su centenario
OSCAR CABALLERO. París.

Guy de Maupassant, muerto el 6 de julio de 1893, de sífilis, agita otro fin de siglo, el del sida, que discute como el suyo corrupción y rastacuerismo, que tuvo en mayo coloquio internacional en Fécamp, reediciones apasto y dos hitos bibliográficos. Jean-Jacques Brochier, director del “Magazine Littéraire”- y ferviente cazador, como Maupassant-, inaugura la colección “Un día muy particular”, en Lattès, con “1 de febrero 1880, Maupassant”. O sea, el día en el que el pichón de escritor recibe de su maestro, padrino literario y acaso padre, Gustave Flaubert, el espaldarazo (“Bola de sebo” es una obra maestra) en forma de carta. El Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) y la Biblioteca Nacional abren la colección “Manuscrits” con el facsímil de “Le Horla”, tentación de fetichistas literarios: por sólo 159 francos, los 35 folios del manuscrito con transcripción y presentación de Yvan Leclerc.
El citado “Magazine Littéraire” describe fotos inéditas y relaciones más o menos incestuosas entre Laure (la madre), su hermano Alfred Le Poittevin y su íntimo amigo y discípulo, aquel Gustave Flaubert que 18 años después de la precoz muerte del brillante Alfred, todavía jura recordarlo cada hora del día y no haber “amado jamás a otra persona, hombre o mujer, como a él. Cuando se casó, sufrí una profunda pena de celos… Casi diría que para mí, Alfred murió dos veces”.
El 4 de noviembre de 1849, cuando Flaubert embarca en Marsella para el viaje que reflejará en su “Voyage en Egypte” (acaba de tener primera edición completa, en Gallimard) y que debió ser un periplo compartido con Alfred, cree ver, en elpuente, a “Laure Le Poittevin, que desde hace 3 años está mal casada con un tal Maupassant”. Exactamente 9 meses después de aquella noche, nace Guy, el hijo mayor de Laure. ¿La señora Maupassant escapó a Marsella y pecó con otro Gustave, para engendrar una réplica de Alfred? ¿O la nostalgia del amigo muerto provocó espejismos a Flaubert?

Flaubert, el padrino

Jacques Bienvenu, presidente de los “Amigos de Maupassant”, señala que la boda de Alfred que causó pena de celos de Flaubert fue con “una tal Louise de Maupassant; su hermana Laure, por amor loco hacia Alfred, casó el mismo año con el hermano de Louise, llamado Gustave de Maupassant, casamiento de sustitución incestuosa que pierde sentido tras la rápida muerte de Alfred”. En cualquier caso, Laure y Gustave de Maupassant se separan cuando el futuro escritor tiene 10 años. En 1886, su madre escribe a Flaubert, para presentarlo: “Te recordará a su tío Alfred, al que se parece en muchas cosas… estoy segura de que lo querrás”. En un texto de 1890, sobre Flaubert, Maupassant reconstruirá el primer encuentro, la emoción de Flaubert ante “una especie de aparición del pasado que fue seguramente la causa profunda de su amistad hacia mí”.
Ardua tarea: arruinado financieramente en 1875, por salvar de la quiebra a su sobrina Carolina, Flaubert no tiene dinero que dar a su ahijado, pero sí muchas relaciones. Comidas, cartas y presentaciones abren a Maupassant la carrera de funcionario, que debe asegurarle subsistencia. Pero el joven es quejica. Paciente como su padre, Flaubert responde a cada uno de sus caprichos: del Ministerio de marina lo hace pasar a bellas Artes; le abre la carrera de periodista. Pero sobre todo, entre 1877 y 1878, lo introduce en el “tout París” literario.

Tarea pigmalionesca

Alfred Le Poittevin fue – según Maupassant – el primer guía de Flaubert “en esta ruta de artista; por decirlo de alguna manera el revelador del misterio embriagador de las letras”. A su vez, Flaubert convierte primero en asistente, al joven Guy – búsquedas bibliográficas; reconocimientos de terreno para el capítulo de geología de “Bouvard et Pécuchet”; recados – y luego en discípulo. Es curioso, por ejemplo, que de aquel periodo de aprendizaje, de 1875 a 1877, en el que Flaubert escribía “Trois Contes”, haya salido precisamente un espléndido autor de “short stories”. Voluntaria víctima del designio de Laure de atribuirle por lo menos la paternidad literaria de Guy, Flaubert convertirá la situación en tarea pigmalionesca. También en una relación fuerte, de la que da fe la intensa correspondencia, con un pico el último año de vida del maestro, una carta semanal de enero a mayo de 1880. Según biógrafos, la última carta que Flaubert escribe es precisamente la que envía, el 3 de mayo, a Maupassant. Tuvo el tiempo justo de saber que no se había equivocado. En la carta del 1 de febrero, le apea por primera vez el usted, porque “Bola de sebo” es la obra de un maestro”. Trece días más tarde, cuando un fiscal cita, por ultraje a las buenas costumbres, a su ahijado, Flaubert rejuvenece (recuerda su proceso por “Madame Bovary”) y su intervención por vía de prensa (“Lo que es hermoso es moral; eso es todo”) deja al posible juicio en nonato. Maupassant es agradecido: muerto de congestión cerebral sobre los manuscritos de “Bouvard et Pécuchet”, Flaubert es maltratado como un vivo por la crítica – se le acusa de gaga – cuando el libro sale. Maupassant, entonces un periodista muy leído, será el primero que comprenda la profundidad del libro póstumo.
También Maupassant tuvo su crítico soñado: Henry James le dedicó un profundo estudio, en 1888: “El autor fija una mirada dura sobre cualquier partícula de humanidad, por lo general fea, siniestra, despreciable y sórdida. Se apodera y la tritura hasta que hace muecas de dolor o sangra… considera la vida humana como un asunto innoble, tragicómico”. No fue el único extranjero admirativo. Turgueniev admiraba “Une vie”. Tolstoi escribió el prefacio a una edición rusa, en 1894, y luego adaptó un cuento. Chejov se confesó “impresionado e influenciado”. Pierre Daix aseguró: “En Moscú descubrí un pueblo que admira lúcidamente la obra de Maupassant”.

PERFIL
Naturalista sui géneris

La vocación literaria de Guy de Maupassant (1850-1893) fue orientada por Flaubert, y a los 25 años publicaba sus primeros escritos. En 1880 apareció, dentro del volumen “Las veladas de Médan”, una novela corta titulada “Boule de Suif” [Bola de sebo] cuyo éxito le decidió a abandonar el trabajo burocrático que desempañaba en la Administración. Entre sus recopilaciones de cuentos y novelas cortas – género en el que fue maestro – figuran “La mancebía”, “Mademoiselle Fifi” y “Le Horla”. Cultivó también la novela larga, con títulos como “Una vida”, “Bel-Ami” o “Pierre et Jean”. Escribió asimismo libros de viajes y teatro. Su obra narrativa es la de un naturalista sui géneris, con una influencia inicial de Flaubert y Turgueniev. Posteriormente, deriva hacia la sutileza psicológica, para escribir, en sus últimos años, historias de horror, debía a su insania.

OPINIÓN
El mayor cuentista
Por Miguel Dalmau.

En condiciones normales, el centenario de la muerte de Guy de Maupassant habría hallado una respuesta vibrante. Y no es para menos. Porque seguir siendo el mayor escritor de cuentos en lengua francesa le coloca automáticamente como uno de los más importantes cuentistas de la literatura universal. Sin embargo, uno teme que el centenario se reduzca a la habitual algarabía chauvinista francesa del momento y a la indiferencia de los países vecinos, donde su obra influyo notablemente, desde Blasco Ibáñez hasta D’Annunzio.
Recapitulemos. ¿Maupassant? Que no tiemble el pulso al recordarle como uno de los principales escritores del siglo XIX. Mucho más actual que Zola y más capaz para la pluma; tan cerca de Flaubert en lo perfecto y con el arrojo suficiente para comprimir la “Madame Bovary” de su maestro en las inolvidables pocas páginas de alguno de sus relatos parisenses. ¿Virtudes? Todas. Como escritor no se pueden tener más: observación, profundidad, síntesis, melancolía, humor, olfato, luz, de implacable incisión y escisión del alma. Un caso realmente único. Un animal literario en todos los aspectos. ¿Discípulos? Incalculables. Pero es difícil creer que sin sus trescientos cuentos, por ejemplo, Chejov hubiera llegado a ser el gran escritor que fue; a que Sherwood Anderson, padre de la generación perdida, hubiera escrito su obra maestra, “Winesburg, Ohio”; o que Hemingway hubiera desarrollado su genial y sintético estilo; o que Moravia hubiese tomado el pulso al relato… y así sucesivamente, hasta iluminar la narrativa hispanoamericana, Cortázar incluido. ¿Hay que añadir que John Ford filmó “La diligencia”, primer “western” psicológico, a partir de un cuento del genial escritor francés? Este hombre, que murió loco y sifilítico, nos ha dejado algunas de las páginas más intensas y mejor talladas de la literatura. En un siglo marcado por el cuento, ha sido él y no otro la presencia inquietante y propulsora, a la postre definitiva. Historias como “La máscara”, “La cabellera”, “El Horla”, “La muerta”, “Miss Harriet” o “Las joyas” justifican la vida del gran escritor normando y muchas de las inolvidables horas de lectura que pueden darse a este lado del paraíso.