LOS ENGAÑOS DE PUCK
Un joven con
armadura de plata y alas de águila blanca desplegadas en sus casco, cabalgaba de
mañana sobre un jamelgo blanco; ocurrió que una bella princesa que se paseaba
bajo los manzanos floridos, lo vio más allá de los setos; quedó tan gratamente
sorprendida que dejó caer el jacinto que llevaba en la mano con una mariposa que
estaba posada encima.
– En verdad – suspiró – que de dónde venga o a dónde vaya, ese caballero llevará
consigo mi pensamiento.
Haciéndola una
señal para que se detuviese, le dijo:
– A vos que
pasáis, os amo. Si vuestro deseo coincide con el mío, os llevaré ante mi padre
que es el rey de este reino, y celebraremos unos hermosos esponsales.
– Yo no os amo – respondió el que estaba de paso.
Y siguió su camino. La princesa empujó la puerta del vergel y se puso a correr
por el camino.
–¿De dónde venís? – preguntó – ¿y a dónde vais tan temprano, vos que no queréis
casaros conmigo?
–Vengo de la ciudad donde vive mi amada y me dirijo al encuentro de mi rival que
llega esta noche.
–¿Quién es vuestra amada?
–La hija de un noble; cose en su ventana cantando una canción que los pájaros
escuchan.
–¿Quién es vuestro rival?
–El sobrino del emperador de Golconde; cuando desenvaina su espada parece que el
cielo va desencadenar una tormenta por que se pueden ver relámpagos.
–Cuando estabais a su lado, ¿qué le decíais a vuestra amada?
–Le decía: «Dadme vuestro corazón»; ella me lo negaba.
–Cuando encontréis a vuestro rival, ¿qué le diréis?
–Le diré: «Quiero vuestra sangre»; tendrá que dármela.
–¡Tengo mucho miedo a que la vuestra se derrame! ¡Oh! permitidme que os
acompañe.
–La única con la que me gustaría estar acompañado está en este momento en su
domicilio.
–Dejadme subir a la grupa del jamelgo junto a vos; no os pediré nada más.
–Los hombres no acostumbran a llevar al combate a una mujer en la grupa de su
montura.
Y el caballero espoleó al jamelgo blanco. La hija del rey lloraba, desdichada
para siempre. Como era muy temprano, el sol abría en el horizonte un ojo todavía
velado de sombras, y los pinzones y pardillos ya despiertos, gorjeaban entre las
hojas proyectando su placer a través de los bosques primaverales.
II
Vestido con dos
hojas de trébol cosidas con hilos de la virgen, Puck salió de una mata de
azaleas; Es tan pequeño que su vestimenta le quedaba un poco larga; por gorro
llevaba una campañilla de los setos, donde temblaba como un pequeño badajo, una
yema de oro a medio cerrar.
–Yolanda – dijo Puck riendo como un nido –¿por qué estás tan disgustada?
–Mi único amor se va y yo no puedo seguirle.
–¿Tu amor es ese guapo joven con armadura de plata y alas de águila blanca
desplegadas en su casco, que cabalga allá a lo lejos sobre un jamelgo blanco?
–Ese es. Sus ojos son azules como el cielo y tiene los cabellos color de la
noche.
Puck agitó la ramita de espino que llevaba en lugar de varita mágica.
–Cuando me place, la perezosa tortuga adelanta las nubes, y los más rápidos
corceles, repentinamente ralentizados, corren menos aprisa que el escarabajo al
que lleva una hora atravesar la hoja de un plátano. Yolanda, sigue a tu amor sin
temor. A dónde vaya, tú llegarás al mismo tiempo que él.
Mientras Puck regresaba a la mata de azaleas, Yolanda se puso en camino; los
guijarros en los que posaba sus pequeños pies calzados de satén y perlas, decían
con un bonito murmullo: «Gracias, piecitos de Yolanda.»
III
Pero el
malicioso Puck, que disfruta con esos juegos, había engañado a la princesa. En
vano caminó todo el día y toda la noche, no pudiendo reunirse con el jinete
cuyos ojos eran azules como el cielo. Solamente, a media noche, sobre el camino,
vio pasar un gran fantasma blanco sobre el espectro de un caballo.
–¡Oh! ¿quién eres tú, forma que pasas? – preguntó Yolanda.
–Yo era un joven apuesto de cabellos color de la noche; ahora ya no soy nada. He
encontrado en una encrucijada próxima al sobrino del emperador de Golconde, mi
rival; nos hemos batido, y mi rival me ha matado.
–¿A dónde vas? – preguntó ella.
–Voy a la ciudad, a la casa donde duerme mi amada.
–¡Le darás un gran susto! ¿Crees que te amará muerto cuando no te amaba en vida?
Ven conmigo que yo te he elegido; yo haré de mi lecho una tumba nupcial;
dormiría allí por siempre a tu lado y tendríamos hermosos funerales.
–No. Esta noche, aprovechando el sueño de mi amada, quiero decirle adiós en sus
sueños; besaré en sus labios dormidos el sueño de su canción.
-–Permite al menos que te acompañe; ¡déjame montar en la grupa del caballo a tu
lado!
–No es costumbre de los fantasmas ir a visitar a sus amadas con una mujer en la
grupa del caballo.
Y la forma se desvaneció. La hija del rey lloraba, más desesperada aún. Como era
medianoche pasado, la luna iluminaba melancólicamente el horizonte, los campos y
el camino con una luz pálida; y los pinzones y pardillos, dormidos entre el
silencio de las hojas, soñaban con sus locos revoloteos a través de los
primaverales bosques.
IV
Puck salió de
un asfódelo; llevaba un traje de luto hecho con dos mitades de un tulipán negro;
una pequeña tela de araña era el crespón de su gorrito.
–Yolanda, pobre Yolanda –dijo Puck, ¿por qué estás tan disgustada?
–Mi único amor ha muerto, y no puedo seguirle.
–¿Es tu amor ese fantasma que acaba de pasar por el camino?
–Ese es. Le han arrancado sus cabellos color de la noche, y, de tanto lamentar
la pérdida de su amada, ha llorado sus ojos azules como el cielo.
Yo conozco las hierbas que resucitan y las que matan. Encuentra el cuerpo de tu
preferido y te daré la hierba que resucita.
–¡Oh, Puck, me has decepcionado! Pero, si engañas cuando se trata de hacer el
bien, dices la verdad cuando se trata de hacer el mal. Dame la hierba que mata.
–¡Tómala pues! – dijo el malicioso Puck. Cuando estés muerta te reunirás con tu
amor, y nunca os abandonaréis.
Le dio cuatro briznas de una hierba que en recuerdo de una historia de amor se
llama la Simona; cuando Puck regresó al asfódelo, Yolanda llevó la hierba a sus
labios y murió sin sufrimiento.
V
Pero Puck, aún
en esta ocasión, había engañado a la princesa. Cuando el alma de Yolanda subía
hacia el cielo, vio un alma que bajaba hacia el infierno. A la luz de una
estrella, reconoció el alma del apuesto joven.
–¿A dónde vas, alma de mi único amigo?
–¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia! He hablado de amor a mi amada en sus sueños, y
mis besos póstumos han rozado su boca como una mariposa negra que tiembla sobre
una rosa. Estoy condenado y voy al infierno.
–¿Quieres que te siga, yo que me muerto para volver a verte? Te consolaré en los
tormentos, te levantaré en los desfallecimientos, te amaré en la eternidad. Mi
amor será fuente de calma y resignación ofrecida a los labios de tu dolor.
¿Quieres que te siga?
–No, solo debe acompañarme el recuerdo de mi amada.
Y el alma del apuesto joven se perdió entre las tinieblas, mientras que el alma
de la muchacha se elevaba, sola, hacia el espantoso Paraíso. Mientras tanto Puck,
satisfecho del éxito de sus estratagemas, preparaba en el musgo de un roble, con
ramitas cruzadas, unas trampas para atrapar cochinillas cuando éstas
despertasen.
Traducción de José M. Ramos
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