EL AMANTE
RECOMPENSADO
–¡La adoro!
¿Qué es lo que desea?
–¡Oh! ¡casi nada, todo! – respondió ella.
–¡Qué poco!
–Es mi opinión.
–Pero, dulce ángel, ¿no sabría precisar sus deseos?
–¿No sabría usted adivinarlos? En primer lugar quiero todas las flores del
verano y todas las estrellas de la noche. Es lo menos que puede ofrecerme de
entrada.
–Precisamente, he puesto para usted todas las estrellas en esta antología de
sonetos, y todas las flores, en este libro de imágenes.
–También deseo cosas más sencillas.
–¡Usted dirá, alma mía!
–Un palacete en el Parque Monceau, construido por Garnier sobre el plano de la
casa de Dioméde, y amueblado por Penon, como los apartamentos de madame de
Pompadour.
–¡Lo tendrá!
–Las columnatas de la entrada serán de jade rosa, y todos los forros de los
muebles habrán sido elegidas personalmente por mí en los criaderos de gusanos de
seda de Taicoun.
–No hace falta decirlo.
–Quiero una docena de caballos rusos, tan bellos que nunca se habrán visto
ejemplares iguales en las avenidas principescas.
–Le compraré los que fueron enganchados a la carroza imperial el día de la
coronación del zar.
–¡Naturalmente, todos los vestidos, y todos los sombreros!
–Tendrá un crédito ilimitado en casa del Sr. Puck que se ha establecido como
costurero en la avenida de la Opera, y en casa de la Sra. Titania que va a abrir
su tienda de modas en la calle del Cuatro de Septiembre.
–Algunas joyas también, y algunas pedrerías.
–Golconde para los pendientes, Ophir para los diamantes y Visapour para los
collares.
–Además, como me gustará ser amada por un hombre de talento, usted se dedicará a
escribir, la más pronto posible, un cierto número de obras maestras.
–Desde mañana mismo enviaré a la imprenta un poema más sublime que Eviradnus y
haré ensayar en el Odeón un drama más hermoso que Formosa.
–Como, por el contrario, puede ocurrir que tenga la fantasía de que un buen día,
sea usted más infame que nunca, tendrá que extenderme un cheque en blanco donde
estará perfectamente imitada la firma del barón Alphonse de Rothschild.
–Eso no es más que una bagatela.
–También solicito otros sacrificios.
–¡Ordene!
–¿Usted tiene en alguna parte, según se dice, una esposa legítima, con dos o
tres hijos, y, además, una anciana madre, pobre, de la que es usted el único
sostén?
–Es cierto.
–Me dará usted la satisfacción de abandonar a sus hijos y a su esposa...
–Los arrojaré a la calle a mendigar.
–... Y de no preocuparse más de su madre.
–La vieja morirá de hambre. ¿No exige nada más, mi dulce ángel?
–De momento, nada. ¡Ah! sin embargo, como no sé lo que puede ocurrir y tengo
pánico a la miseria, usted tendrá a bien, sin ninguna duda, asegurarme una renta
vitalicia de doscientos mil francos.
–¿Nada más?
–No, eso es suficiente.
–Y cuando yo le haya ofrecido las flores y las estrellas, el palacete y los
caballos, los collares y las pedrerías, mi gloria y mi deshonra y mi esposa
abandonada y la muerte de mi madre, ¿qué tendré yo a cambio de todo eso, alma
mía?
–El placer de habérmelo dado – dijo ella.
Traducción de
José M. Ramos
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