LAS FLUIDAS PELIRROJAS

Ambas estaban en la diáfana bañera de cristal tallado de Bohemia, yo las había sorprendido enjuagándose, mezcladas, como en una sola ola dos Oceánidas; y si no hubiese visto sus cabelleras flotando sobre el agua como algas de oro, habría podido, sin temor a equivocarme, jurar que si una era pelirroja, la otra no lo era menos.

¿Qué deseo, en ese acontecimiento, habría obsesionado el alma de un hombre verdaderamente digno de ese nombre, ante esto de ir, más desvestido que un abedul sin corteza, a reunirse con las dos en la diáfana bañera de cristal tallado de Bohemia?
Yo las había sorprendido enjuagándose, mezcladas, como en una sola ola dos Oceánidas.

Ellas no me permitieron consumar mi propósito, a causa, según dijeron, de que se estaba muy apretado ya. Pero logré aspirar un poco de la ola tibia en la que se frotaban, más calurosas y tan pelirrojas; y, embriagado, de un solo trago, creí que una ninfa sirviente, inclinando unas urnas llenas, aquí de vino tokay tinto, allá de constancia de oro, las había vaciado a las dos en la diáfana bañera de cristal tallado de Bohemia.

Traducción de José M. Ramos
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