BATISTINA O LOS TRES LECHOS

I

El ángel de la guarda de Batistina, – con la blancura de sus alas replegada en la noche, – se encontraba apoyado en el dosel de hierro del pequeño lecho virginal.
–¡Batistina! ¡Batistina!
–¿Eh? ¿Quién está ahí? ¿Quién me llama?
– Soy yo, tu ángel de la guarda.
–¡Ah! ¡Qué susto me habéis dado! No hay nada que perturbe más que ser despertada con un sobresalto. Creía que había entrado un ladrón, que iba a robarme la cruz de oro que el abuelo me regaló por Navidad. Pero puesto que sois vos, ya me siento más tranquila: ¿Qué puedo hacer por vos, mi buen ángel?
–Batistina, no estoy contento contigo. En primer lugar acabas de mentir, pues no dormías en absoluto, ¡oh!, de ningún modo; y, al no dormir, pensabas en ese joven con el que te has encontrado anteayer bajo los tilos del Paseo. No sabría decir si has prolongado tu vigilia para hacer examen de conciencia o para decir alguna oración, pero me es imposible tolerar que una jovencita, cuya Alma me ha sido confiada, ocupe sus horas nocturnas en pensamientos tan censurables en los que los bigotes morenos no están precisamente ausentes.
–¡Mi ángel de la guarda, qué severo sois! Dado que estoy en edad de casarme, no veo por qué me debería estar prohibido pensar en aquél que debe ser mi esposo, pues el joven que me fue presentado bajo los tilos del Paseo ha pedido mi mano, y, ya os lo anuncio, es del agrado de mi familia.
–¡Batistina! yo tenía para ti otros sueños. Eres más encantadora que los más bellos ángeles del Paraíso, tú, que habrías merecido, después de tu vida mortal pasada en un claustro, estar casada en el cielo con algún espíritu de la más alta Jerarquía, ¿quieres entrar en el mundo y conocer en él los vanos placeres? ¿Quieres convertirte en la esposa de un hombre, tú que podrías ser, desde este momento, la novia de un divino novio? Resiste, te lo aconsejo, a las tentaciones de aquí abajo, y resérvate íntegramente para las bodas celestiales.
–Mi buen ángel, no tengo nada que decir en vuestra contra: habéis asumido con mucho celo (con demasiado celo, tal vez) unos deberes que teniais que cumplir en torno a mi lecho virginal. Pero, en verdad, pienso que las cosas en este momento no son de vuestra competencia; os ruego que no os ofendáis si prefiero tanto en la tierra como en los cielos a aquél del que seré esposa amante y fiel.
–¡Qué pena! – dijo el ángel de la guarda.
Y se fue volando, con las alas abiertas enormes, en la noche donde las estrellas parpadeaban como ojillos de oro un poco burlones.

II

El ángel de la guarda de Batistina – con la palidez de sus alas entristecidas, apenas visible en la penumbra – se mantenía apoyado en el dosel del lecho nupcial.
–¡Batistina! ¡Batistina!
–¿Eh? ¿Quién está ahí? ¿Quién me llama?
–Soy yo, tu ángel de la guarda.
–¡Ah! cometéis un error estando ahí, y ¡os aconsejo levantar el vuelo lo más rápido posible! Debo deciros, mi buen ángel, que mi marido está muy enamorado de mi; ¡me ama tanto como yo lo amo! y, dentro de un momento va a entrar en esta habitación donde mi madre me ha conducido llorando y sonriendo. Vuestra presencia, por tan inmaterial que sea, debería disgustar, estoy segura de ello, a aquél del que llevo a partir de ahora el apellido; no tenéis más que hacer que marcharos a vuestro paraíso, dejándonos a nosotros en el nuestro.
–¡Batistina, yo no estoy satisfecho de ti! Es cierto que vas a ser una mujer igual a las demás mujeres, y que has repudiado siempre el deseo sagrado de ser una monja detrás de las verjas del claustro y en el coro de la capilla. ¡Oh! ¡Qué magnífico futuro se te ofrecía! Tras días y noches santificadas por la oración y las duras observancias de la regla, habrías subido, recta, como una flecha va hacia el blanco, hasta el eterno goce de los elegidos, y allí, en el inefable disfrute paradisíaco, ¡habrías sido el ángel bien amado, con alas de nieve, de un ángel magnífico con alas flamígeras!
–No desprecio el futuro que me espera aquí abajo. Tendré un excelente marido, al que amaré con todo mi corazón y todo el resto de mi ser; y, pronto, se oirá en mi residencia, no rica, pero agradable a la vista, donde seré una buena ama de casa, las risas y gritos de unos niños que se divierten. Una mujer feliz, una alegre madre, eso es lo que seré. No me compadezcáis, mi ángel guardián. No, no, no renuncio (¡soy una buena cristiana!) a mi lugar, más adelante, en el paraíso. Pero, hasta el momento, amo y adoro a aquél que me adora y me ama... Y, venga, iros rápido con vuestras alas pálidas, pues oigo que sube, y sería muy capaz de arrancaros algunas plumas por culpa de los celos.
–¡Qué lástima! – dijo el ángel de la guarda.
Y levantó el vuelo, con las alas abiertas enormes, en el cielo azul sombrío en el que algunas estrellitas, parpadeaban como ojillos de oro muy impertinentes que se burlaban.

III

En ángel de la guarda de Batistina, – con sus claras alas medio desplegadas bajo un rayo de luna – se mantenía apoyado en la estela de la tumba, del lecho mortuorio de mármol blanco.
–¡Batistina! ¡Batistina!
–¿Eh? ¿Quién está ahí? ¿Quién me llama?
–Soy yo, tú ángel de la guarda. Creo que esta vez querrás prestar alguna atención a mis palabras. Aquí estás muerta, ¡tan joven! y, seguramente, te aburrirás en ese agujero estrecho y sombrío donde han depositado tu cuerpo. ¡Cómo debes lamentar no haber seguido mis consejos! Si hubieses sido insensible a las tentaciones mundanas, habrías entrado en el convento, habrías subido, al día siguiente de tu óbito, hacia el divino Paraíso; no habrías permanecido tanto tiempo en este lugar de desolación. Pero has preferido vivir una vida ordinaria, tener marido, hijos, y de este modo estás castigada.
–¿Castigada? ¿Por qué? Lo que es cierto, es que no podré arrepentirme de haber hecho lo que he hecho, de haber vivido como he vivido. He amado, con todas las fuerzas de mi ser, a aquél que me amaba; he visto reír a mi alrededor, como un grupo de flores vivas, a mis hijos de hermosas mejillas sonrosadas. He sido esposa, he sido madre, he sido feliz. ¡Ah! que encantador era, por la noche, poner la tetera y las tazas en la mesa, en la habitación llena de honradez y paz, y ver a mi marido sonreír a mis hijos dormidos. Es verdad que lamento estar muerta tan joven, teniendo todavía tanta felicidad que dar a los que me daban tantas alegrías, pero ¡hágase la voluntad de Dios!
–¡Batistina! ¡Batistina!, te lo ruego, deja ya todas esas quimeras humanas. He obtenido del Muy Alto que no se tendría en cuenta tu manera de aferrarte a los asuntos temporales, y ha llegado la hora en la que vas a abandonar tu habitáculo sepulcral para venir conmigo al maravilloso Paraíso.
–A decir verdad, no pido otra cosa, mi buen ángel, pues ya comenzaba a aburrirme en la oscuridad donde se me ha puesto.
–¡Ven! ¡ven pues! levántate y ven! ¡Vuela con mis alas! ¡Verás el maravilloso y perpetuo prodigio de los cielos infinitos! ¡Escucharás la universal armonía, te expandirás mejor que una rosa al sol, en la deslumbrante luz! Y, para colmo de glorias, te será dado en casamiento un esposo digno de tus perfecciones, en una iglesia de diamante donde el mismo Dios oficiará. ¡Oh! ¡Qué delicias serán las tuyas!
–Desde luego, mi alegría no conocerá límites; pues, ¿verdad que tendré por marido en el cielo a aquél que fue mi marido en la tierra?
–Batistina, te obstinas en un bajo sentimiento. Un ángel muy considerable te está destinado, un ángel será tu esposo; en cuanto al hombre que te desvía de las celestiales esperanzas, debes saber que no está muerto, y que todavía deben transcurrir días antes de que descienda a la muerte de donde remontará hacia la vida inmortal.
Batistina, despertada en la tumba, pensaban escuchando esas palabras.
– ¿Qué? ¿No me sigues? – insistió el ángel.
–¡No! – exclamó ella – ¡no! Ya que mi esposo todavía no está en el cielo ¿qué iba a hacer yo allí? Venga, marchaos, dejadme: esperaré para revivir cuando él reviva también; por muy sublimes, por muy celestiales, por muy celebradas que sean por Dios, rechazo la gloriosa alegría de las bodas infieles. Yo prefiero el hombre que amo a ese serafín que no amaría. Lo esperaré aquí, resignada, confiada. ¡De ese modo subiremos juntos hacia el Paraíso! Y, si la puerta del cielo nos rechazase, el eterno sueño de ambos, él y yo, en esta fosa, me sería más dulce que la eterna vigilia con otro en los esplendores del Paraíso.
–¡Adiós pues! – dijo el ángel de la guarda.
Y levantó el vuelo, lleno de ira, ¡con las alas abiertas enormes hacia el melancólico cielo! Pero las pequeñas estrellas, que han visto tantas cosas, que todo lo saben, que no se equivocan nunca, parpadearon como ojos de oro, pareciendo decir: «Ella tiene razón, razón, Batistina, Batistina...»

Traducción de José M. Ramos
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