EL FESTÍN VENGADOR

Los innumerables amantes que ella había preferido a mí, se reunieron en el festín donde les ofrecí mi hospitalidad. La comida y la bebida les parecían tan exquisitas que me felicitaban diciendo:
–¡Oh! ¡qué delicados son estos manjares, y qué azucarado es este lacrima-christi!

Como, en su confiada imbecilidad, no tenían ninguna sospecha del negro proyecto que, a causa de una alcoba demasiado a menudo abierta, obsesionaba mi alma celosa, los innumerables amantes que ella había preferido a mí, se reunieron en el festín donde les ofrecí mi hospitalidad.

Pero en los postres, palidecieron y se torcieron, y rodaron bajo la mesa con estertores, pues lo que les había dado a comer, eran sus candores, sus pudores, sus juramentos de eterno cariño; pues lo que les había dado de beber, eran sus sinceras lágrimas y la miel pura de sus besos; y murieron todos, envenenados, entre horrorosos dolores, los innumerables amantes que ella había preferido a mí.

Traducción de José M. Ramos
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