La Vanguardia, 11 de julio de 1893

MAUPASSANT

 

El entierro del desgraciado Guy de Maupassant ha sido una imponente manifestación de duelo, en la que han querido tomar parte los más ilustres literatos franceses, de todas las escuelas y de todas las maneras artísticas.

En medio del mayor silencio Emilio Zola pronunció en el cementerio un hermoso discurso, del cual traducimos los siguientes párrafos:

 

«Conocí a Maupassant hace ya veinte años, en casa de Flaubert. Me parece verle todavía: joven, con sus ojos claros y alegres, callado siempre, guardando una especie de filial modestia ante el maestro. La tarde entera nos escuchaba hablar, atreviéndose sólo de tarde en tarde pronunciar una que otra palabra; de la fisonomía de aquel joven robusto, de mirada franca, desprendíase cierto aire alegre, cierto perfume de inquebrantable salud, que hacía que cuantos le conocieran le amaran. Era adorador entusiasta de los ejercicios violentos y ya infinidad de proezas sorprendentes se contaban de él... Nunca a ninguno de nosotros le vino la idea de que aquel muchacho pudiese un día tener talento.

»Después apareció, estallando como una bomba, en el mundo de las letras, Boule de suif, esa obra maestra, llena de ternura, de ironía y de atrevimiento. Desde su primera obra ya dio Maupassant su obra definitiva, colocándose entre los maestros. Fue para él una alegría inmensa, pues ya desde entonces fue nuestro hermano, hermano de cuantos le habíamos visto crecer, sin sospechar siquiera su genio. Desde aquel momento ya no cesó de producir con una abundancia, con una seguridad, con una fuerza magistrales, maravillándonos a todos.

»Lo que más nos sorprendiera a cuantos seguíamos a Maupassant, fue la facilidad y prontitud cómo supo conquistar los corazones. No había hecho más que presentarse y contar a todos sus historias para hacerse suya la voluntad del gran público. Hecho célebre de la noche a la mañana, ni discutido fue siquiera; la sonriente felicidad parecía haberle tomado de la mano para conducirle tan alto como le pluguiera subir. No conozco ningún otro ejemplo de principios tan felices, de éxitos tan rápidos y tan unánimes. De él se aceptaba todo; lo que escrito por otro pluma hubiera chocado, pasaba escrito por la suya como suave sonrisa.

»Supo satisfacer a todas las inteligencia, mover todas las sensibilidades y presenciamos el extraordinario espectáculo de un talento robusto y franco, sin concesión de ninguna especie, imponiéndose de un solo golpe a la admiración, al efecto del público ilustrado, de ese público que ordinariamente tan caro hace pagar a los artistas originales el derecho de vivir.

»Todo el genio personal de Maupassant se encuentra entero en la explicación de ese fenómeno. Si desde el primer momento fue comprendido y amado, fue porque en sus obras puso el alma francesa, los dones y las cualidades que han sido siempre lo mejor de la raza. Era comprendido, porque sus virtudes de escritor eran la caridad, la sencillez, la medida y la fuerza. Era amado, porque poseía la bondad alegre, la sátira profunda y, por milagro, no perversa, y la franca alegría que se siente aun bajo las lágrimas.

 

»Mas, estos no son ni buen lugar ni mejor tiempo para juzgar la obra completa de Maupassant; lo que si puede decirse es que, hasta el último día de su vida, el pobre Guy, aunque pretendía hacernos creer lo contrario, ha sido apasionado amante de su arte, que ha buscado siempre, que se ha esforzado siempre en progresar, aguzándose en él más cada día el sentido de la verdad humana.

»Viose colmado de todas las dichas apetecibles, y en esto insisto, porque la grandiosidad de la figura que dejará en la memoria de los hombre está sin duda aquí presente... Quiero verle con su rostro riente, seguro del triunfo, cuando venía a estrecharme la mano, en las horas alegres de la juventud. Quiero verle más tarde, en medio de sus éxitos, por todos bien acogido, festejado, aclamado, llevado a la gloria... Fue afortunado en todo, hasta en no crearse envidiosos en medio de su triunfo fácil y completo, pues supo conservar fieles los corazones que conquistaba. Ni uno solo de sus amigos de los primeros momentos envidiaba su buena suerte y su talento, de tal manera continúo Maupassant siendo tan cordial amigo y tan sincero como siempre. Todos sus amigos se felicitaban por su salud, que parecía inquebrantable; todo el mundo le proclamaba con justicia el temperamento mejor equilibrado de entre nuestros literatos, el espíritu más claro, la razón mas sana... ¡Y entonces fue cuando su potente inteligencia fue herida por el rayo de la locura!»

 

Redacción

  

Publicado en La Vanguardia, el 11 de julio de 1893

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