LA INTÉRPRETE DE SUEÑOS

¡Vos que sois la causa de tantos sueños, debéis saber explicarlos! – le dije.
–Es posible – dijo ella. – ¿Qué habéis soñado?, contadme.
– Al principio me pareció que en la cama donde me acababa de dormir caían a mi alrededor unos grandes copos, como una nieve más brillante que todas las nieves de la que estarían orgullosas las soledades invernales; pero esa nieve, lejos de estar fría, era dulcemente tibia como las rosas blancas de julio; y con el esplendor pálido de las rosas había en ella un delicioso perfume.
–¡Eh! He aquí un sueño que no es difícil de explicar – dijo ella; – presagia que yo me dignaré a acostarme alguna noche, blanca, tibia y exquisitamente olorosa, en una cama no lejos de vos.
Yo exclamé, cayendo de rodillas:
–¡Ah!, ¡querida alma!, ¿sería posible?...
–Claro, claro – dijo ella.– ¿Y ese fue todo el sueño?
–A continuación soñé que el sol entró en mi alcoba reemplazando la nieve por oro y llamas; y, de esa cálida claridad, sentía sobre mi frente, sobre mis labios, en torno a mi cuello y sobre mi palpitante pecho, una estremecedora caricia; y jamás, ni siquiera en las más calurosas tardes de verano, el auténtico sol hubiese tenido rayos más deslumbrantes.
–¡Eh! ¡qué transparentes son vuestros sueños! – dijo ella.– Eso quiere decir que yo consentiré alguna noche, sonriente a vuestro lado, en sacudir en el aire mi cabellera de oro brillante, y que con mis largos bucles que desafían los rayos, ¡rozaré vuestro pecho, vuestro cuello, vuestros labios y vuestra frente!
Yo murmuré, extasiado:
–¡Ah!, ¡querida alma!, ¿sería posible?...
–Claro, claro, – dijo ella. – Luego, después de ese sueño, ¿os habéis despertado?
–Por desgracia, no. No dejé de dormir, y me pareció que me hallaba en una soledad completamente melancólica donde nada brillaba, ni nieve ni sol; un viento negro lleno de dolorosos lamentos y vuelos de pájaros siniestros atravesaban una noche que no esperaba la aurora; uno de los pájaros, muy feroz, se abatió sobre mí y se dedicó lentamente a devorarme el corazón y el hígado.
–¡Ah! de los tres sueños, – dijo ella – este es el más fácil de interpretar. Presagia que tras el ofrecimiento de mi nieve y mis cabellos deslumbrantes sobre vos, pronto os encontraréis solo y miserable, sin esperanzas a partir de ese momento; y la añoranza de mi belleza y de mi ternura será como un eterno buitre devorador, cuando al no amaros ya, os haya abandonado para encantar, – nieve y sol, – a algún nuevo amante tan tiernamente querido.
Yo suspiré dolorosamente:
–¡Ah! 1alma querida!, ¿sería posible?...
–Claro, claro, – dijo ella.

Traducción de José M. Ramos
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