EL JUSTO CASTIGO
Apenas entrada
la noche, gracias a la llave que Ludovic le dio, en la antesala del apartamento
donde ella creía ser esperada, Jo advirtió un pequeño ruido tras ella, y,
girándose aprisa, reconoció a Lo bajo la luz de la lámpara que colgaba del
techo.
–¡Lo!
–¡Jo!
–¡Tú!
–¡Yo!
–¿En casa de…
–Ludovic?
Se miraron la una a la otra no sin un extremo furor.
–Señora, – dijo Jo temblando de ira – no me molestará saber a consecuencia de
que extraña circunstancia se encuentra usted aquí a una hora tan intempestiva.
–Señora, – dijo Lo estremecida de rabia – me gustaría mucho conocer el motivo
que hace que un hombre estime su visita tan extrañamente nocturna.
–A mí, Señora, ¡Ludovic me espera!
–¡También me espera a mi!
–Ayer aún…
–No más tarde que ayer…
–Él me decía…
–Él me afirmaba…
–Dándome…
–Entregándome…
–La llave que aquí…
–La llave que aquí…
–Que yo le encantaría…
–Que yo lo maravillaría…
–Y viniendo a sorprenderle…
–Y viniendo a despertarle…
–Después de medianoche…
–Antes del amanecer…
–¡Cuando naciese en el corazón la fantasía!
–¡Cuando el divertido capricho me atravesase el espíritu!
En verdad, arrancarse una a la otra los ojos, fue la conducta que pensaron
mantener al principio. ¡Pero, cómo! esos ojos donde se revelaba aún la esperanza
del placer prometido eran bonitos; Jo y Lo eran tan encantadoras, con un ligero
latido bajo los corsés de tórtolas prendadas o enfurecidas; había tanta locura
en sus rizadas cejas que pronto renunciaron, mirándose de cerca, a su violenta
intención de combatir. ¡Vengarse, eso sí! pero de él.
–¡Ah! ¡el bribón! – dijo Jo
–¡Ah! ¡el monstruo! – dijo Lo.
Y, sus bocas próximas en un deseo, pronto abandonado, de morderse, estallaron en
risas bajo la lámpara apenas luminosa que reía también misteriosamente. Lo que
hace dignas de atención las antesalas de los apartamentos de solteros es que no
se parecen del todo a los taciturnos vestíbulos de los ministerios o de los
palacetes principescos. En lugar de duras y estrictas banquetas, allí se
encuentran sofás, casi divanes, cuyo respaldo es propicio al olvido prematuro de
los deberes. Vestuarios de los pudores.¡Eh! ¿Qué ocurría? La misma lámpara no lo
vio habiéndose apagado. Por lo que respecta a Ludovic, no podía escuchar nada a
causa de la pesada colgadura que velaba la puerta del dormitorio. Además se
aburrió mucho hasta el amanecer, durmiendo mal. ¿Cómo? ¿ni Jo? ¿ni Lo? Ni Lo, ni
Jo. y le estuvo muy bien empleado. Pues, cuando se tienen dos amigas, nada es
más digno de castigo, – ¡las justas providencias vigilan! – que la imprudencia
de no evitarles encuentros en los que su venganza se puede saciar en las más
exquisitas delicias: y los amantes, al ejemplo de los banqueros sobrecargados de
negocios, deben tener agendas donde anotar los vencimientos del amor.
Traducción de
José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes |