REENCUENTRO
De muy buena
mañana – no era todavía mediodía – el conde entró en casa de su esposa. ¿Era
cierto que el día anterior, subiendo la escalera de la Comedia Francesa, ella
había propinado una bofetada al Sr. de Puyroche? La anécdota había corrido como
la pólvora durante la noche por el casino; pero él había mantenido una actitud
prudente sin creer nada de ello.
–¡Ha cometido usted un gran error! Es cierto que he abofeteado a ese caballero.
Sí, con su pequeña mano enguantada, en las dos mejillas, y muy bien. ¡Flic! ¡Flac!
Todo el mundo pudo oírlo.
–¿Sabe usted, Señora, que Puyroche, según lo esperado, va a pedirme razones?
–Pues bien, caballero, ¡usted lo matará!
Él sonrió, se sentó a su lado, se puso a hablarle muy amistosamente. Vamos, ella
le confiaría todo, le explicaría los detalles. Él no pedía otra cosa que
batirse. Un duelo no era un gran asunto. Pero todavía debía conocer el fin de la
historia. ¡No quería ser ridículo, bajo ningún concepto! ¿Por qué había
abofeteado a ese joven? Sí, ¿Por qué?
–¿Tiene usted que saberlo?
–Absolutamente.
Ella le contó todo. Había sabido que el Sr. de Puyroche, a los postres de una
cena de hombres, había pronunciado muy viles palabras sobre la señora de
Argelies, manifestando, entre otras cosas absurdas, que esta pobre joven, flaca
hasta dar miedo, estaba obligada a recurrir a los más vulgares artificios, para
llenar razonablemente su blusa.
–Yo no he podido soportar que se propagase semejante rumor sobre mi mejor amiga,
y, habiéndome encontrado cara a cara con el Sr. de Puyroche...
El conde se había levantado, con cólera en la mirada.
–¡Mataré a Puyroche!
–Eso espero.
–¡Es un calumniador!
–¡Un descarado!
–¡La señora de Argeles no es tan delgada!
– Bien al contrario.
–¡Admirablemente hecha!
–Es lo que yo digo.
–¡El pecho lleno y firme de una estatua viva!
–¡Como la nieve moldeada en dos copas, y que no se funde!
Se callaron y se miraron. Ambos tenían la misma pregunta en los labios. Pero
eran personas de buen gusto, que prorrumpieron a reír. Y, tras haber aconsejado
a su marido no herir al Sr. de Puyroche, la condesa añadió solamente, riéndose
todavía y más bella:
– Sin embargo, vaya a ver como se encuentra.
Traducción de
José M. Ramos
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