La Vanguardia, 15 de febrero de 1892

GUY DE MAUPASSANT

 

La importante y antigua revista francesa Le Correspondant publica un interesante y completo estudio del desgraciado escritor Guy de Maupassant, que como recordarán nuestros lectores, hace poco más de un mes fue violentamente atacado por una enfermedad terrible, a consecuencia de la cual quizás la literatura le haya perdido para siempre.

Como hemos indicado ya, en este trabajo se estudia de una manera muy completa la personalidad literaria del desgraciado novelista, y he aquí porque queremos dar a conocer a los lectores de LA VANGUARDIA sus principales fragmentos.

«... El autor de Une vie puede tan sólo ser perfectamente comprendido por la generación que va de los veinticinco a los treinta y nueve años, y de la cual él ha reflejado en sus obras con cruel exactitud– quizás sin quererlo– el estado general de espíritu y de sensaciones vegetativas. Este estado nada tiene de alegre para el presente ni de tranquilizador para el porvenir: sin fe ninguna, con muy escasas creencias, con una melancolía mortal, una especie de tristeza triste que no se parece en nada a la resignación consoladora, amarga sin cólera y compasiva sin terneza; una estoica indiferencia y una fría aceptación de las maldades humanas... Esto es a poca diferencia – aunque apene el alma decirlo– lo que constituye hoy por hoy en las tres cuartas partes de los hombres rayanos a los treinta, la razón de ser y la manera de vivir, el tono y el ritmo de la existencia...

»De su primera juventud data la educación literaria de Maupassant, que fue muy sencilla; sus dos únicos maestros, de los cuales recibía las lecciones mejor como revoltoso muchacho de escuela que como discípulo impaciente y ganoso de saber, los tuvo ambos en Rouen, la vieja ciudad gótica. Estos fueron Gustavo Flaubert y el país normando. Los dos debían ejercer y conservar siempre sobre su espíritu una influencia considerable, influencia doble y contrapuesta, feliz una, la otra nefasta. La buena hada para Maupassant fue la tierra normanda y su genio del mal fue Flaubert.

»Debo declarar aquí que la frase «genio del mal» no debe ser tomada en sentido injurioso para uno de los escritores más francos, más ricos y más escrupulosos que han escrito en lengua francesa, uno de los maestros del estilo. Flaubert sintió por Maupassant un grande y tierno afecto, al que el joven debidamente correspondía; amaba al niño, debajo del cual presentía ya al artista, y debía darle, pues, y efectivamente le dio, en sus conversaciones, en sus lecturas, la enseñanza despótica y los consejos todos que él a sí mismo se había promulgado; inicióle en las dificultades, en el martirio de la frase; le expuso, probablemente con el deseo de imponérselas, sus ideas estéticas, sus odios literarios, su increíble absolutismo. El mal no estuvo precisamente en esto, al contrario...

Pero Flaubert, a pesar suya y hasta quizás sin hablarle de ello nunca, debió también enseñar a su discípulo la melancolía y el desencanto de la vida que predominan en sus libros, lo engañoso de la virtud, la inutilidad de los buenos afectos, la indiferencia de todo: de la vida, de la salud, del amor, del placer, del deber, y hasta de la muerte misma. Yo cito a comparecencia aun a aquellos que admiran a Madame Bovary como una de las más poderosas obras, más llenas, más acabadas que nos haya dado la novela en este siglo (hablo tan solo desde el punto de vista artístico) y a esos les pregunto, sean quienes fueren, si al cerrar el libro ¿no han sentido acaso una terrible impresión de aniquilamiento y de honda tristeza, y aun osaría escribir de indefinible dolor? Después de leída la última página de aquel libro se siente uno sin fuerzas, sin valor para vivir, con el sentimiento de un grande abandonos, de una grande injusticia, y la idea de lo poca cosa que el la Humanidad invade el espíritu en su más desnudo horror.

«Puede, pues, creerse con probabilidad de acierto que el trato frecuente de un hombre tan extremado en sus desesperaciones como Flaubert, «uno de los grandes desdichados de este mundo, porque era uno los mayores clarividentes» (la frase es de Maupassant) pudo influir en el desarrollo ulterior de este joven cerebro, y dejar en él para siempre impreso el funesto sello de su indiferencia por la vida. Los fanáticos, los intransigentes, los partidarios del arte por el arte no tomarán a mal seguramente que Maupassant haya sufrido esa deletérea influencia, puesto que ella ha sido la fuente de centenares de páginas magníficas, dolorosas, sangrientas, y donde el autor de Nôtre Coeur alcanza precisamente, en la expresión de la tristeza triste, incrédula, irremediable, una perfección que no será quizás alcanzada otra vez. No obstante, cuando se fija la atención en los maravillosos dones de Maupassant: fuerza, razón, salud, amplitud poética, tiernos afectos, conocimiento profundo del corazón humano hasta sus más escondidos rincones, observación directa, rápida y clara así de los sentimientos como de las cosas, uno llega a convencerse de que, de no haber sufrido aquellas influencias, siendo como era un creyente «de alma», un asaltador de bellezas, un enamorado de la luz y del ideal, hubiera podido llegar a inconcebibles alturas, consolando y reconfortando a los espíritus débiles e indecisos. He aquí porque continuamos creyendo que fue para él una desdicha inmensa el haber sentido demasiado pronto el frío aliento de Madame Bovary, ese libro donde ni un momento se ve brillar el claro sol de la verdadera felicidad.»

El autor del artículo que extractamos dedica algunos párrafos a hablar del segundo maestro de Maupassant: la Normandía, o mejor dicho, la naturaleza; la naturaleza fue para el insigne novelista un gran maestro, mucho mejor educador de sus imponderables cualidades propias que no lo fue el gran Flaubert.

«Lo que hay de más notable en ese escritor es ante todo la universalidad, así como la igualdad, en su talento que no conoce desfallecimientos. Ha tratado de los asuntos y de los órdenes de ideas más distintas, siempre con la misma tranquila seguridad. Sus excepcionales calidades son permanentes; no es el hombre unius libri, a quien se llama con preferencia «autor de...» No; todo cuanto ha hecho lo ha hecho con una superioridad regular, funcional. Ya estudie los campesinos, seres elementales, ya los parisienes, seres complejos; la baja burguesía o la espuma social; ya nos conduzca a la campiña o al extranjero, sobre el Etna o en el desierto, poco importa, siempre es el mismo, en todas partes se muestra entero. Dice a menudo lo que no se le pregunta, es verdad, a veces va lejos, muy lejos, pero ¡cuán sabio es, qué placer da el seguirle, dice lo que conviene decir, lo que en nosostros nos agrada que diga y con tal naturalidad, que nos hace sentir la ilusión de que escribe tal como creemos nosostros que se habla. ¿Es esto todo? No. Su pensamiento, siempre claro, valiendo siempre la pena de que se formule, lo expresa sin esfuerzo, sin vacilaciones, con la exactitud de una cosa sucedida; ¿lo comprendéis bien? De una cosa sucedida que se le hubiese contado y como si él no hiciese después otra cosa sino repetir lo que ha oído palabra por palabra. Maupassant viene a ser, en cierta manera, el reporter fiel, impecable de alguien... que no es otro que sí mismo. No es, pues, extraño que con tal hombre, todas las fantasías se vuelvan reales, todas la fábulas parezcan vividas. Leyéndole se ve las cosas que nos describe, no con los ojos intelectuales, sino con los ojos del cuerpo, y el espectáculo resulta tan vivo, tan animado, tan verdadero, tan diferente de la imagen imperfecta y deforme obtenida por los trucs de la literatura, que la sentimos, participamos de ella, llegamos hasta a vivirla, no como resultante necesaria de una lectura, sino como una acción, un suceso que casi contaríamos en la mesa a la hora de la cena como un incidente que nos hubiese acaecido durante el día.»

El artículo de Le Correspondant se cierra con este elocuente párrafo:

«Maupassant, al sorprenderle la demencia, estaba trabajando en una nueva novela que había de llamarse L’Angelus. ¿Se publicará algún día este libro? ¿El mismo Maupassant volverá, como volvió Dante, del infierno en que ha caído? Lo deseamos con todo nuestro corazón, con toda el alma. A vosotras lo rogamos también, tristes campanas de los campanarios normandos, a quienes él tanto amaba: ¡tocad pronto, para esta alma oscurecida y fatigada, la hora de su radiante Despertar... o de su profundo y eterno Reposo!»

 

Un Lector Anónimo

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