AVENTURA ROMÁNTICA

–¡Por Hércules! – dijo Valentin, –la aventura no tiene nada de quimérica. Una vez, antes del amanecer, en Nápoles, yo descendía de un balcón. ¡Naturalmente era por una escala de seda! Una vez con mis pies en tierra, enviaba algunos besos hacia la celosía entreabierta, cuando mi espalda chocó con la espalda de un hombre que, caminando hacia atrás, saludaba con un último gesto una ventana a medio cerrar, de donde colgaba, agitada al aire, una escala de seda.
–¡Eh!, exclamé yo, ¿quién está ahí?
–¡El abad Desiderio!, respondió el hombre. ¿Y tú?
–Raphaël Garuci. ¿De dónde vienes?
–De la casa de mi leona. ¿Y tú?
–¡Caramba! de la casa de mi leona.
–¿Es bonita?
–Pelirroja. ¿Y la tuya?
–Pelirroja. ¿Por qué te vas al amanecer?
–Está celosa y me rompía la cabeza. Pero, tú, ¿por qué sales tan pronto?
–¡Por la sangre de Cristo! Exactamente por las mismas razones que tú.
–¿Abad?
–¿Qué ocurre?
–Las escalas penden a lo largo de las paredes.
–¿Y?
–La oscuridad todavía es densa, y, en las habitaciones cerradas, estamos de acuerdo en que no se ve ni gota.
–¿Entonces?
–Es muy difícil de distinguiré entre las tinieblas a un hombre de otro.¿Amas a tu amante?
–No mucho. ¿Y tú?
–Lo mismo. Abad, tengo el capricho de ir a ver a tu bella de piel tan suave como la piel de mi bella.
–Raphäel Garuci, tu bella quizás tenga la piel más suave, pero juraría que no tiene los cabellos tan largos, y quiero asegurarme de ello.
–¡No hay más que hablar!
–¡De acuerdo!
–Una última cuestión, abad. ¿Pueden dos buenos hidalgos hacer un intercambio de amantes sin que las espadas sean desenfundadas y que un poco de sangre sea derramada? ¿Qué opinas, abad?
–Pienso, Raphäel, que tendremos que cortarnos la garganta.
–¡De acuerdo!
–¡Está dicho! ¿Dónde vives?
–En el hostal de ese viejo odre de Palforio, ¡por la mula del papa! ¿Y tú?
–Yo también, ¡por las vísceras del Santo Padre!
–¡Hasta pronto, entonces!
–¡Hasta pronto!

Y yo me dirigí hacia la derecha, mientras él iba hacia la izquierda.
Se detuvo.
–Raphäel, exclamó, te falla la memoria y tu desempeñarás mal tu papel.
¿Por qué?
–Te olvidas de darme tu mantón.
–Es cierto, toma.
–Gracias.
–¿El tuyo?
–Aquí está.
–Gracias.

Él escaló el balcón de mi amante gracias a la escala de seda, y gracias a la escala de seda, yo alcancé la ventana de la suya.
–¡Buena suerte, abad!
–¡Buena suerte, Garuci!

Traducción de José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes