EL INTÉRPRETE DE ZANFONA I ¡La tarde de la fiesta patronal! Se estaba de parranda en la
gran sala del albergue. ¡Caramba! las personas que estaban allí no se privaban
de nada. Cocheros, buhoneros y granjeros, sentados ante los manteles blancos
devoraban las más sabrosas vituallas, morcillas frescas asadas en brasas de
sarmiento, ocas enteras doradas a fuego lento, tripas tres veces cocidas en vino
blanco; y ni siquiera se daban cuenta de que comían tanto. En cuanto a pensar
que se acabarían los alimentos y las bebidas, a nadie se le podía ocurrir, pues
los aves retiradas eran inmediatamente reemplazadas por otras aves y, sin
descanso, unos sirvientes, con los brazos desnudos, subían de la bodega cargados
con viejas botellas polvorientas. Era realmente un banquete como jamás se había
visto, y todos esos hombres sentados a la mesa, gordos, felices, teniendo en sus
carteras de cuero con que pagar sus excesos, hacían resaltar la redondez de sus
vientres, y añadían a la alegre claridad de la lámparas y de las candelas el
resplandor rojo de sus rostros iluminados. II El rey de ese país había invitado a una fiesta a todos los
nobles de los alrededores a fin de que la princesa, su hija, pudiese elegir un
marido digno de ella. Los más famosos caballeros, condes, duques, marqueses, no
dejaron de asistir a la corte, en gran pompa, pues no había en ningún lugar de
la tierra una joven tan bonita como la princesa; el sueño de ser su esposo era
el más bello que era posible tener. Podéis imaginaros que resplandeciente era la
fiesta en la que se presentaban tantos nobles de buen aspecto, vestidos con los
más ricos atavíos y todos engalanados con piedras preciosas. Ahora bien,
mientras la hija del rey, sentada en un gran sillón de púrpura y oro,
consideraba no sin desdén a todos esos gloriosos pretendientes, ocurrió algo
extraño: un pobre muchacho, flaco y pálido, bonito, harapiento, al que nadie
había visto entrar, se deslizó entre la deslumbrante multitud y llegó muy cerca
del asiento de oro y púrpura. ¡Se produjo un gran escándalo! Unos chambelanes se
apresuraron para expulsar a ese intruso. III Ahora bien, el relato de estas aventuras y de algunas otras,
más o menos similares, no tardó en circular por el país. La mayoría de las
personas consideraron que el joven muchacho estaba loco; otras tuvieron otra
idea: la zanfona tal vez era un talismán por medio del cual el músico obtenía la
realización de todos sus deseos. ¿Le negaban la comida? no tenía más que tocar
la zanfona para que un magnífico festín le fuese servido. ¿Se le denegaba una
cama? algunos sonidos del instrumento transformaban en un mullido lecho los
guijarros de los caminos o las zarzas de los bosques. ¿No se le daba en
matrimonio a la hija del rey de la que estaba enamorado? gracias a un poco de
música, se veía rodeado de las más hermosas mujeres y las más famosas princesas
que le besaban en la boca. Naturalmente, esta opinión hizo germinar en aquellos
que la concibieron el deseo de poseer la todopoderosa zanfona; más de uno se
dedicó a seguir al vagabundo, con la esperanza de sorprenderle dormido y
sustraerle su talismán. En una ocasión que el joven muchacho dormía, sin
desconfianza, sobre la hierba de un claro, tres hombres malvados, un campesino
rico, un burgués de la ciudad y un noble de la corte, se deslizaron hasta él
llevándose la zanfona. Como podéis imaginar no les faltó tiempo para querer
probar el instrumento. « Yo, dijo uno de los ladrones girando la manivela,
¡deseo regalarme un lechón de la India con guarnición de trufas y pistachos! »
Pero ninguna mesa servida surgió de la tierra. «Yo, dijo otro, ¡quiero ver
levantarse un magnífico castillo con cuatro torres edificadas en mármol rosa!»
Pero ningún edificio surgió del suelo. «Yo, dijo el tercero, ¡exijo que las más
bellas muchachas del mundo vengan a bailar a mi alrededor mostrando sus brazos y
sus senos desnudos!» Pero es probable que las muchachas más bellas del mundo
tuviesen en ese momento otras cosas que hacer, pues ni una sola se mostró.
Imaginaos el desengaño de los tres malvados ladronzuelos, y lo que lo hizo
mayor, fue una gran carcajada repentina detrás de ellos; el joven muchacho se
había despertado y los había seguido, burlándose y desternillándose de risa. Traducción de
José M. Ramos |