BUENA VECINDAD

Él se inclinó desde su ventana a la ventana de al lado que se encontraba muy cerca.
–¿Vecina?
–¿Vecino?
–¡Qué flor más hermosa veo!
–¿Una flor hermosa? ¿cuál? Tengo tantas y tan bonitas en el borde de mi ventana… geranios, jacintos, y también tulipanes.
–No hablo de ellas.
–¿De qué flor entonces, vecino?
–De tu boca, vecina. ¿Puedo cogerla?
–¡Eh! ¿Cómo?
–¡Un beso!–dijo él.
–Inténtalo – dijo ella.
El se subió al borde de su ventana, se agarró a un postigo, adelantó la pierna, se inclinó, se aferró a una cortina y saltó a la habitación de al lado; y he aquí que abrazando a la hermosa muchachas, y empujándola hacia la alcoba de muselina y seda, tomó, con ardientes labios, la rosa que anhelaba.
–¡Ay, ay, vecino!
–¿Qué sucede, vecina? ¿No me habías permitido?...
–¡Desde luego! Pero…
–¿Pero?...
–Pero, – suspiró ella, – ¡creo que se puede coger una flor sin doblar el tallo!

Traducción de José M. Ramos
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