LOS ANCIANOS Y LAS ROSAS En ese remoto país ignorado por los geógrafos, no era tolerado por la ley que los ancianos, de frente gris y labios pálidos, amasen todavía. Para que se juzgase si seguía siendo digno o no de las frescas bocas femeninas, cada amante, apenas cuadragenario, debía, a manera de prueba, soplar a una rosa. Si la flor bajo el aliento no se marchitaba, se le dejaba vivir algunos días más; pero se le ahorcaba enseguida si la flor se ajaba o se apartaba, irritada. En ese remoto país ignorado por los geógrafos, no era tolerado por la ley que los ancianos, de frente gris y labios pálidos, amasen todavía. ¡Sin embargo muchos ancianos de corazones todavía tiernos se lamentaban de una tan injusta regla! A fin de complacerlos, unos culpables floristeros idearon fabricar unas rosas artificiales, sin perfumes ni rocío, que no se marchitasen, que no se apartasen; y es por lo que ahora se ve, en ese lejano país y en algunos otros, amando todavía a ancianos con la frente gris y pálidos labios. Traducción de
José M. Ramos |