EL ESPEJO VIVO

No habían podido reemplazar el espejo roto que, en la alcoba, reflejaba los abrazos desnudos, al ser él y ella demasiado pobres, y para el amante suponía una desolación cruel a más no poder, pues le había resultado tan dulce antes, ¡ah! más dulce de lo que podía expresarlo, ver duplicada a su muy bella querida.

¡Él no adoraba una boca, sino dos rosas rojas! ¡no dos ojos, sino cuatro pequeños cielos azulados! ¡Cuatro maduras fresas rosadas tentaban su labio anhelante también de dos lis de oro semicerrados en la nieve... Desgraciadamente habían podido reemplazar el espejo roto que, en la alcoba, reflejaba los abrazos desnudos, al ser él y ella demasiado pobres.

El se lamentaba tanto y tanto que la muchacha, compasiva, resolvió acudir en su ayuda. «¡Bueno! ¿cómo lo consoló ella?» Tenía una amiga, en todos los aspectos, tan bonita como ella misma, igualmente gruesa, y no menos rosada donde conviene, y tan dorada donde debe estarlo; no penséis que a partir de ahora el amante pierde el tiempo en lamentar el espejo roto que, en la alcoba, refleja los abrazos desnudos.

Traducción de José M. Ramos
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