EL JUGADOR HONRADO

–¡Me apetece! – dijo Marion.
Hace tiempo que él había renunciado a resistirse y respondió resignado:
–A mí también.
Ella continuó:
–Vamos a jugar a un juego que he inventado. Es el siguiente. Yo te diré una cosa, no importa que, lo que me pase por la cabeza. Si lloras, ganaré: si sonríes, perderé.
Él suspiró:
–Dado que es lo que quieres…
–Escucha bien. ¡No te amo!
Él prorrumpió en carcajadas.
–¡Ah! – dijo ella – haces trampa. Te ríes a propósito para hacerme perder. ¡Es evidente que habrías debido sumirte en un mar de lágrimas con la idea de que no tengo por ti el más ferviente amor. Vamos, este no cuenta. Volvamos a comenzar la prueba. Solamente esta vez, si ríes, gano; si lloras, pierdo.
Él suspiró:
–Dado que es tu fantasía…
–Escucha bien. ¡Te amo!
Él sollozó desesperadamente.
–¡Ah! ¡qué jugador más tramposo eres! ¿Acaso no debieras haberte alegrado, mostrando las más extasiada de las sonrisas, a causa del cariño que acabo de confesarte?
Él replicó muy humildemente:
–¡Créeme bien, Marion, cuando te digo que no podría en ningún caso ser de tu opinión! Yo siempre diré y pensaré lo que tú quieras que diga y piense. Sin embargo debe serme permitido observar que fui, tanto en la risa como en las lágrimas, el más leal de los jugadores; pues, sabedor de la perfecta y continua mentira con la que una hada, desde tu cuna, divinizó el encanto de tus queridos labios, nada podía igualar mi alegría escuchándote decir que no me amas salvo el desamparo de escuchar por tu boca que no me amas.

Traducción de José M. Ramos
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