JULIETTE EN LA VENTANA

Hace ya dos largas horas – en una noche de primavera, clara, con alguna brisa – que Juliette espera a su buen amigo, entre la vegetación de la ventana, dejando caer sus mechas hacia las hojas, con el cuello inclinado, con la mirada escrutadora, y la nariz respingona como una enredadera.

Ha oído dos coches subir por la calle con un crepitar de ruedas que le hacía latir el corazón; no se han detenido ante su puerta. Un solo coche, por una cruel piedad del azar, ha hecho alto. «¡Él, es él, desde luego!» No, es el inquilino del tercero; un señor gordo cuya enorme nariz es tan roja que agujera las tinieblas como una brasa. Julietee también ha escuchado, febrilmente, el ruido de pasos sobre la calzada del bulevar, en el silencio del barrio desierto. Más de una vez ha creído reconocer... no, aquel que doblaba la esquina de la calle era un cochero de la Urbana, con sombrero de tela encerada blanca, a pie, con el látigo en la mano, o algún borracho golpeando la pared. ¡Finalmente se irrita! da un taconazo y golpea el cristal que suena a golpes de pequeñas uñas enrabietadas. ¡Precisamente había tenido toda la velada el corazón tan lleno de ternuras lánguidas, y la primavera daba a su amor tan bonitos consejos! La abandonada a punto está de llorar, pero las lágrimas que nadie ve hacen enrojecer inútilmente los ojos. ¡Cierra la ventana con violencia! ¡No importa! Puede venir o no; por lo que a ella respecta, no lo espera más.
Deambula por la habitación, despeina sus cabellos, desabrocha su blusa, toma un libro sobre la mesa de noche, al lado de la lámpara, – un libro que, por desgracia, ella leerá – deja caer su falda, se quita sus botines, hace deslizar sus medias, y en un suave roce de la tela de la camisa, se abriga entre las sabanas de la cama, de la cama desierta, de la cama fría, en la que moldea a la almohada a puñetazos, ¡furiosamente! Pero apenas acostada, oye un ruido de llave que gira en la cerradura, una puerta se abre, luego otra... ¿Él? Y Juliette, que se hace la dormida, acurrucada de espaldas a la puerta, se dice, con una sonrisilla, que el mejor medio, en efecto, para hacer venir a un invitado que se retrasa, es sentarse a la mesa.

Traducción de José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes