LA FELIZ ESTRELLA 

Muy lejos, muy alta, más lejos aún, más alta todavía, en el inalcanzable azul del cielo, una estrella se aburría y se parecía al ojo de una mujer un poco melancólica que va a llorar. Un ángel que pasaba por allí le dijo a la triste estrella: «¿Por qué sueñas tan dolorosamente, dulce astro? » Ella respondió: «Es que por haberla visto, durante la noche, cuando brillo en las ciudades, envidio a una de mis hermanas que centellea, oscurecida, allá abajo en uno de los negros arroyos de parís. Quisiera estar en su lugar. Quisiera ser mi mismo reflejo temblando en el agua oscura, cerca de la acera por donde pasan las multitudes.» El ángel quedó muy sorprendido.  «¡Cómo!– dijo – tú contemplas los lejanos milagros del azul nocturno; tú eres la vecina de los paraísos que abren los pórticos de ópalo y de lapislázuli, tú te mezclas en la prodigiosa ronda inflamada de las constelaciones; tú estás en el infinito como una de las más puras perlas de un inmenso collar de luces; tú ves, cuando te levantas, los gloriosos soles acostándose; tú admiras, al declinar, la palidez rosada de los amaneceres; ¿y estás celosa, celeste joya, de un astro caído en el lodo, como una flor marchita? » – «Sí, estoy celosa, dijo la estrella, y de brillar tan lejos de la tierra, me siento con ganas de llorar lágrimas de oro pálido. Pues aquella de mis hermanas que está en el arroyo, – ella o su reflejo, – pues la estrella caída sobre el pavimento donde el agua discurre, puede ver los furtivos botines y un poco de pierna de las parisinas que pasan!»

Traducción de José M. Ramos
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