LA INGENUIDAD DE JOCELYNE
O LA CHIQUILLA TRES VECES ENGAÑADA


Jocelyne se dirigía a la casa de su madrina, que es el hada que vive al otro lado del camino. Es aquellos tiempos, las hadas eran tan frecuentes que no había que ir muy lejos para encontrar tantas como se quisiera; y normalmente bastaba con atravesar el camino.

EL HADA
Buenos día, ahijada mía; buenos días, queridita. ¿Qué te trae por aquí tan temprano, y qué es lo que deseas?
JOCELYNE
Que sepas, madrina, que esta noche he tenido un sueño.
EL HADA
¡Eh! quién duerme sueña, las chiquillas sobre todo. ¿Cuál fue tu sueño? cuéntame.
JOCELYNE
Viajaba al sol, y tenía mucha sed.
EL HADA
Que tengas sed viajando al sol no tiene nada de sorprendente.
JOCELYNE
Pero no había ningún arroyo en el bosquecillo vecino. ¡Ah! madrina, dame algún don para el caso en el que tenga sed subiendo la ladera en pleno mediodía.
EL HADA
Si tienes sed subiendo la ladera al mediodía, encontrarás en el extremo de una rama, una cereza tan gruesa y fresca que bastará para saciar tu sed.
JOCELYNE
¡Que buena eres, madrina! Pero no te he contado todo mi sueño.
EL HADA
Habla pues, ahijada mía, habla, queridita.
JOCELYNE
Yo partía para la fiesta donde había un baile, y tenía muchas ganas de un pañuelo rosa bordado en oro que habría anudado a modo de pañoleta.
EL HADA
Que yendo al baile tengas ganas de un adorno rosa bordado en oro, es muy natural.
JOCELYNE
Pero soy demasiado pobre para comprar tales prendas. ¡Ah! madrina, dame algún don para el caso en el que quisiera engalanarme como haces las damiselas del país.
EL HADA
Si acontece que quieras engalanarte como hacen las damiselas de país, encontrarás en la cuneta el gorro que la reina dejó caer la otra mañana cazando el hurón y el gallo silvestre.
JOCELYNE
¡Que buena eres, madrina! Pero debo contarte el final de mi sueño.
EL HADA
Habla pues, ahijada mía, habla, queridita.
JOCELYNE
Al haber visto picotearse a los pichones en el palomar y visto a los gorriones y los pinzones rozarse las plumas y batiendo las alas, concebí un gran deseo: que un joven muchacho me besase en los labios y me estrechase contra él tan fuerte como quisiera.
EL HADA
Que tengas tal deseo a los quince años, observando los tiernos juegos de los pájaros, no tiene nada de particular.
JOCELYNE
Pero no había allí cerca de mi más que un viejo besucón al que no hubiese querido ni como abuelo. ¡Ah! madrina, dame algún don para el caso en el que tenga ganas de ser besada, a causa del ejemplo de los pichones arrulladores.
EL HADA
Si te invade el deseo de ser besada, a causa del ejemplo de los pichones arrulladores, verás sobre un lecho de ramas floridas un joven tan apuesto que te extasiarás de delicia.
JOCELYNE
¡Qué buena eres madrina! Ya he contado todo mi sueño y te doy las gracias.
EL HADA
¡Vete pues, querida! Pero, por edad y corazón eres muy confiada. Desconfía de algunas personas que también son hadas y que, mediante hábiles ardides, te querrán desposeer de los dones que te he concedido.
JOCELYNE
¡Oh! ¡Tendré mucho cuidado en no dejarme engañar! Pues, aunque no lo parezca, soy muy fina si quiero.
EL HADA
Adiós entonces, ahijada.
JOCELYNE
Adiós entonces, madrina.

Jocelyne no tardó en hacer un largo viaje. ¿A dónde iba? A dónde su sueño fuese. Ahora bien, subiendo la ladera a pleno mediodía, tuvo una gran sed. No estaba preocupada al observar que no había ningún arroyo en el bosquecillo; gracias al don del hada vio en el extremo de una rama, una tan bella cereza que jamás se había visto tal hermosura en ningún vergel del mundo. Se alzó sobre la punta de los pies, levantó el brazo y tocó el fruto; pero había un pajarillo que gorjeaba sobre la rama al lado de la cereza:

EL PAJARILLO
¡Cui! ¡cui! ¡cui! ¡cui!
JOCELYNE
¿Qué ocurre? ¿qué ocurre?
EL PAJARILLO
¡Eh! ¡cui, cui, cui, chiquilla!
JOCELYNE
¡Eh! qué quieres, pajarillo?
EL PAJARILLO
No comas esa cereza.
JOCELYNE
¿Y qué razón hay para que no lo haga?
EL PAJARILLO
Es que no está madura.
JOCELYNE
Es tan roja y debe estar tan azucarada.
EL PAJARILLO
No es más que una apariencia; en realidad, es acida como si estuviese verde y tendrías la boca agria.
JOCELYNE
¿Qué debo hacer entonces?
EL PAJARILLO
Esperarás a que madure. ¿No tienes alguna otra cosa que hacer? Sigue tu camino y regresa dentro de una o dos horas. Entonces estará madura y tu sed será saciada.
JOCELYNE
Sí, pero ¿no la cogerá alguien mientras yo no esté aquí?
EL PAJARILLO
Te prometo que yo haré guardia. No hay peligro de que otro la toque, pues yo la vigilaré. Y tú la encontrarás intacta.
JOCELYNE
¡Hasta luego entonces, pajarillo!
EL PAJARILLO
¡Hasta luego, chiquilla!

Jocelyne, realmente muy feliz de haber encontrado un pájaro tan servicial, continuó caminando según el sueño que había tenido; y hete aquí que oyó las flautas y violines de un baile, allá abajo, no lejos de una aldea donde los techos de paja estaban dorados por el sol. Por supuesto no iría al baile con los cabellos al aire, como las pobres. ¿Pero se entristeció? No; ella contaba, no sin razón, con el don de su madrina; y, en efecto, advirtió en la cuneta un gorro de seda rosa bordado en oro, se bajó, lo tomó, sonrío de placer pensando que se lo pondría. Pero había allí una vieja, con aspecto de esas hilanderas que se ven delante de las puertas de las cabañas.

LA VIEJA
¡Fi! ¡fi! ¡fi! ¡fi!
JOCELYNE
¿Y bien? ¿y bien?
LA VIEJA
Tened cuidado, chiquilla…
JOCELYNE
¿De qué, anciana?
LA VIEJA
¡De tocar ese gorro!
JOCELYNE
¿Por qué habría de tener cuidado?
LA VIEJA
Es que estuvo en la cuneta tanto tiempo que fue desgarrado por las zarzas y se empapó completamente con la lluvia.
JOCELYNE
Tal como está me conformaré y estaré, gracias a él, mejor engalanada que las damiselas del país.
LA VIEJA
¡No! ¡No puedo consentir que te pongas, encantadora como eres, un gorro en tan lamentable estado!
JOCELYNE
¿Qué deberé hacer en ese caso?
LA VIEJA
Esperarás a que, remendona de oficio, lo haya recompuesto y reparado. Vuelve dentro de una o dos horas. Lo encontrarás igual que si fuese un gorro completamente nuevo.
JOCELYNE
¡Hasta luego entonces, vieja!
LA VIEJA
¡Hasta luego, chiquilla!

Jocelyne, continuando su viaje, se sintió enternecida por tantas buenas intenciones que se le testimoniaban. Se juró deshacerse en agradecimientos al pájaro que le custodiaba la cereza y a la anciana que le zurcía el gorro. Pero hete aquí que en el bosque cayó la hora rosa y dorada previa al crepúsculo, y todo se saturó de calor y tierna lasitud. Las ramas se estremecían con lentitudes de brazos, y por todas partes unos cuchicheos, unos suspiros y unos perfumes se desvanecían deliciosamente. Jocelyne se sintió tan turbada que creyó desfallecer. Por fortuna, su madrina no le negó el último don prometido. Jocelyne vio, sobre un lecho de ramas en flor, un joven muchacho, bello como un ángel que estaba vestido como un noble de la corte. Dormía, con la boca medio abierta y lo ojos medio cerrados, su boca era como una rosa que va a abrirse; cada uno de sus ojos era un azul pálido de un pétalo de rosa blanca y Jocelyne… Pero había allí una extraña dama, vestida con harapos de oro y falsas joyas , como una gitana, y con los senos desnudos. Se diría una pobre que hubiese sido princesa.

LA GITANA
¡Oh! ¡oh! ¡oh! ¡oh!
JOCELYNE
¿Por qué esos gritos?
LA GITANA
Ten cuidado, chiquilla…
JOCELYNE
¿De qué, Señora?
LA GITANA
De besar a ese joven.
JOCELYNE
¿Por qué razón he de tener cuidado?
LA GITANA
¿No ves que todavía es muy joven? catorce años apenas, creo. Tal como es no te daría, ni acariciado ni acariciador, más que furtivas delicias.
JOCELYNE
Por niño que sea, y dado que los pájaros trinan largo tiempo de amor, me entregaré a una delicia un poco breve con tal de que sea extrema.
LA GITANA
¡No! No podría soportar, prendada como te veo, que te decepciones con un amante tan inexperto. ¿No has dejado sobre el camino, en el extremo de una rama una cereza que debía calmar tu sed?
JOCELYNE
Sí. Un pajarillo me la guarda. Debe ya estar madura.
LA GITANA
¿No has dejado sobre el camino, cerca de la cuneta, un gorro rosa bordado en oro?
JOCELYNE
Sí. Una vieja me lo está zurciendo. Ahora debe estar arreglado.
LA GITANA
Ve pues a comer la cereza y a ponerte el gorro. Durante tu ausencia, ese muchachito tendrá tiempo de convertirse en un audaz joven, y tendrás a tu regreso todas las satisfacciones posibles.
JOCELYNE
¿Pero y si alguien, una vez que yo marche, me lo fuese a encantar?
LA GITANA
¿Acaso no estoy yo aquí para prohibirlo? Siento por ti una muy sincera amistad, y te conservaré intacto a aquél que será tu bien.
JOCELYNE
¡Hasta entonces pues, señora!
LA GITANA
¡Hasta entonces, chiquilla!

Jocelyne ya no caminaba, corría. Corrió tan aprisa, por un sendero que pronto llegó al árbol donde maduraba la cereza. Pero la cereza ya no estaba allí y la pobre pequeña, levantando la cabeza, vio al pájaro que se burlaba ( ¡Cui! ¡cui! ¡cui! ¡cui!), con el pico todavía rosado por el fruto que se había comido. ¡Ah! ¡el muy traidor! ¡Ah! ¡el ladronzuelo! Lamentablemente ¿de qué valía quejarse? Regresó sobre sus pasos, corriendo siempre. Volvió a ver la cuneta donde había estado el gorro de la reina. Pero el gorro había desaparecido, y, allá abajo, entre las flautas y violines, cerca de la aldea de cabañas rojas y doradas por el crepúsculo, pudo ver bailando y riendo a la vieja remendona, tocada con el gorro bordado en oro. ¡Ah! la falsa! ¡ah! ¡la hipócrita! Por desgracia, ¿de qué servirían los reproches y los lamentos? Al menos, mientras regresaba hacia la cereza y el gorro, el joven debió crecer lo bastante para que ella obtuviese todo el placer imaginable; y más que un fruto fresco que sacie o un gorro de oro, más vale ser besada por los labios de un vigoroso amante. Se apresuró hacia el lecho de ramas en flor. A decir verdad, el joven señorito no había desparecido pero estaba acostado entre los brazos de la gitana con aires de princesa; y si aquella tenía antes los senos desnudos, ahora no los tenía menos. Entonces Jocelyne, muy contrita, regresó a casa de su madrina que era el hada del otro lado del camino; y no podía hablar a causa de los hipos que le provocaba el llanto.

JOCELYNE
¡Hi! ¡hi! ¡hi! ¡hi!
EL HADA
¿Qué te había dicho, ahijada mía? ¿Qué te había dicho, queridita? Sin embargo, consuélate; mañana te daré dones nuevos. Pero que este día te sirva de lección; y no des jamás en custodia tu cereza al pájaro, tu bello atavío a las viejas presumidas, ni tu amante, incluso por joven que sea, ¡a las muchachas que se desnudan sin demora!

Traducción de José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes