LA INOCENTE

Ella dijo a su amiga:
– ¿He engañado a Ludovic? No lo sé. Decide tú. Estaré muy contenta si no lo he engañado. Yo iba a su casa, esa noche, querida, te juro que iba a su casa. Golpeé a la puerta pero no se abrió; había debido quedarse dormido esperándome. Pero se da la circunstancia de que yo tenía la llave. Abrí y entré. Y allí estaba yo, a tientas en la habitación. «¡Ludovic! ¡Ludovic! ¡soy yo!» No recibí una sola respuesta. Pensé: «Qué sueño más profundo» y me regocijé con la idea de la sorpresa que se llevaría cuando lo despertara tirándole de la barba. No lleva mucho tiempo quitarse un sombrero, una falda y unas medias; me deslicé en la cama, con un poco de frío... ¡Querida! ¡Un mentón afeitado! Y, mientras dos vigorosos brazos me enlazaban y una boca me cerraba los labios, yo pensé con espanto que había debido de confundir el primer piso con el segundo! Ahora te pregunto: ¿Lo he engañado?
–Por nada del mundo – respondió la amiga – No hay pecado excepto en la mala intención.
–¡Ah! ¡Qué contenta estoy! Pero, después de haber reconocido mi error, ¿no crees que quizás debería haber huido?
–¿Para dar que hablar? Eso hubiese sido actuar como una atolondrada.
–¡Ah! ¡Cómo me tranquilizas! ¿Pero tal vez no hubiese debido huir de algún modo, permaneciendo insensible en los brazos de ese desconocido?
–¿Para que se enfadase? ¿Para que se hubiese formado un escándalo? Tú has actuado muy honestamente no contrariándolo con otra medida.
–¡Ah! ¡Cómo me consuelas! Pero tal vez, los días posteriores, no habría debido detenerme en casa del vecino del primer piso.
–¿Por qué? No habiendo dejado de ser inocente, estabas en tu derecho de continuar siéndolo del mismo modo.
–¡Ah! ¡Cómo te lo agradezco! Pues, fíjate, ¡estaría muerta de pesar si hubiese engañado a Ludovic!

Traducción de José M. Ramos
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