LA EXTRAÑA PRUEBA
Volviendo su
fresca boca roja semejante a una pequeña peonía encolerizada:
–¡Oh, traidor! ¡Oh, pérfido!– dijo Colette – ¡Oh el más ingrato y desleal de los
amantes! Hoy, esta mañana, hace una hora, fuisteis a casa de Lila, ni todavía
levantada! sí, esta mañana, en el preciso momento en el que yo salía de su casa;
¡no lo neguéis! tengo una prueba.
–¿Qué prueba? –
pregunté yo con la conciencia poco tranquila.
–En vuestros cabellos, en vuestra barba, en vuestro aliento, el perfume
exquisito, raro, turbador, misterioso, que solo tengo yo, ¡vos lo sabéis muy
bien!
Volviendo su fresca boca roja semejante a una pequeña peonía encolerizada:
–¡Oh, traidor! ¡Oh, pérfido!– dijo Colette – ¡Oh el más ingrato y desleal de los
amantes!
– Esto si que
es, – repliqué yo – un razonamiento extraño y muy mal hecho para satisfacer un
espíritu dotado de alguna lógica. ¿Así que vuestro celoso error supone que mis
labios infieles tomaron unos besos en la cálida cama matinal de Lila, porque el
perfume que yo conservo?...
–¡Es el mío!, sí, señor, ¡porque es el mío! – dijo ella volviendo su fresca boca
roja semejante a una pequeña peonía encolerizada.
Traducción de José M. Ramos
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