EL MOLINO EN LA CABEZA

– ¿Alas?
– Alas.
–¿En vuestra cabeza?
–Detrás de mi frente
–¿Os reís?
–¡El cielo es testigo!
–Pero sí, sí, os reís. ¿Alas de mariposa?
–No del todo.
–¿De abeja?
–No.
–¿De pájaro?
–De ningún modo.
–¿De ángel?
–Por desgracia,– dijo sollozando– se trata de aspas [1] de molino , ¡enormes! Y giran, giran, giran, aprisa, aprisa, muy rápido, ¡nunca dejan de girar! Hay que creer que siempre hay una gran ventolera bajo mi cráneo.
–En verdad nunca oí hablar de semejante cosa. ¿Es algún mal de nacimiento?
–En absoluto. Le contaré de donde me viene ese prodigio. Una vez yendo desde Bruselas a Brujas, miraba, con la frente pegada al cristal del vagón, el sol espléndidamente ocultarse entre las nubes, semejante a algún magnifico rey extendido sobre una hoguera de abrasadoras pedrerías, entre el fulgor de sus vestidos de hiacinta y sus flecos de oro. Delante del horizonte abrasado giraban a gran velocidad las cuatro aspas de un molino, alternando su negrura opaca con el vació aéreo; parecían moverse en el incendio celestial, de tal modo estaban próximas; se movían, arrancaban, arrastraban la radiación del astro; y su deslumbrante movimiento giratorio, gigantescamente parecido a esas piezas de artificio que se llaman precisamente soles, arrojaba a izquierda, a derecha y adelante, sobre toda la llanura y en mis ojos, unos fragmentos de rayos con franjas de rubíes y amatistas como andrajos de meteoros. ¡Con una fijeza encarnizada, mis ojos admiraban la circular magnificencia del molino! Pero, de repente, tras un estallido cegador, desapareció, como si se hubiese hundido en un abismo con sus cuatro aspas de llamas.
–¿Sin duda se habría perdido en la lejanía del crepúsculo, a causa de la rapidez del tren, o bien alguna colina o un terraplén lo había ocultado bruscamente?
–¡No se había perdido en lontananza! ¡ni un terraplén ni una colina lo había ocultado! sino que, cediendo a la mirada fija y absorbente de mis ojos, él había entrado en mí por mis abiertas pupilas, y fue cuando a partir de ese momento comenzó a girar vertiginosamente entre mis sienes.
–¿Con los fragmentos de meteoro y los restos de rayos?
–¡No, no había arrastrado al sol! Lo que en ese momento él revolvía, arrancaba, arrastraba, era mi memoria, mis deseos, mis esperanzas, mis sueños, todos mis pensamientos, y, nada, ni siquiera la absurda imposibilidad de un ciclón prisionero en una tienda de multicolores vidrios o de frágiles joyas, podría dar una idea del desorden que produjo en un cerebro humano la despiadada rotación de las cuatro enormes aspas del molino. El pasado, el futuro, las cosas, las palabras, la realidades, las quimeras, espantosamente alteradas, chocaban entre sí, se mezclaban, ser rompían, se desperdigaban, y tropezando, mezclándose, rompiéndose y desperdigándose aún en un luminoso y sonoro cataclismo. ¡Qué espanto! ¡qué barullo! Mis días de infancia se mezclaban con mi futuros días de vejez. Mis amores circulaban confusamente con mis odios, mi fe con mis dudas, mis orgullos con mis vergüenzas. ¡Toda mi inteligencia entrechocaba en un formidable maëlstron! Y creo ciertamente que me habría vuelto loco, si ese caótico vórtice no se hubiese mitigado poco a poco.
–¿Se apaciguó?
–Sin perder nada de su velocidad, se hizo menos incoherente. El desorden se precisó en una rotación continua, mediante un natural efecto de corriente que creaban las cuatro aspas giratorias. Confusamente al principio, luego regularmente, mis ideas giraron con las aspas, y puede esperar a habituarme pronto a esta revolución sin sacudidas de mi universo moral, que incluso acabaría por no percibirlo, como una mosca girando con el mapamundi donde se posa no experimenta el movimiento, como el hombre no siente la inestabilidad del globo terrestre. ¡Vana, vana esperanza! Estaba destinado a la peor de las desgracias.
–¿El horroroso galimatías del principio comenzó por alguna extraña circunstancia?
–No, el movimiento giratorio se mantuvo regular en su continua precipitación, – inexorablemente regular, por desgracia, y de ahí mi perfecto desastre. Pero sepa usted todo el asunto, conozca mi eterna desesperación. Desde la entrada del molino por mis párpados abiertos, mi facultad de pensar, de esperar, de amar, mi alma en definitiva, perdida como un marinero bajo al fragor de la tormenta, se había aferrado por instinto a una de las aspas, como en un naufragio uno se agarra al mástil del navío que tal vez se va a sumergir; ¡y se le agarra bien! ¡y no se le afloja! Mi alma, mi yo, se aferraban con fuerza, mientras mis sentimientos e ideas se desarrollaban en un torbellino espantoso. Veía su furiosa mezcla; no podía, en la universal avalancha semejante a los brincos de las ráfagas de viento y de olas, tomarlos al paso, pero, pronto la tempestad se calmaría tal vez, el salvamento sería posible… ¡Oh!, salvaría mi persistente esperanza de una Obra digna de vivir… Se calmó en efecto, ya os lo he dicho, el extraordinario caos. El movimiento circular se hizo preciso, sin choques, semejante a si mismo. Pero yo estaba solo en el lugar donde me había aferrado. Sí, por un siniestro azar o por algún odioso destino, ¡estaba solo! ¡completamente solo! Ante mi, sobre el aspa que la mía perseguía, detrás de mí, sobre el aspa que seguía a la mía, estaban mis pensamientos, mis proyectos, mis ternuras, mis dichas, todas las queridas realizaciones posibles. Pero entre ellas y yo se extendía siempre, en la persistente rotación, la misma distancia. Yo intentaba inclinarme hacia delante, o inclinarme hacia atrás, pero no podía agarrar ni lo que me precedía ni a lo que yo precedía. Nunca había estado tan separado de lo que era mi vida. ¡Y todavía estoy separado! ¡y lo seguiré estando siempre! No podré unirme a mi vida, ella no se unirá a mí nunca. De nada sirve llamar, de nada sirve llorar en la rabia de la desesperación. Las cuatro aspas del molino giran, giran, giran, rápido, rápido, muy aprisa, ¡girarán eternamente! Y, solo, sin alcanzar, sin ser alcanzado, alejado de las dos partes, igualmente e inexorablemente, yo giraré sin cesar, sin cesar hasta que finalmente me suelte y me deje caer destrozando las paredes de mi cráneo.

[1] En la traducción se utiliza “ala” y “aspa” en forma indistinta ya que en francés ambos términos tienen  una única palabra para designarlos: aile . (N. del T.)

Traducción de José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes