La Vanguardia, 25 de julio de 1893
 

GUY DE MAUPASSANT

La main d’écorché

 

(Sección Busca, buscando)

 

Le Figaro ha publicado en su último suplemento un trabajo literario curioso bajo doble concepto. Titúlase La main d’écorché, y está firmado por Guy de Maupassant: es el primer esbozo, el primer ensayo «impreso» del ilustre y desgraciado escritor, que contaba entonces veinticinco años.

No hay en esta novelita nada que revele la futura «manera» del autor de Bel Ami, y de tantas obras de un realismo frío, implacable, tan lleno de impersonalidad – en el sentido que hoy se da a esta palabra en lenguaje literario –y tan vibrante de observación. La main d’écorché es una narración perteneciente al género fantástico, que parece más bien inspirada por la lectura de Edgard Poe, de Hoffman o de algún otro autor de imaginación delirante, aficionada a lo lúgubre y a lo maravilloso.

He ahí en pocas palabras el tema de ese trabajo de debutante. Un joven estudiante ha adquirido en una venta de objetos pertenecientes a un viejo que gozaba de fama de brujo campesino, una mano de muerto; una mano desollada negra, horrible, que había pertenecido en su tiempo a un criminal famoso. El estudiante, después de enseñar el siniestro despojo a sus amigos se lo lleva a su casa para convertirle en llamador de campanilla y al día siguiente el joven aparece semi-estrangulado. ¿Quién ha sido el autor de esa tentativa de asesinato?...«Cuando los agentes de policía – dice la narración – penetraron en la estancia, un espectáculo horrible se ofreció a sus ojos: los muebles estaban derribados, todo anunciaba que una lucha espantosa había tenido lugar entre la víctima y el malhechor. En medio de la habitación, tenido de espaldas, rígidos los miembros, lívido el rostro, horriblemente dilatados los ojos, el joven Pedro B.* yacía sin sentido, llevando impresas en la garganta las huellas profundas de cinco dedos. El informe del doctor Bourdeau llamado inmediatamente, dice que el agresor debía estar dotado de una fuerza prodigiosa y de una mano extraordinariamente flaca y nerviosa, puesto que los dedos, que han impreso en el cuello cinco agujeros, que parecen producidos por bala, se habían casi juntado a través de las carnes. Nada hace suponer quien pueda ser el autor del crimen, ni los móviles del mismo. La justicia ha abierto una sumaria.»

Sin embargo, el estudiante escapa con vida del lance, pero en las emociones de la tremenda noche ha naufragado su razón, y cuando queda restablecido de sus heridas, se le conduce a un manicomio. Presa de una locura furiosa, vive todavía algunos meses, pero sucumbe por fin tras una agonía horripilante en que su imaginación evoca el recuerdo de la misteriosa lucha. Dos días más tarde el narrador se encuentra en una aldea, a donde ha ido a acompañar los restos de su desventurado amigo. En el momento en que prepara el sepelio de B., los enterradores descubren con sus azadones, al remover la tierra para abrir la fosa, un ataúd, cuya tapa hacen saltar. «Vimos entonces un esqueleto desmesuradamente largo, cuyo ojo vacío parecía mirarnos y desafiarnos. Sentí una impresión de malestar y sin saber porque, tuve casi miedo. ¡Hola! exclamó uno de los hombres, mirad: el bribón tiene la muñeca cortada... ahí está su mano.» Y recogió junto al cadáver una gran mano disecada, que nos presentó. «Oye, dijo el otro riendo, parece que te está mirando y que te va a saltar encima, para que le devuelvas su mano.» «Ea, amigos míos, exclamó el cura, dejad en paz a los muertos y cerrad este ataúd; cavaremos más lejos la tumba de este pobre señor Pedro.»

Tal es, en resumen, el primer ensayo que se publicó de Guy de Maupassant, ensayo de un género literario tan distinto del que luego cultivó, escrito con estilo nervioso, rápido, «estilo ya revelador.» No se trata, sin duda, de ningún trabajo notable; lo curioso esta en la lúgubre coincidencia que resalta al punto de la lectura de esta novelita: el héroe de la misma muere loco... y el autor debía morir loco dieciocho años después de haber publicado sus primeras cuartillas.

 

Juan BUSCON

pseudónimo de Ezequiel Boixet

 

 

Publicado en La Vanguardia el 25 de julio de 1893

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