LA INUTILIDAD DEL EJEMPLO

En la época en la que todavía era tan infantil que apenas tenía la edad de una vieja paloma torcaz, me puse en camino hacia el futuro en compañía de un joven caballero magníficamente vestido, al que no conocía bien, pero que no era otro, como lo supe más tarde, que el rey Eros, hijo de Kypris.
Vimos un triste personaje, parecido a un vagabundo o a un malhechor, harapiento, hirsuto, horrible, al que unos hombres de la policía trataban con dureza y empujaban con insultos. Yo me aproximé al pobre diablo. Me pareció que en sus oscuros ojos había aún como un recuerdo de alegría. Le pregunté que había hecho para merecer ser reducido a tan lamentable estado.
– He amado – me dijo.
Un poco más adelante, en el mismo camino, nos encontramos un mendigo lisiado. Con una muleta baja cada axila, se arrastraba penosamente vestido con unos sórdidos andrajos; no tenía cabello, no tenía dientes, sus ojos estaban muertos, aunque quizás no fuese tan viejo como esos centenarios. Me aproximé al mendigo. Me pareció que sobre sus pálidos labios todavía asomaba un resto de sonrisa. Le pregunté que había hecho para merecer caer en ese grado de ruina y abyección.
– He amado – me dijo.
En una curva del sendero, avistamos un hombre con una cuerda en el cuello, que estaba colgado en las ramas. Era una escena horrorosa en la bella mañana; tenía la cara violeta; la lengua le salía de la boca; y, aunque no estaba completamente muerto, tenía un aspecto más terrible que un cadáver. Me aproxime al ahorcado. Me pareció que en su frente aun tenía como un resplandor de triunfo. Le pregunté qué aventura lo había inducido a desear y a buscar la muerte.
–He amado – me dijo.
Entonces el joven caballero con el que yo caminaba hacia el futuro se volvió hacia mi y me interrogó del siguiente modo:
–Tú, que tienes dieciséis años, tú, que mañana entrarás en la misteriosa vida, ¿qué harás en la vida, muchacho?
–Amaré – le dije.

Traducción de José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes