EL INTÉRPRETE DE ZANFONA

I

¡La tarde de la fiesta patronal! Se estaba de parranda en la gran sala del albergue. ¡Caramba! las personas que estaban allí no se privaban de nada. Cocheros, buhoneros y granjeros, sentados ante los manteles blancos devoraban las más sabrosas vituallas, morcillas frescas asadas en brasas de sarmiento, ocas enteras doradas a fuego lento, tripas tres veces cocidas en vino blanco; y ni siquiera se daban cuenta de que comían tanto. En cuanto a pensar que se acabarían los alimentos y las bebidas, a nadie se le podía ocurrir, pues los aves retiradas eran inmediatamente reemplazadas por otras aves y, sin descanso, unos sirvientes, con los brazos desnudos, subían de la bodega cargados con viejas botellas polvorientas. Era realmente un banquete como jamás se había visto, y todos esos hombres sentados a la mesa, gordos, felices, teniendo en sus carteras de cuero con que pagar sus excesos, hacían resaltar la redondez de sus vientres, y añadían a la alegre claridad de la lámparas y de las candelas el resplandor rojo de sus rostros iluminados.
Mientras continuaban comiendo y bebiendo, un joven muchacho, flaco, pálido y bonito como una chiquilla enfermiza, vestido con harapos, sin sombrero y descalzo, entró en el albergue con una zanfona a la espalda. Era sin duda uno de esos músicos errantes que van de pueblo en pueblo, exhibiendo en la plaza principal un mono vestido de general. Pero ese vagabundo parecía más miserable que la mayoría de sus colegas; ¡ni siquiera tenía mono! el suyo había debido morir de hambre o frío en la cuneta de cualquier carretera, cuando la nieve cae sobre los árboles sin flores ni frutos.
–¡Eh! ¿Qué vienes a hacer tú aquí, mendigo? – preguntó el anfitrión.
–Me gustaría que se me sirviese – dijo el joven muchacho, – un ave bien gorda, bien asada, y una botella del mejor vino de la bodega.
El anfitrión prorrumpió en carcajadas.
–¿Tienes dinero para pagar esa comida?
–Lamentablemente no. Nunca he poseído dinero; además si lo tuviese, se habría escapado por los agujeros de mis andrajos.
–¡Vete pues de aquí, desgraciado y que no se te ocurra volver a poner los pies en mi albergue!
El músico bajó la cabeza y salió de la sala. Estaba tan débil, tal vez a causa de un ayuno prolongado, que no pudo arrastrarse hasta el camino. Cayó sobre los peldaños de la escalera y allí permaneció inmóvil. En el albergue nadie se preocupó de él, cuando se come uno no se preocupa de aquellos que tienen hambre. Sin embargo, algunas personas pegaron sus narices al cristal al ruido de una música. El joven muchacho tocaba la zanfona, y cuando hubo finalizado, los que lo miraban quedaron muy sorprendidos; pues, allí, sobre los escalones del albergue, aunque él no tuviese mesa, ni alimentos, ni bebidas de ninguna clase, hacía los gestos de alguien que come y que bebe, diciendo con voz radiante: «¡Oh! ¡Qué bueno está! ¡oh! la deliciosa miel de la ambrosía! ¡oh! el incomparable néctar!» y se oía el ruido de su lengua golosa golpeando contra el paladar.

II

El rey de ese país había invitado a una fiesta a todos los nobles de los alrededores a fin de que la princesa, su hija, pudiese elegir un marido digno de ella. Los más famosos caballeros, condes, duques, marqueses, no dejaron de asistir a la corte, en gran pompa, pues no había en ningún lugar de la tierra una joven tan bonita como la princesa; el sueño de ser su esposo era el más bello que era posible tener. Podéis imaginaros que resplandeciente era la fiesta en la que se presentaban tantos nobles de buen aspecto, vestidos con los más ricos atavíos y todos engalanados con piedras preciosas. Ahora bien, mientras la hija del rey, sentada en un gran sillón de púrpura y oro, consideraba no sin desdén a todos esos gloriosos pretendientes, ocurrió algo extraño: un pobre muchacho, flaco y pálido, bonito, harapiento, al que nadie había visto entrar, se deslizó entre la deslumbrante multitud y llegó muy cerca del asiento de oro y púrpura. ¡Se produjo un gran escándalo! Unos chambelanes se apresuraron para expulsar a ese intruso.
–¡Eh! ¿Qué vienes a hacer tú aquí, mendigo? – preguntó el rey.
–Quisiera, – dijo el joven – que se me entregase a la princesa en matrimonio.
El rey prorrumpió en carcajadas:
–¿Eres tan noble como conviene serlo para aspirar a tal boda?
–Lamentablemente no. No conocí a mi padre ni a mi madre; fue un hombre que tenía por oficio desvalijar a los viajeros en los bosques quién me encontró una mañana de diciembre, recién nacido, sin ropas y tiritando, sobre un montón de piedras donde me habían abandonado.
–¡Vete de aquí, desgraciado y que no se te ocurra volver a poner los pies en mi palacio!
El muchacho bajó la cabeza y salió de la sala. Pero se alejó muy lentamente, a causa tal vez de su gran amor por la hija del rey; una vez en la terraza, se sentó sobre las losas, entres las palmeras, los naranjos y los grandes cactus en flor. En el palacio no se preocupaban demasiado por él, como os podéis imaginar, cuando se pretende el amor de una ilustre princesa nadie se interesa por un vil rival rechazado. Sin embargo, algunos pequeños pajes, pegaron sus narices al cristal al ruido de una música. El joven muchacho tocaba la zanfona, y, cuando hubo finalizado, aquellos que lo miraban, quedaron muy sorprendidos; pues, sobre la terraza, aunque ninguna muchacha ni ninguna mujer estuviese a su lado, él hacia los gestos de alguien que abraza con delicia a una persona adorada, y decía con desfalleciente voz: «¡Oh! ¡Qué feliz soy! » Y podían oírse los ruidos de besos apasionados.

III

Ahora bien, el relato de estas aventuras y de algunas otras, más o menos similares, no tardó en circular por el país. La mayoría de las personas consideraron que el joven muchacho estaba loco; otras tuvieron otra idea: la zanfona tal vez era un talismán por medio del cual el músico obtenía la realización de todos sus deseos. ¿Le negaban la comida? no tenía más que tocar la zanfona para que un magnífico festín le fuese servido. ¿Se le denegaba una cama? algunos sonidos del instrumento transformaban en un mullido lecho los guijarros de los caminos o las zarzas de los bosques. ¿No se le daba en matrimonio a la hija del rey de la que estaba enamorado? gracias a un poco de música, se veía rodeado de las más hermosas mujeres y las más famosas princesas que le besaban en la boca. Naturalmente, esta opinión hizo germinar en aquellos que la concibieron el deseo de poseer la todopoderosa zanfona; más de uno se dedicó a seguir al vagabundo, con la esperanza de sorprenderle dormido y sustraerle su talismán. En una ocasión que el joven muchacho dormía, sin desconfianza, sobre la hierba de un claro, tres hombres malvados, un campesino rico, un burgués de la ciudad y un noble de la corte, se deslizaron hasta él llevándose la zanfona. Como podéis imaginar no les faltó tiempo para querer probar el instrumento. « Yo, dijo uno de los ladrones girando la manivela, ¡deseo regalarme un lechón de la India con guarnición de trufas y pistachos! » Pero ninguna mesa servida surgió de la tierra. «Yo, dijo otro, ¡quiero ver levantarse un magnífico castillo con cuatro torres edificadas en mármol rosa!» Pero ningún edificio surgió del suelo. «Yo, dijo el tercero, ¡exijo que las más bellas muchachas del mundo vengan a bailar a mi alrededor mostrando sus brazos y sus senos desnudos!» Pero es probable que las muchachas más bellas del mundo tuviesen en ese momento otras cosas que hacer, pues ni una sola se mostró. Imaginaos el desengaño de los tres malvados ladronzuelos, y lo que lo hizo mayor, fue una gran carcajada repentina detrás de ellos; el joven muchacho se había despertado y los había seguido, burlándose y desternillándose de risa.
–Dadle, dadle, girad la manivela, pasead vuestros dedos sobre el teclado, ¡no servirá de nada!
–¿Cómo? ¿La zanfona no es un talismán?
–¡Claro que sí! ¡un talismán! Pero vosotros no le sacaréis ningún partido, pues su poder depende del aire con el que se toque; y haríais bien en devolvérmela.
–Aprenderemos la música que es necesario tocar.
–Jamás la sabréis, despreciables como sois – dijo el joven de los grandes caminos – pues es la canción ingenua del sueño que solo la saben, sin haberla aprendido, los poetas pobres de corazón puro!

Traducción de José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes