LA CAMA ENCANTADA

En un rincón de la carretera de los Sueños, cerca del cruce con las Quimeras, hay un albergue construido en madera de rosal de la Florida; unos pájaros del paraíso mojan sus plumas en luminosidades de aurora dorada, revoloteando alrededor de las veletas hechas con dos flechas en cruz caídas de la aljaba de Eros; unos colibríes tienen sus nidos en unos corazones de rosas tiernas bajo la desperdigada paja del techo. Albergue dónde se detienen las hadas, dónde vienen a pedir hospitalidad las parejas que se extraviaron en los parques de Watteau, en los misteriosos parques que una luna aureolada de bruma ilumina. Puck, patrón del albergue, en el asiento de un ómnibus enganchado a unas palomas, acecha a los viajeros a la llegada de cada tren y les dice con cortesía: «Nobles caballeros y exquisitas damas, no dejéis de venir a cenar y dormir a nuestra casa, pues tenemos en nuestro menú unas confituras de jengibre y de rosas que producen los más agradables efectos, y las escaleras que llevan a las habitaciones están cubiertas de hojas y flores tan suaves que es un placer subir los escalones descalzo.» Pero los viajeros y viajeras no hacen caso a ese bromista juguetón; se sientan serios en el ómnibus tirado por caballos y se hacen conducir al hotel de las Cuatro Naciones o de los Tres Emperadores, desdeñando la hostelería bohemia en la carretera de los Sueños, cerca del cruce con las Quimeras. «¡Puck, dije, fustiga a tus palomas! ten cuidado de no engancharte en la más alta rama de una acacia florida; no pierdas tiempo escuchando a los ruiseñores ni a las currucas en los arbustos del camino, pues tengo prisa en llegar al albergue: acabo de casarme con la hija pequeña del marqués de Sirinagor y hoy es la primera noche de nuestra luna de miel. »

II

Cuando llegamos, Puck me dijo:
–Señor, conozco muy bien las deferencias que deben ser dispensadas a los recién casados para no trataros todo lo mejor que me sea posible. No hay más que dos camas en mi albergue, vos tendréis la mejor; y pienso que, mañana por la mañana no lamentaréis en absoluto el largo transcurrir de las horas nocturnas.
Al escuchar estas palabras, la hija menor del marqués de Sirinagor no pudo impedir sonrojarse; parecía una rosa blanca donde se hubiese abierto una gavanza rosa.
– Pero –dijo Puck – sin duda querréis cenar antes de acostaros? Por fortuna he ido de caza esta mañana y se ha hecho un paté de pájaro de Córcega con pistachos realmente exquisito.
–¡Puck! ¡una habitación y una cama! sería un tunante, aquél que, teniendo una esposa como la mía, tuviese hambre de otra cosa que no fuese carne de boca y que tuviese sed de otra cosa que no fuese del rocío de los labios.
–¡Magnífico! esa disposición me gusta. Os conduciré pues hacia la habitación donde se alojó, una noche de antaño, Cleopatra, reina de Egipto. Encontraréis allí un perfume misterioso y turbador que todavía no se ha evaporado.
–¡Cómo! ¿Cleopatra ha dormido en tu casa, Puck?
–Que haya dormido no me atrevería a afirmarlo. Ella llegó a mi albergue una noche de primavera con un bello esclavo negro cuyos ojos, tanto como pude juzgar, no expresaban la intención de un sueño inmediato bajo unos párpados rápidamente cerrados. Lo que es cierto es que la cama donde se acostó la real viajera estuvo dotada a partir de entonces de la más activa y deliciosa virtud: da la impresión de estar acostado sobre un brasero vivo de cantáridas.
–¡Puck, me ofendes! no soy de los que tienen necesidad, – cuando la esposada es tan bella, – de un encantamiento que los incite a sus deberes maritales. Dame una cama de nieves y hielos golpeada por los cuatro vientos, y, con la única condición de que la hija del marqués de Sirinagor se digne a tomar sitio a mi lado...
–¿Así que rechazáis la habitación de Cleopatra?
–Absolutamente.
–Puck se rascó la oreja.
–Es que la otra cama – no hay más que dos en mi albergue – es particularmente temible – dijo él.
–¿Temible?
– Por desgracia, más allá de todo lo que podéis imaginar. Una gran desgracia me aconteció hace varios siglos. En armadura de acero que relucía bajo la luna, seguida de un grupo de jinetes, una joven muchacha vino, tras un combate, a golpear a mi puerta a medianoche. No me dijo su nombre, pero se parecía a una Virgen María que sería una Palas. Durmió en mi casa, sin quitar su coraza ni sus perneras, hasta el amanecer siguiente donde sonaron las trompetas de la nueva batalla. ¡Un gran honor! del que habría pasado con gusto. Su pudor de virgen, su rudeza de guerrera, consagraron extrañamente la cama donde se acostó; y allí se puede dormir, pero no se podría amar. Incluso no ocultaré que debo a esa fatal cama la mala fama de mi albergue: pese a la fácil promesa de la habitación de Cleopatra, se teme la habitación de la virgen; los enamorados más decididos, nada más que por el aspecto de mi letrero, se apresuran a huir, a pesar de los pájaros del paraíso que hunden sus plumas en las luminosidades de la aurora dorada, y los colibríes que tienen sus nidos bajo el alerón del techo en tiernos corazones de rosa. Por poco que el mal renombre de mi hospitalidad continúe propagándose, quedaré reducido a la más perfecta de las miserias y se me verá mendigar por los caminos, con un lis o una amapola por escudilla, pues no me quedarán medios para comprar ni una escudilla de madera.
–¡Condúcenos hacia la cama temible! – exclamé yo – ¿No ves que bonita es la mujer que amo, y la llama que brilla entre sus pestañas, y la doble luminosidad rosa que florece, aquí y allá, bajo el levantamiento de su camisola? Por Eros, Puck, siento curiosidad por probar la cama que acogió el sueño de una virgen.
Puck suspiró.
–Ten cuidado, muchacho presuntuoso, de intentar tan difícil prueba! Una vez, un héroe, armado con una maza, y que acompañaba una reina, me pidió también entrar en el apartamento virginal; se encogió de hombres, creyéndose seguro de su acción; al día siguiente, Heracles salía del albergue, apenado, con la cabeza gacha, mientras que Órfalose partía de risa en la ventana sobre las crines del león de Nemea.
–Condúcenos a la cama – repetí yo.
–¡Ten cuidado, amante presuntuoso, de no salir honroso de una aventura tan peligrosa! En otra ocasión, un caballero español llamado don Juan que traía en una silla de postas a la hija de un mercader de Sevilla, se detuvo ante mi casa. Se atrevió a franquear el umbral de la habitación encantada. Al día siguiente, el muchacho estaba solo bajo las cortinas de la cama, llorando, llorando cálidas lágrimas por no haber sido seducido.
–¿Quieres alojarnos o no, hostelero sin confianza?
–Seguidme pues, dijo Puck.
Pero, mientras subíamos las escaleras, descalzos sobre alfombras de jacintos y violetas, él no ocultaba la inquietud en la que se dejaba traslucir la temeridad de mi tentativa. En cuanto a la hija del marqués de Sirinagor, no dejaba de manifestar alguna preocupación. «¡Ah! amigo mío, estos encantamientos son a veces más poderosos de lo uno piensa. ¿Estáis seguro?...» Yo trataba de tranquilizarla mostrándole en un espejo las malvas que ella tenía en los ojos y la rosa roja que tenía en los labios. Ella se volvía, sonrojada, no completamente convencida. Tal vez hubiese preferido la cama de Cleopatra.

III

Tiempo después de aquello, – en pocas semanas yo había hecho estrangular a la hija del marqués de Sirinagor para casarme con la sobrina del rey de Trébizonde, y sustituida ésta por la viuda del emperador de Visapour, – regresé al albergue de Puck en compañía de la reina de Ormuz que había abandonado por mi amor sus veinte provincias y sus cuatro maridos.
– Hola Puck, buen hostelero, exclamé yo, ¿no tienes plaza en tu albergue para dos enamorados que viajan? Dormiremos con mucho gusto en la cama virginal.
–¡Eh! señor, respondió él, esta muy mal burlaros de un pobre hostelero como yo. Sabéis bien que la noche en la que os acostasteis allí con la hija del marqués, la cama prendió fuego a vuestros besos y ardió todo de tal modo que las se prendieron las cortinas, las paredes, las vigas, que los pájaros del paraíso se quemaron alrededor de las veletas y los colibríes tuvieron chamuscaron sus alas en el corazón de las rosas tiernas.

Traducción de José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes