La Vanguardia, 29 de julio de 1887

UNA NOCHE EN GLOBO

 

El escritor francés Mr. Guy de Maupassant, acaba de hacer una excursión aérea á bordo del globo «Horla», propiedad del aeronauta Joris.

La descripción de viaje tan pintoresco, hecho por el ingenioso escritor, no puede ser más interesante.

Maupassant subía en globo por primera vez, y sus impresiones respiran á más de la novedad, el interés de la amenidad en la forma con que las describe.

La partida—dice—fue cosa de un segundo. No se siente nada; subimos, flotamos, volamos, nos cernemos.

Nuestros amigos gritan y aplauden, y apenas oímos. ¡Estamos ya tan lejos! ¡tan alto! ¡Cómo! ¿Acabamos de dejar a aquélla gente, tan bajo? ¿Es posible?  Ahora, á nuestros pies, París se extiende como una mancha sombría, azulada, agrietada por las calles, y de la cual se levantan, de trecho en trecho, cúpulas,

torres, veletas, y luego al rededor, el llano, la tierra cortada por los largos caminos estrechos y blancos, en medio de los campos verdes, de un verde claro ú oscuro, y bosques casi negros.

El Sena parece una gran serpiente arrollada, tendida, inmóvil, de la cual no se  ve ni la cabeza ni la cola; viene de allá abajo, va allá abajo, atravesando París, y la tierra parece una inmensa cubeta de prados y bosques que encierra en  horizonte una montaña baja, distante y circular.

El sol, que desde abajo no veíamos, reaparece pera nosotros como si de nuevo se levantase, y nuestro mismo globo se enciende en esta claridad; debe parecer un astro a los que le miran.

Nada más divertido, más delicado y más apasionado que la maniobra del globo. Es un juguete enorme, libre y dócil, que obedece con sorprendente sensibilidad; pero que es también, y ante todo, esclavo del viento, en el que no mandamos.

Un puñado de arena, medio periódico, algunas gotas de agua, los huesos del pollo recién comido, arrojados fuera, le hacen subir bruscamente.

El río ó el bosque que atravesamos, enviándonos un aire húmedo y frío, le hacen descender 200 metros; sobre los trigos maduros, se mantiene sin subir ni bajar; sobre las ciudades, se eleva.

Joris señala otra ciudad á lo lejos. Dominada por altos campanarios antiguos, resplandeciente, vista desde arriba, la ciudad se acerca. Discutimos. ¿Es Gante? ¿Es Courtray?

Ya estamos cerca y vemos que está rodeada de agua, atravesada en todos sentidos por multitud de canales. Diríase que era una Venecia del Norte.

Justamente en el momento en que pasamos sobre la iglesia, tan cerca que una larga cuerda que pende bajo la barquilla por poco la toca, el reloj flamenco da las tres. Los sonidos ligeros y rápidos, dulces y claros, parecen vibrar para nosotros desde ese delgado techo de piedra que rozamos en nuestra carrera errante. Es un saludo encantador, amigo, que Flandes nos envía

Así, pues—termina—y gracias al capitán Joris, hemos podido en una sola noche ver desde lo alto del cielo la postura del sol, la salida de la luna y la vuelta del día, ó ir desde París á las Bocas del Éscant a través de los aires.

 

Propiedad y fuente de la Hemeroteca de La Vanguardia: http://hemeroteca.lavanguardia.es

Digitalizado en este formato por J.M. Ramos para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant